El EditorialOpinión

El envilecimiento de la política

La política en nuestro país, desde hace muchos años, se ha envilecido y se ha convertido en un medio para alcanzar el poder sin que la acompañe ninguna concepción del mundo, ni ideología alguna. Es puro pragmatismo.

Si a eso se le agrega la falsa noción de que Venezuela es un país rico, porque posee en su subsuelo enormes yacimientos de hidrocarburos y ahora, con el arco minero, una pleyade de diversos metales preciosos y que todo eso le pertenece, por derecho al Estado, se puede entender la apetencia de muchos de ponerse a como de lugar en el control del un gobierno que es rico por sus rentas.

Lo que no saben o, no les interesa saber, a quienes pretenden acaparar el botín del Estado, es que un país no es rico porque tenga rentas, sino cuando su gente preparada produce riqueza con su inteligencia y su trabajo. Y como no aprecian eso, creen que basta con distribuir, en alguna medida, la renta para que el pueblo esté satisfecho.

En estos años hemos podido constatar que la supuesta riqueza se evaporó, al menos para la inmensa mayoría de los habitantes, y la caída de los precios del petróleo dejó al todopoderoso Estado desnudo y, ahora, el sueldo mínimo de un venezolano es en dólares el más bajo de todo el continente, incluso después de Haití.

Eso hace pensar que para poder superar el círculo vicioso de un estado supuestamente poderoso, que no beneficia el crecimiento económico y social de su población, habrá que cambiar la ideología sobre la que se basó durante el siglo pasado, la concepción de lo que debe ser y hacer el Estado venezolano.

Ya basta de creer que con un estado centralizado, que controla prácticamente todas las actividades de la sociedad, se van a poder generar riqueza y empleos. El uso de la renta petrolera debe ser sometido, como en Noruega, a reglas claras de qué se puede utilizar y qué debe ir a un fondo de estabilización macroeconómico.

La discrecionalidad de los gobiernos debe ser reglamentada por ley, y las decisiones en política monetaria deben estar en manos de un banco central independiente del gobierno de turno, para que este no abuse del recurso de cubrir los déficits con impresión de dinero inorgánico.

A fin de cuentas, son muchas las medidas que se requerirán para disminuir el poder del gobierno central, aumentar las atribuciones de los gobiernos regionales y locales y, sobre todo, como requisito fundamental, la independencia y profesionalización del sistema judicial.

Esa debería ser la bandera que enarbolen los que hablan de cambio, porque de mantenerse todo igual a como está hoy,  como dice el dicho criollo, será el mismo musiú con distinto cachimbo.

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