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La marcha del 19 de abril de 2017

Este escrito va dedicado especialmente a mi familia y amigos en el exterior. ¡Pero bienvenidos a su lectura a todos los que se deseen sumar!

Hoy, contra todo pronóstico, salí a la calle a marchar. ¿Por qué lo del pronóstico adverso? Laringitis, dolor en el pecho (bronquios), jadeo, disnea, mareo y el padre de todos los dolores de cabeza desde ayer en horas de la mañana. Ya no se consiguen analgésicos “fuertes”; hace 10 minutos, un alma caritativa me regaló unos Advil que le trajeron de los EEUU. Aquí les escribo con un par de pastillas encima.

Salí a marchar, porque hoy en Venezuela se conmemora una fecha patria: “19 de abril de 1910”. Para que queden plenamente informados, copio aquí una cita de la Wiki:

“El Acta del 19 de abril de 1810 es el documento que redactó el Cabildo de Caracas tras la sesión extraordinaria que terminó con la renuncia de Vicente Emparan como Capitán General e inició la emancipación de Venezuela. La sesión se realizó en el Ayuntamiento de Caracas (hoy Casa Amarilla de Caracas) y había sido organizada para convencer a Emparan de presidir una junta de gobierno en rechazo a la ocupación napoleónica de España. Esto fue en vano y terminó con el establecimiento del gobierno que un año más tarde declararía la independencia.
El acta está firmada por los asistentes al Cabildo de ese día, y actualmente está en un arca en la Capilla Santa Rosa de Lima, en el Palacio Municipal de Caracas. A veces es confundida con el Acta de la Declaración de Independencia de Venezuela, que no fue firmada hasta el 5 de julio de 1811 y está en exhibición en el Palacio Federal Legislativo, sede de la Asamblea Nacional (al menos en facsímil). Claro que es diferente a La Constitución de 1810”.

Fin de la cita.

Lo que les voy a relatar abarca el horario de 10:00 a.m. a 1:00 p.m.  En este momento (1:24 p.m.) estoy oyendo helicópteros sobrevolar y no me voy a asomar ni al balcón ni a la ventana. Ya en este edificio, hace años, hubo dos casos de “balas perdidas”: una se incrustó en una habitación del apartamento de al lado (piso 10) y la otra, en la biblioteca de madera de un apartamento en el cuarto piso.

Salí de aquí sola, pero en la acera me sumé a un gran número de desconocidos que venían con ropa y zapatos cómodos, sombrillas, sombreros, banderas, pitos, bubuselas (o vuvusuelas, sigo sin saber cómo se escribe) y morralitos abiertos. Adentro uno podía ver: botella de agua, botellita de vinagre, pañuelos, galletas y muchos cambures. Los más experimentados (arriesgados) lucían sus máscaras antigases alrededor del cuello. Pero eran muy pocos los que tenían este tipo de máscaras.

Yo, caminando por la acerita (porque, para colmo, sufro de agorafobia). La masa de gente ya había tomado las dos avenidas paralelas: la Francisco de Miranda (6 carrilles) y la Rómulo Gallegos (cuatro carriles). Por supuesto que no había carros, ni autobuses, ni nada. Uno que otro motorizado sorteando la masa con mucha dificultad.

También había presencia policial. Los de Polisucre. Las motos aparcadas y ellos tranquilos conversando. Ni veían a los que desfilaban por delante de ellos. Cero intimidación.

Tenía una gran curiosidad por ver quién asistía a la marcha, porque a muchas de las anteriores sólo iba gente perteneciente a las clases socioeconómicas A, B y C+.  También, personas comprendidas entre los 35 y 55 años de edad.

¡Oh, sorpresa! ¡Aquí había gente de todo tipo! ¡Y la alegría de ver tanto joven de 20 a 30 años! ¡Sorpresa! ¡Están comprometidos! Además, los que vi estaban marchando en serio. No estaban furiosos, pero tampoco, “faranduleros”, con gracias, risitas y guachafita.  Coreaban: “¡¿Quiénes somos?! ¡¡¡VENEZUELA!!! ¡¿Qué queremos?! ¡¡¡LIBERTAD!!!”.

Era tanta la gente que quise quedarme en la retaguardia. No pude. No había retaguardia. La marcha picaba y se extendía hacia atrás. Uno de los puntos de concentración era la Plaza Millenium que queda hacia el Este, pero como aquello colapsó y se desbordó, la gente comenzó a marchar hacia el Oeste (hacia donde había dos puntos de encuentro antes de comenzar la marcha rumbo a la Defensoría del Pueblo) y se nos unió en el otro punto de concentración: Torre Cristal y Parque del Este, (ya en ruta hacia el Oeste). Pero como aquello tenía rato colapsado, ya se veía la masa de gente caminando rumbo a la Plaza Altamira, otro punto de reunión más al Oeste.

Momento ideal para decir que las estaciones de Metro que corren bajo la Avenida Francisco de Miranda, estaban cerradas. Ignoro cuántas cerraron hoy. Supe que una vez fueron 16; otra, 26; supongo que hoy serán muchas más. Pero no tengo información.

Esta zona no es muy representativa del país, porque por aquí vive mucha gente blanca o marroncita muy clara. Hoy en la calle había gente de todos los colores. Por supuesto que aparecieron los buhoneros, cuyo compromiso nunca es político, sino económico. Vendían desde pitos, gorros, sombreros, banderas, hasta franelas (T-shirts) de todas las tallas y colores. Unas a favor de la Unidad Democrática; otras, “Capriles Presidente”; otras, “Libertad para Leopoldo”, etc. Ninguna era roja, que es el color de la revolución gubenamental, pero de resto había de todos los colores.

Esto a lo mejor lo grabaron y saldrá en YouTube (el día era el mejor posible para grabar todo tipo de video), pero un grupito de negros tintos, tres muchachos y dos muchachas, provenientes del Este más Este de la ciudad, se estaban comprando franelas. Una de ellas decía (con una mala palabra tan popular que ya ofende a pocos): “¡¿Tú ves?! ¡Esta vaina no se consigue en Petare!”.  Y, lo máximo, los cinco se quitaron las franelas y camisas que llevaban, y se pusieron las nuevas que compraron. Me sorprendí, pero me encantó que un par de mujeres jóvenes y bonitas, se quitaran las blusas en plena calle, se quedarán en sostén y, rapidito, se pusieran la franela nueva.

Seguí caminando y vi a tres señores como de 70 años. Mayores, pero enteritos: uno tenía una bandera de Portugal: otro, de España; y el tercero, de Italia. Fueron esos que vinieron “a hacer la América”. Ellos no marchaban. Estaban en la acera mostrando sus banderas con máximo orgullo. A estos sí les hablé sacando voz de dónde no tengo. Les dije: “¡Obrigada”, “Muchas gracias”, “Mille grazie!”. Me respondieron en sus respectivos idiomas felices y encantados. Señores que hicieron su familia aquí, que trabajaron más de 50 años y que ahora, sus hijos y nietos, han emigrado a Europa. Muchachos universitarios, primera generación de graduados universitarios, que están trabajando en Europa como vigilantes en garitas; vendedoras de sweaters en el Corte Inglés; mesoneros en bares populares. Eso lo sé. No estoy inventando.

El asunto es que la marcha se trancó a la altura de la Plaza Altamira. Allí es el cruce de la ancha ave. Francisco de Miranda, que corre de Este a Oeste, y dos anchas avenidas de 4 canales cada una, que corren, una sube hacia la montaña “El Ávila” de Sur a Norte y la otra, en bajada de la montaña: de Norte a Sur.

Allí, serpenteando entre la gente, llegué a la Plaza Altamira y logré meterme dentro de un jardín de capachos amarillos (¡en donde uno no debe entrar!). Lo hice con suma cautela, pisando la tierrita y serpenteando aún más para no tropezar ningún capacho.  Una señora joven me tomó una foto. Le susurré que si me la podía mandar por wasap o email; me prometió hacerlo esta noche, porque cuando hay tanta gente y tanta marcha, las comunicaciones colapsan. Esto lo sabemos desde siempre, así que no nos angustiamos. Ah, la señora me dijo que qué estaba haciendo ahí, que debería haberme quedado en mi casa. Asentí. “¡PERO NO SE LE OCURRA AGARRAR POR LA AUTOPISTA, ALLÍ SIEMPRE NOS ECHAN GASES LAGRIMÓGENOS!”. Le aseguré que tan pronto empezara la marcha (porque lo que estábamos era “concentrados”), regresaría a mi casa. Y esa cosa tan venezolana, nos abrazamos, nos besamos y nos despedimos. Me dijo que me iba a mandar el nombre y el teléfono del neumonólogo de su mamá. Se lo agradecí asintiendo y sonriendo.

La verdad es que estaba muy agotada, jadeante, sin aire y me dolía el pecho y la cabeza. Por milagro conseguí un banco en la sombra. Allí me senté a presenciar el espectáculo, que no pude detallar muy bien por la enorme cantidad de gente.

En la Ave Francisco Miranda habían puesto (no sé si un carro o una tarima, porque no lo podía ver) para que, micrófono -¡macrófono!- en mano, se subieran allí a hablar las “personalidades”. Le vi la cabecita al alcalde de Chacao, un muchacho que se llama Ramón Muchacho; luego habló un diputado; después un suplente de otro diputado, creo. Se me confirmó que por primera vez los que se proclaman líderes de la oposición, están marchando y dando la cara de primeritos. Tragando “gas del bueno” como le decía nuestro presidente anterior, el que falleció y dejó asignado al presidente que tenemos ahora. Al final habló el organizador de la marcha en el “punto Altamira”. Ninguno de los discursos fue largo, violento, encendido. Todo con mucho civismo y mucho carácter: la violación a la Constitución, el autogolpe que le dio el Tribunal Supremo de Justicia a la Asamblea Nacional; los muertos, heridos, desaparecidos y torturados en estas últimas semanas; la Guardia ignorando los saqueos e incendios que han ocurrido; los presos políticos; la imposibilidad de estar plenamente informados. Nadie mencionó el papel que están jugando las Fuerzas Armadas y la Guardia del Pueblo en estos momentos. Sólo la referencia a lo de los saqueos. Y fue una brevísima referencia.

Por supuesto que allí sentada oí otras cosas, pero aquí no puedo ser objetiva para nada. Un ejemplo, una señora muy alarmada, le dijo a otra, que acababa de recibir un mensaje de “La Vega”, zona altamente popular en el Oeste de la ciudad: que un “colectivo” (paramilitares), un motorizado con un “parrillero” (el que va sentado detrás del que conduce la moto), pasaron a toda velocidad intentando atropellar a los marchantes que habían salido de ese punto de la ciudad. El parrillero, para amedrentar, iba disparando al aire. La masa le cayó encima, los tumbaron de la moto, desarmaron al parrillero y comenzaron a caerle a golpes. La Guardia Nacional, “El Honor es su Divisa” (ése es su epíteto decorativo), intervino y salvó a los dos “colectivos”, pues iban a ser linchados. Mientras los salvaban, la gente les desbarató la moto hasta romperle el tanque de gasolina y, para rematar, le tiraron un cigarrito encendido. Moto achicharrada.

Pero esto es una anécdota. Se lo oí decir a una señora que no conozco, mucho menos, a la persona que le avisó. Puede que sea mentira o exageración. A la gente no le cuesta mucho trabajo ponerse histérica y exagerar. Ahora bien, desde hace tiempo se sabe que hay linchamientos en las zonas más pobres del país. Pero de esto no se habla. Nos enteramos, porque conocemos a personas que viven en esos barrios y nos cuentan con horror. “Barrio”, en Venezuela, equivale a lo que en Puerto Rico llaman “arrabal” y en Brasil, “fabela”. Les recuerdo que este detallado escrito es para mi familia y amigos que viven en el exterior, muchos de ellos, extranjeros.

Volvamos al banco en la sombra. Seguí allí sentada detallando todo lo que la gente traía entre las manos: banderas, botellitas de aguas, bolsas de papitas, cambures, bubu vuvuselas. No vi armas. No vi rolos ni bates. No vi cabillas enrolladas con papel periódico. Ni bombas molotov. Nada.

Han pedido a los padres que no lleven a sus hijos a las marchas… por allí se apareció un matrimonio joven con una niña como de 10 años, un varón como de siete, y un niñito como de un año en su cochecito. El padre traía un letrero: “YO TRAIGO A MIS HIJOS PARA QUE APRENDAN A DEFENDER A VENEZUELA”.

Leí muchos carteles: “¡Basta de corrupción!; ¡Dejen de robar!; ¡Tenemos hambre, ¿entienden?!; “Elecciones y libertad”; “Robo, robo y más robo”; “Esto se llama autogolpe, autogolpe es dictadura”.

Me sorprendió no leer ofensas, amenazas monstruosas, obscenidades ni maldiciones. Supongo que en otros puntos de la ciudad sí habrán apelado a ese tipo de carteles. Los he leído por internet.

¡Y por fin comenzó la marcha! Una gran cantidad de gente empezó a bajar por las dos avenidas paralelas hacia la autopista, pero como había tanta gente y aquello no avanzaba, otro paquete nutrido de manifestantes siguió de largo por la Francisco de Miranda hacia el Oeste. Olvidé mencionar que las marchas salían de 23 ó 26 puntos de la ciudad. De cuanto punto cardinal exista o deseemos inventar. Caracas colapsada de marchantes.

Con dificultad tomé aliento y comencé el regreso a mi casa. Qué emoción ver a un montón de viejitos con bastones y andaderas caminando a duras penas en lo que ya sí era la retaguardia de la marcha. Venían acompañados por jóvenes y/o enfermeras privadas. Pero no eran los últimos, detrás de ellos se seguía sumando la gente de todas las edades y colores, sólo que ya no era una masa compacta que podría atropellar a los más débiles (o a los más chiquitos como yo).

Llegando a la ave Rómulo Gallegos, oí un helicóptero a la distancia. Lejos. De inmediato me metí en el supermercado. Lo menos que necesitan mis pulmones es gas lacrimógeno o cualquier olor: gasolina, perfume.

El supermercado estaba vacío, porque no había nada qué comprar (ayer la gente arrasó con todo tal y como siempre sucede, compras nerviosas que llaman). Vacío, porque medio mundo estaba marchando y porque las personas que hacen colas desde la medianoche, esperando a ver qué venden y que tenga precio regulado, no fueron. Se sabía que hoy no había nada qué comprar.

Allí me senté en una de las sillitas que tienen en la cafetería, en donde no había nadie atendiendo. Nada qué vender. Y respiré y respiré y respiré. Cuando me sentí mejor, me compré un yogurt para poderme comer algo con los analgésicos. Hambre no tengo.

En este momento son las 3:15, he escrito esto despacitico porque tengo CNN prendido. Ya varias veces han salido imágenes de enfrentamientos de la Guardia Nacional con jóvenes manifestantes. Por lo poquito que pude ver, los gases lacrimógenos son en la autopista y en una avenida que corre paralela a ella.

En algún momento me enteraré de otros acontecimientos. Aquí sólo quiero insistir que la gente que vi, toda variopinta ella, marchaba en serio y en actitud pacífica. Seriedad cívica. Ninguna actitud violenta en las personas de los tres puntos que vi: Plaza Millenium, Parque del Este-Parque Cristal, Plaza Altamira, y el gran número de manifestantes, provenientes de la urbanización adjunta a Altamira: La Castellana.

Ya estoy en mi casa. No pienso salir más. Mañana, tampoco. Tengo otros Advils y el vaporizador de mi abuela, que por lo menos tiene 80 años y funciona que es una maravilla.

Informé lo que vi, pero Caracas es una metrópoli conformada por un montón de micro países. No sé qué está pasando más allá.

Iré mandando esto por email, wasap, Messenger. Poco a poco, porque me sigue doliendo la cabeza.

Un abrazo para todos.

19 abril 1810 – 19 abril 2017

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