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La nueva caricatura

La caricatura del venezolano en la imagen de Juan Bimba ironizó en los años treinta el país que iniciaba su aventura petrolera, es decir, el país agrario. Se asegura que su popularidad se debe a Andrés Eloy Blanco y a los tiempos de Fantoches: sombrero de paja, alpargatas y un bollo de pan saliendo del bolsillo de los pantalones de dril arremangados a media pierna. Era el “alma buena”, venezolana, campesina; sana pero apendejeada en contraste con el Camaleón de paltó levita y pumpá que personificaba al burgués ambicioso y al político oportunista, socarrón y perverso. Con el petróleo, ¿dejamos de ser Juan Bimba? Creo que lo seguimos siendo pero con otra vestimenta, otros modales, otro tiempo y bajo otro cielo. Juan Bimba expresaba al país rural. El actual representaría a una Venezuela en escombros.

Una nueva caricatura mostraría no al Juan Bimba de sombrero de paja y alpargatas sino a un personaje con chancletas de plástico. En el mejor de los casos, suponiéndolo enchufado en el régimen militar, es decir, en el desgobierno, lo veríamos con botas militares pero con las suelas despegadas dejando ver los dedos de los pies o, si se quiere, con botas safaris como las que debió usar Juan Carlos Borbón mientras se deleitaba matando elefantes en África no obstante ser presidente honorario de la Asociación Protectora de Animales: botas safaris, pero igual de desdentadas. El pumpá achatado, y muy raído el traje de vestir. El personaje aparecería recostado al pie de una torre petrolera o de un balancín oxidados, hechos pedazos, y en el cielo encapotado una ave enorme, fea, estentórea: lo que se llama un pajarraco enardecido revoloteándole encima piando: “¡A la batalla! ¡A la batalla!”.

¿El título de la nueva caricatura? “¡Venezuela ha madurado!”.

¿De qué podrían acusar a esta caricatura o al caricaturista? No pareciera estar desestabilizando al régimen o traicionando a la patria. En cualquier caso, después de que Obama puso su firma y convirtió en ley un proyecto aprobado por el Congreso estadounidense que sanciona los abusos y desmanes bolivarianos negando visas y congelando dineros mal habidos, el régimen será más cauteloso y pensará mejor si va o no a torturar en el Helicoide al caricaturista, delatado por los miserables patriotas cooperantes, porque lo que él ha hecho con el Juan Bimba bolivariano es convertir una observación objetiva en una imagen subjetiva del descalabro del país. Una acción no prevista en el Código Penal. Su dibujo, la intención de su observación responde a un impulso irónico, mordaz, humorístico cuyo propósito no es borrar del mapa político a un régimen repelente, sino expresar nuestro anhelo de transformar la realidad “bolivariana” en algo más noble y esperanzador. Situarla en el ámbito no de lo verificable, sino bajo el dominio de los deseos, de los anhelos de la población por mejorar su situación de pobreza y despedirse de sus aflicciones.

Una caricatura como la descrita sería el equivalente del famoso espejo que a Stendhal le gustaba poner (a un lado del camino llamando “novela”) para referir lo que el espejo fuese mostrando. No se trata de convertir al Juan Bimba rural en el espantapájaros con sesos de aserrín que conocí cuando era niño mientras canturreaba al lado de Judy Garland por el camino de ladrillos amarillos rumbo a Ciudad Esmeralda para encontrarnos con el mago de Oz.

Pero el derrumbe de la torre petrolera es un hecho; lo es el aspecto de ruina que muestra la caricatura. Imagen de un país que se desintegra, que se desvanece; inseguro e insolvente. Un gobierno prófugo, un régimen militar corrupto y desprestigiado y un pueblo desamparado, mal alimentado, pasivo, estupefacto y taciturno, que en lugar de alpargatas usa chancletas de plástico o botas militares con las suelas despegadas, pero que sigue siendo el mismo Juan Bimba atontado que también he sido yo en todas las repúblicas que me han visto indeciso y medio bolsiclón, víctima eterna del perverso Camaleón de pumpá y paltó levita.

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