La violencia es el arma de los que perdieron la razón
La violencia, desde tiempos muy remotos, ha sido asociada a la idea de poseer la fuerza o el poder.
Los regímenes totalitarios prácticamente la convirtieron en su esencia, ya que descubrieron que la mejor manera de conservar el poder de un grupo inicialmente minoritario, era atemorizar a los ciudadanos con todo el peso del Estado.
En ese sentido no existen diferencias sustanciales, como bien lo explicó Hannah Arendt, entre el comunismo y el fascismo.
En realidad, como lo expresa la sabiduría popular, es el caso típico de los extremos que se tocan. Ejemplos de esta práctica reiterada de someter a la población por el miedo abundan en el siglo XX, siendo los más conspicuos, por el monto de crímenes de diversas modalidades, Stalin, Mao, Pol Pot, todos los Kim de Corea del Norte, los hermanos Castro en Cuba y, ahora, la versión venezolana encarnada en una represión disparatada que pretende acallar la voluntad de un pueblo que lo único que exige es elecciones libres, alimentos y medicinas para sobrevivir y restablecimiento de la Constitución, como único mecanismo válido para resolver los conflictos políticos.
Ahora ante las arremetidas, cada día más violentas de la Guardia Nacional, vale la pena recordar esa estrofa del poema de César Vallejo: «Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas o los heraldos negros que nos manda la muerte».
