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Las armas de la República

El jueves, 17 de enero de 2002 escribimos el artículo con este título, que hoy reescribimos, para revivir nuestro pensamiento, que siempre ha estado en perfecta armonía con la visión que desde entonces tuvimos y revivimos a cada instante, para tratar de detener, lo que siempre creímos, conociendo el personaje autor y promotor de esta fracasada “revolución”, “la desnaturalización de las Fuerzas Armadas”. Hoy, como siempre, recurrimos a la visión sensata de la mayoría de los venezolanos, que con acción valiente, enfrentan la insidiosa y desidiosa acción descarada de quienes sabiéndose perdidos o derrotados, pretenden con descaro mantenerse en el poder, tras el engaño  “revolucionario” con el que han querido mantener la división social creada por Chávez, a quien siempre calificamos de inconsciente e insensato ignorante, que valiéndose del poder de las armas de la República, insurgio ante un gobierno legítimo, para crear la claqué que hoy tenemos, “…unas fuerzas armadas, constituidas en una organización ensimismadas, donde todo sirve solo al interés de sus integrantes y dirigidas al servicio de un gobierno que las conduce como una organización pretoriana, contraria a los establecido en la Constitución”.

Este es el texto del artículo:

“Los venezolanos profesionales de las armas (los militares) se sienten acorralados ante dos disyuntivas: creer que las armas que portan son de la Republica o son armas políticas del gobierno. No hay miramientos ni dudas, tampoco puede haber equivocaciones, al saber que el gobierno es de la Republica, pero también lo son sus ciudadanos, revolucionarios o no y el gobierno es de todos los ciudadanos cuyo trato debe ser igual para todos. Es insensato pensar, que puedan dividirse los ciudadanos de una república en revolucionarios y opositores. De hecho, desde hace mucho tiempo se viene luchando por eliminar la diferenciación de clases, donde el gobierno populista asume el amparo discriminado de los que en un sentido coloquial, pero denigrante se les llama marginales o desposeídos. Son en realidad, los pobres de espíritu que se creen a sí mismos los abandonados del poder del Estado, sin darse cuenta de que ellos mismos han creado su propia marginalidad por su indiferencia, aupados por el venenoso y distorsionador discurso de otros marginales, que usufructúan la magia del convencimiento engañoso del mesianismo Es indiscutible que la marginalidad es un auto-insumo derivado de la pobreza espiritual.

Ese serpentoso vaho, que sin ser entendido es digerido por los indiferentes que siguen al líder mesiánico. Es esta la primera y más peligrosa arma de la Re pública: el engaño.

Saben los militares, porque para ello se forman, que son integrantes del cuerpo armado que garantiza la soberanía nacional y no simples adláteres mercenarios del gobierno de turno. Saben, que entre los pilares fundamentales de la Institución están: la obediencia y la subordinación, ambas debidas al necesario y fundamental principio de la unidad institucional, que se alberga en la disciplina lógica para la creación de la unidad y el espíritu de cuerpo, en función de la misión constitucional de la Institución armada, cuya letra es clara y precisa en el cuerpo de la Constitución. «Una Institución del Estado y para el Estado” y no al servicio de parcialidad política o persona, aunque esta sea el jefe del Estado muy democráticamente elegido, si decidiere imponer cualquier política de manera inconsulta, tanto de los otros poderes públicos o en claro enfrentamiento del colectivo o parcialidad de este.

Está establecido en la Constitución, que algunos actos que impliquen cambios fundamentales del status quo, bien por colisión contra ella o por innovación no contempladas, requieren de referendo o aprobación especial del colectivo (pueblo elector y no de sus representantes). Especialmente cuando sean actos revolucionarios que no pueden estar encuadrados, ni pueden ser entendibles dentro del espíritu constitucional. Las revoluciones se imponen, no se decretan. Por lo tanto, son inconstitucionales. Por ello, mal puede pensarse que las armas de la República pueden apoyar revolución alguna, al menos, en una nación civilizada. Es por la tanto una insensatez, el querer entender, que las armas de la República o de las Fuerzas Armadas, puedan servir para imponer caprichos gubernamentales. Decir que las armas de la República son de una revolución, es una manifestación de inconsciencia y un abusivo uso del poder gubernamental que no lo otorga ningún acto normativo en Estado alguno. Las revoluciones en estados de derecho son violaciones flagrantes del patriotismo y actos de traición al colectivo nacional.

Da vergüenza y se siente pena ajena, cuando de boca del Presidente Chávez, de algunos ministros majaderos y, más aún, de un miembro del mando militar, se oiga declarar o quieran hacer entender, que las armas que portan las Fuerzas Armadas, puedan estar al servicio de revolución alguna. Es, más que una violación al juramento del fiel cumplimiento del compromiso de servicio, una traición a la patria.

Si usar las armas es una insensatez, más lo es pensar en hacerlo. Las armas solo sirven para destruir con la máxima aplicación de la fuerza y se imponen cuando es imposible el imperio de la razón y la convicción de la palabra. Es la violencia indómita alejada del capricho, por lo que se les institucionaliza y se les pone al resguardo de mentes preclaras y sensatas que no tienen dudas de cuál es su fin. Las armas están allí. Su poder se divulga para que el solo conocimiento de lo que son capaces, sirva de disuasión, pero antes que la amenaza de su uso, debe existir la conciencia del efecto que esto puede producir, ya que la amenaza es un acto de cobardía o de sin razón.

Pensar en usar las armas de la República contra los connacionales, es poner desenfreno al pensamiento y, en el caso del Presidente, es olvidar que ya una vez violó el juramento a la patria y las mal utilizó para su empresa particular. En esa oportunidad, contó con el perdón del colectivo, quien hizo valer el fundamento motivador de su acción de insurgencia para perdonarlo, pero correría el riesgo de la rebelión nacional en su contra, si pretende volver a utilizar las armas de la República para satisfacer un capricho revolucionario que nadie quiere. Es una falacia a más de aventura, pensar en una revolución pacífica por contradictoria y, un autoengaño pensar que puede cambiar los términos de un mandato surgido del voto popular, para satisfacer el capricho de un ideal personal sin pie ni cabeza y con derivaciones irracionales. Más grave aún, contando con el apoyo de mandos militares que son testigos de acciones perversas, de radicalizaciones y de privilegios, inclusive en perjuicio de sus mismos compañeros. Olvidan, que todo se sabe y que no hay nada oculto bajo el sol. Es triste la compra de conciencia, pero más triste es la venta y la aceptación.

Pero al margen del poder de la fuerza, siempre ha surgido un poder mayor que es el poder de la palabra. Las armas de la guerra maten, pero la palabra construye el pensamiento, instruye y convence. O es que se ha olvidado una expresión mal entendida y transformada por muchos como un ideal: “por ahora”. No queremos entender que ese por ahora quiso decir, guardar las armas para aplicarlas luego. Si esto es así, es una acción traicionera, fundamentada en el engaño.

No se puede dejar de reconocer la tranquilidad que se produjo en el país con el discurso sin agresividad en la Asamblea Nacional, pareció entonces que todo el conglomerado pensante estuvo a la expectativa esperando la arremetida, la cual volvió. Lo que ha sido la constante de lo que ha llamado la revolución pacífica, pero con armas después del 10D, fundamentada en el discurso agresivo, que se ha transformado en la división y merma de sus partidarios y la unificación de los grupos que le son disidentes u opositores. Pareciera, que el rumbo de su liderazgo estuviera engulléndose conforme al pensamiento que tanto repite: ‘la revolución se come a sus hijos’. Entonces, ¿para que las armas?

Los vientos parecieran no ser favorables. Se habla de insubordinaciones en diferentes ramas del poder público incluyendo a la FAN y la merma en el apoyo popular. Hay manifiestos y críticas directas por tolerancia en la corrupción, el privilegio de algunos, la falta de sindéresis y sano juicio en al liderazgo, la marginalización del discurso, la chabacanería en el lenguaje, la ignorancia del intelecto, la improvisación en el accionar, la exaltación de la marginalidad y de la miseria. La soberbia radicalizada en el mito de la autosuficiencia y la intolerancia e inadmisibilidad de la disidencia Estos, sin proponérselo, son trastornos antirrevolucionarios cuya única arma de ataque es la racionalidad”.

Hoy, 18 años después, ha comenzado a revertirse la situación y a cumplirse el pronóstico lógico del pensamiento militar, como es de constitución y ley. Nada ni nadie podrá utilizar el Poder del Estado para impedir que las armas de la República vuelvan a su estatus constitucional en democracia.

@Enriqueprietos

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