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Laurent Bouvet: El islamismo, la izquierda y el complejo colonial

FIGAROVOX/GRAN ENTREVISTA –  En una entrevista corriente, Laurent Bouvet descifra los orígenes y los engranajes del islam-izquierdismo. En búsqueda de un nuevo proletariado, esa izquierda enceguecida ve en los islamistas condenados de la tierra que hay que defender.

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Laurent Bouvet es profesor de Ciencias políticas en la Universidad de Versailles-Saint Quentin-en-Yvelines. Publicó L’insécurité culturelle con Fayard en 2015.

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FIGAROVOX.- ¿Cómo explica usted la dificultad que tiene una parte de la intelectualidad de izquierda en pensar en el islamismo sino también en pronunciar su nombre? ¿Acaso la comunidad musulmana se ha convertido en el nuevo proletariado de cierta izquierda?

Sin duda hay varias explicaciones posibles en lo que es para ciertos intelectuales, periodistas, investigadores… una ceguera, más o menos voluntaria y para otros, no muy numerosos de hecho, un escogencia determinada, política, incluso ideológica. Privilegiaría aquí como explicación estructural lo que podríamos llamar el complejo colonial.

En el caso francés especialmente y en el europeo más ampliamente, la colonización tuvo que ver particularmente con poblaciones de religión musulmana. Desde la descolonización, por una parte y el fin de las grandes narraciones de la emancipación nacionalista o imperialista por otra parte, una forma de pensamiento, y le desde ahora en adelante insuperables “estudios” consiguientes en el mundo universitario post-colonial, se ha desarrollado. Se apoya sobre una idea sencilla: el hombre blanco, europeo, occidental cristiano (y también judío) ha permanecido siendo fundamentalmente un colonizador en vista de los rasgos que le serían propios (como esencialmente): racista, imperialista, dominador, etc. Por consiguiente, los antiguos colonizados han seguido siendo dominados, víctimas de ese hombre blanco, europeo, occidental judeo-cristiano.

A parir de la década de 1970, con ocasión de la crisis económica que comienza y la instalación de la inmigración proveniente de los antiguos países colonizados, ese pensamiento postcolonial va a fagocitar en cierto modo el pensamiento de la emancipación obrera clásica encarnada notablemente en el socialismo. La figura de “condenado de la tierra ” va a reducirse así poco a poco al antiguo colonizado, de ahora en adelante inmigrante, es decir aquel que es diferente, que es “el otro”, ya no principalmente en razón de sus país de origen, del color de su piel, de su origen étnico, luego, más recientemente, de su religión. Y ello, en el propio momento en que la lecturas renovadas y radicalizadas del islam, se convierten en herramientas contestarías de los regímenes que hay en el mundo árabe-musulmán.

Toda una parte de la izquierda, política, asociativa, sindical, intelectual …huérfana de la gran narración.

Toda un parte de la izquierda va a encontrar en ese combate en esos nuevos condenados de la tierra su razón de ser mientras se convierte muy ampliamente en las diferentes formas del liberalismo. Político con los derechos Humanos y la democracia liberal contra los residuos del totalitarismo comunista; económico con la ley del mercado y el capitalismos financiero contra el estatismo y el keynesianismo; cultural con la emancipación en razón de la identidad propia de cada uno en vez de la colectiva. En Francia, la forma de antirracismo que se desarrolla en la década de 1980 bajo la izquierda en el poder es buen testimonio de esa evolución.

A partir de allí, uno puede desarrollar fácilmente la historia de los 30-40 últimos años para llegar a la situación actual. Estar del lado de los dominados permite que uno se dé una capacidad moral hacia una menta política mientras uno haya renunciado, en los hechos si no en el discurso, a toda idea emancipadora colectiva y de transformación de la sociedad de manera distinta que a través de la atribución de derechos individuales a las víctimas y a los dominados precisamente. A partir del  momento en el que esas víctimas y esos dominados se encarnan en la figura de “el otro” que no es uno, no puede en ningún caso estar equivocados y todo lo que hacen, dicen, reivindican, etc. es un elemento de su identidad de víctima y de dominado.

En tal marco, el hombre blanco, europeo, occidental, judeo-cristiano… no puede nunca más, por construcción, tener razón, cualquiera lo que diga o haga es para siempre culpable y dominador.

Para toda una parte de la izquierda, notablemente por parte de los intelectuales, todo esto se ha convertido en una doxa. Todo cuestionamiento, toda puesta en duda, al considerarse toda crítica a la vez como una incomprensión trágica de la sociedad, de la Historia y verdaderas posturas contemporáneas, como un atentado insoportable al bien, a la sola y única moral, y como el signo de una actitud profundamente reaccionaria, racista “islamofóbica”, etc. Es por esa razón, me parece, que hoy uno halla en el debate intelectual y más ampliamente público, una violencia que uno había olvidado desde la época de la Guerra fría. Todo desacuerdo, todo matiz, todo cuestionamiento es inmediatamente descalificada.

¿Ha sido acaso resquebrajada  esa doxa con el retorno de lo trágico en la historia que estamos presenciando desde los atentados del 2001 en los Estados Unidos?

La aparición desde hace unos quince años en el suelo occidental (y su intensificación en Francia particularmente en los últimos años) de un terrorismo islamista que extiende el djihad que se lleva a  cabo en los países árabes en particular no ha mermado esa doxa. En tal marco, el terrorista es en primer lugar y antes que todo considerad él también como una misma víctima incluso si su acto es condenado como tal. Víctima de la condición social en la que se hallan las poblaciones surgidas de la inmigración  (guetos urbanos, desempleo masivo…) víctima de la manera como se le trata por ser creyente, víctima de la “islamofobia” del “laicismo a la francesa”, del “racismo de Estado”… víctima incluso, tal como lo vimos después del atentado de Niza, de una sociedad occidental que pervierte al individuo (bisexualidad, divorcio, alcoholismo, depresión…) Dentro de tal esquema, el islamista no es pues jamás responsable de sus actos. Es a la sociedad occidental, a la que en primer lugar, y antes que todo, culpar, somos “nosotros” quienes somos los verdaderos responsables de lo que nos pasa. Puede subrayarse, por lo demás, en tal propósito, que resulta por lo memos extraño por no decir cómico que con frecuencia sean los mismos que la niegan todo carácter islamista a un acto terrorista y que llaman, sobre todo a no amalgamar entre el autor del  acto y el conjunto de los musulmanes.

Desde luego, resulta difícil debatir serenamente y sobre todo eficazmente en cuanto a la actitud que hay que adoptar frente al terrorismo islamista, a las políticas que hay que implementar, los cambios que hay que introducir tanto en nuestras leyes como en nuestros hábitos. Si no fuera tan solo que frente a esa forma de negar lo real que practica una parte de la izquierda, se construye una fuerza que va hasta rechazar incluso la existencia de franceses musulmanes e incluso ella misma edificada sobre el desarrollo de una identidad (francesa, europea, blanca, occidental, judeo-cristiana…) reivindicada como “sola y verdadera”. Se desprende que hoy uno se halle en parte a la derecha y a la extrema derecha. No puede uno satisfacerse con un debate que opone, tal como frecuentemente es el caso hoy en día, de una izquierda de la negación y  una derecha del rechazo. No sólo porque está viciado intelectualmente sino porque no puede conducir  sino a lo peor.

¿Cómo explicar el deslizamiento histórico de una izquierda ampliamente anticlerical cuando se enfrentaba a la Iglesia hacia una izquierda muy defensiva cuando se trate de aplicar el marco del laicismo al Islam

Fuera de, muy ampliamente, por razones que acabo de describir, de que parte de esa izquierda secularizada durante décadas había hallado un sustituto religioso en la creencia ideológica comunista en particular – uno puede recordar por lo demás, y de paso, que la ideología y la religión funcionan de la misma manera como representación invertida de la realidad en Marx. El derrumbe de las grandes narraciones ideológicas del siglo XX ha dejado a esa izquierda desordenada. El hecho de ya no poder oponer la Verdad a lo real le resultaba, de cierto modo insoportable. De allí la rápida transformación, en los años 1990-2000, del pensamiento post-colonialista en una forma ideológica autónoma y sobre determinante (mientras que antes podía incluso incluirse en la narración comunista global).

La relación entre esa y la Iglesia ha seguido siendo la misma que la del período precedente, aliándose de una forma de anticlericalismo radical visceral a la condenación retrógrada de la Iglesia sobre la cuestión de costumbres en particular – se vio bien en el momento de “matrimonio para todos”. El laicismo dejando de ser aquí ni discutido ni discutible de cierto modo. Incluso si sobre otras materias, la Iglesia es más bien considerada  como una aliada a la izquierda. Es el caso en lo que concierne a la bienvenida a los inmigrantes por ejemplo.

En revancha, la relación con el Islam es ella bien nueva. Esa religión, incluso bajo sus formas más radicales, no es considerada en primer lugar y sobre todo como una religión, como un posible “opio del pueblo”, sino como uno de los rasgos de identidad específicos  y de los dominados del mundo post-colonial. Lo que ha llevado a cosas extrañas sobre el plano filosófico, como la defensa del velo islámico a nombre de la libertad individual por partes de los responsables o los militantes políticos que se dicen del marxismo. Se vuelve a pensar aquí, por ejemplo, en el episodio de la joven candidata del NPA que llevaba el velo en las regionales de 2010 en región PACA a quien por ese motivo había sido defendida por Olivier Besancenot notablemente.

Se presta asistencia pues, muy ampliamente, en el seno de la izquierda, a todas las familias políticas confundidas, bajo esos dos calibres dos medidas sorprendentes sobre el laicismo. Así, otro ejemplo, cierto número de elegidos de izquierda se hallan dispuestos a desearles públicamente a los musulmanes buenas fiestas con ocasión dl fin del Ramadán, sin hacerlo para otras religiones. Pero me luce difícil adaptar su actitud en función de tal o tal otra religión. Me parece difícil darle bienvenida a una ceremonia de ruptura del ayuno en una alcaldía mientras se prohíbe la cuna de Navidad para tomar otro ejemplo. El laicismo debería simplemente ordenar a los elegidos que no se ocupen de religión en el  marco de sus funciones.

¿Qué piensa usted de las numerosas referencias a la Segunda Guerra mundial, al régimen de Vichy para hablar del estado de urgencia o del paralelo entre los musulmanes y los judíos?

Siempre soy muy circunspecto en cuanto a las evocaciones históricas de ese género respecto de la situación actual. Tanto más en cuanto ellas sirven mucho, desde hace algunos años, para descalificar al adversario, con la explosión de las redes sociales, para descalificar. Es el famoso Ley punto Godwin que pretende que en una conversación en una red social, en un momento dado, en el cuadro de un desacuerdo, a uno se le trate de nazi. En lo que concierne al estado de urgencia, no hay necesidad de evocar a Vichy. Basta simplemente comprar lo que es estado de urgencia en un gran país democrático, en un estado de derecho sólido como Francia, con el que acaba de ser decretado por Endorgan en Turquía. La evocación sin más precaución en el debate francés de Vichy durante estas últimas semanas a propósito del estado de urgencia o de la utilización del 49.e por el gobierno es simplemente ridícula. Son testimonio, más profundamente, me parece, del desarreglo por una parte, reducido y extremo, de la izquierda a la que sólo le queda eso por tratar de hacerse oír porque su peso político está tan reducido que ella es simplemente inaudible. Es la misma lógica que la de la violencia simbólica y a veces física que surge regularmente de esa extrema izquierda, sobre las redes sociales, en las manifestaciones.

En cuanto al paralelo entre judíos y musulmanes como chivos expiatorios, allí también, cuidado.

Además, la comparación histórica ociosa que consiste en hacer de los musulmanes de hoy lo que eran los judíos de ayer en la época nazi, la situación no es nada comparable. Nadie extermina en masa a los musulmanes y ni siquiera se ha tratado de hacerlo. Y los muertos musulmanes de hoy en el mundo por causa de la guerra o del terrorismo lo son en primer lugar bajo os disparos de otros musulmanes. No estoy seguro de que tal comparación sirva al propósito de quienes se arriesgan a ella.

En Francia, hoy en día, si bien hay formas de racismo anti-musulmán que se expresan, y a veces actos que se comete, además de ser reprimibles y de que se reprimen – pienso notablemente en las herramientas implementadas por la DILCRA [Delegación Interministerial para la lucha contra el racismo y el antisemitismo], particularmente desde hace 4 años para mejorar los señalamientos y conducir a persecuciones penales- no ha habido musulmán que haya sido asesinado en razón de su religión, en Francia –con excepción de los militares matados por Merah en 2012 y del policía abatido en el boulevard Richard Lenoir por los hermanos Koiuachi en enero de 2015. Y, lo que es más, fueron matados, sin duda, sobre todo porque solo portaban el uniforme en razón de su supuesta confesión. Y en todo caso, no se trata de crímenes “islamo-fóbicos”. Todos los musulmanes muertos en el atentado de Niza, por ejemplos, no fueron apuntados como tales. En el caso del antisemitismo, además de las palabras y los actos, numerosos, las víctimas de Merah en la escuela judía en 2012 o de Cooulibaly en el Hipermercado kosher en enero de 2015 lo fueron porque eran judías y fueron apuntadas como tales.

¿El conflicto israelí-palestino o las trazas de la Guerra de Argelia mantienen ese islam-izquierdismo? ¿Se ha convertido competencia victimaria en el motor de éste último?

Hay, sin que pueda descurtirse, en el seno de esta izquierda extrema de la que hablábamos antes, la tentación de volver a desempeñar permanentemente los conflictos coloniales o de importar en Francia los conflictos exteriores, como el que hay entre Israel y los palestinos. Ello se  ve con ocasión de manifestaciones tales como las del verano de 2014 a favor de Gaza o en las campañas de saboteo de los productos israelíes  por ejemplo. Afortunadamente, ello es limitado. Y si nunca se hallaran responsables mediáticos, políticos o sindicales para dar crédito a, o sostener,  esas acciones izquierdistas, no tendría eco alguno.

La ley del mercado se aplica también a la competencia victimaria. Es lo que se le escapa a toda esa izquierda que se pretende antiliberal porque se opone a la mundialización económica

Digamos, ara simplificar, que existe una forma de izquierdismo cultural que sobre pasa de lejos las fronteras del izquierdismo político. No sería tan molesto si el folklor al que conduce no culminara hoy, mientras que las circunstancias históricas son paralelamente graves, sobre una degradación del debate público, sobre una violencia verbal y simbólica con frecuencia odiosa, en todo caso fuera de proporción con la realidad de los hechos. Hace falta pues estar atento y no dejarse engañar, lo que no siempre es fácil, en particular sobre redes sociales.

La competencia victimaria reenvía a lo que dije más arriba con relación l pensamiento post-colonial. En tal concepción en la que no se ve a l otro que como una víctima de lo que uno mismo es, no puede haber entonces sino competencia  entre víctimas para obtener tal visibilidad, tal reconocimiento público, tal derecho particular, tal subvención, etc. El liberalismo no se detiene n el post-colonialismo. La ley del mercado se aplica también a la competencia victimaria. Es lo que le es capa visiblemente a toda esa izquierda que se pretende fuertemente antiliberal porque se opone a la mundialización económica o a la desreglamentación del trabajo pero que es muy liberal cuando se trata de cuestiones de identidad y culturales.

Frente a la cuestión del islamismo pero también de la inmigración musulmana, ¿es la dimensión cultural del Islam algo impensado?

Es una pregunta fundamental pero a la que no puedo responder puesto que no tengo el conocimiento necesario para ello.

Tan sólo puedo formular una hipótesis. Para mí, de lo que sé y de lo que puedo comprender, el islam como religión (por supuesto en el sentido de culto y cultural) , no es a priori incompatible con lo que uno puede llamar la modernidad occidental – la que se ha desplegado desde hace cinco siglos sobre el zócalo de la sociedad judeo-cristiana que uno hallaba en Europa. Es decir con la libertad individual (incluyendo la de no creer), la igualdad de los derechos, en particular entre hombres y mujeres, la democracia, el estado de derecho, etc. Ya no hay pues fatalidad ni “shock de civilización” en sí..

Evidentemente, hoy, en toda una parte del Islam, esa modernidad occidental es condenada y atacada porque ella lleva consigo valores y como modelo de sociedad. Me parece pues que le partido que se juega hoy no es entre el islam y Occidente sino entre islamismo y la negación del islamismo, tanto en el seno de las populaciones musulmanas como en las no musulmanas, en Occidente como en el mundo árabe-musulmán.

En su libro L’insécurité culturelle, usted defiende la noción de “común” para que la comunidad nacional se reencuentre alrededor de valores compartidos. Concretamente, ¿una proximidad cultural mínima no es ella también una condición necesaria de esa comunidad de valores?

Si, para que haya lo común, es necesario que hay una proximidad cultural y no sólo de principios o institucional. Es una evidencia.

Siendo la cuestión lo que uno mete en el término “cultural”. Una cultura no es algo paralizado, no es una esencia. Es un conjunto de referencias, de valores, de hábitos, etc. moviente y acumulativo. Es un vínculo entre quienes comparten la esencia pero es también un lugar de debate o de enfrentamiento, en el sentido que se le pueda dar. Hace poco hablábamos del Islam. Pero, lo que lo caracteriza, más allá del hecho de que es una religión, un vínculo entre los creyentes en el mismo dios. Es por lo demás lo que quieren reducir los islamitas al imponer una sola visión del Islam.

Más allá todavía, para mí, una cultura, la cultura, es precisamente el movimiento y la capacidad de mézclalo contrario mismo de la capacidad de mezcla y de la esencia. Es por lo demás lo que nos enseña nuestra propia historia, occidental, europea, ya que comenzamos con ello. La posibilidad del desacuerdo y de la vida en común a pesar de ese desacuerdo, luego de su superación a través de una nueva forma cultural que incluye los antiguos desacuerdos es toda la historia de nuestra cultura occidental.

Lo común permite precisamente la existencia de diferencias porque uno acepta el marco de conjunto en el que pueden expresarse. Es pues a la vez el fruto de un esfuerzo, de una voluntad, que no me atrevo a decir general, y al mismo tiempo el resultado de un largo proceso histórico origina choques y enfrentamientos. Es necesario a la vez quererlo y hacer lo que sea para ello y a la vez no considerarlo como algo paralizado y fijo de una vez por todas. Es por ello, por lo demás que, en Francia, la República es la expresión historia la más acabada de ese común que engloba y sobrepasa a la vez la larga Historia de Francia que la precedió. Se puede citar a Péguy cuando titulaba a uno de sus Cuadernos: “La República, una e indivisible, nuestro reino de Francia”.

Publicado en Le Figaro
Traducción de Carlos Armando Figueredo

 

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