El EditorialOpinión

Llegó la hora de la verdad

Venezuela no puede seguir viviendo entre las sombras de las falsas verdades y del engaño. Afirmar que somos un país rico, el mejor país del mundo, ha sido un mito que nos hemos creado a través de los años y que nos ha obnubilado la mente, impidiéndonos ver la realidad de una nación que venía empobreciéndose en el tiempo, mientras que una nomenclatura corrupta y avariciosa se enriquecía a escala nunca vista antes, a pesar de que el pasado tuvo sus lastres de corrupción.
Un país no es rico porque tenga petróleo, oro, diamantes, coltan, uranio y quién sabe qué otros recursos minerales se esconden aún en el subsuelo. Un país se puede considerar rico cuando el nivel educativo de su población es elevado, cuando la productividad de sus empresas es tal que pueden exportar los excedentes de su producción, cuando el imperio de la ley prevalece y las desigualdades sociales se reducen. También lo es si las instituciones del Estado no dependen de las veleidades o caprichos del mandatario de turno.
Venezuela ha sufrido en los últimos años una destrucción sistemática de sus instituciones, se impuso un modelo económico que privilegiaba las importaciones sobre las exportaciones, lo que condujo -al disminuirse los ingresos en divisas del gobierno- a la peor crisis alimentaria que haya existido en la historia de nuestra nación, salvo, tal vez, los episodios ocasionales de las diversas guerras intestinas que arrasaron con todo desde el inicio de la República.
La verdad que hay que develar es que hoy somos un país pobre porque no estamos en capacidad de generar las divisas necesarias para colmar nuestras necesidades básicas y porque se ha propiciado la emigración de la juventud venezolana educada y de muchos profesionales altamente calificados que hoy enriquecen a muchos países de la region.
También debemos decir que desgraciadamente la idea de la importancia de ejercer la función pública desapareció y fue sustituida por una actitud depredadora que la utiliza para enriquecerse lo más rápido posible e invertir esos haberes mal habidos en cualquier lugar del mundo menos en nuestro país.
Otra causa de nuestra actual situación ha sido la predominancia exagerada del sector militar en la conducción de los destinos del país como si fuesen de verdad los herederos de las montoneras que lucharon para alcanzar nuestra independencia.
El cambio ocurrirá cuando la única verdad en Venezuela sea el resultado del esfuerzo de millones de emprendedores que con sus iniciativas diversifiquen nuestra economía y no sigamos creyendo que la base de nuestra futura riqueza está únicamente en la extracción de los minerales de nuestro subsuelo.
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