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Los dioses deben estar locos

José Luis Zambrano Padauy

Recuerdo casi con una sonrisa comprimida, cuando en esos años ochenta de mis anhelos infantiles, pasaban repetidamente en la televisión, una película tan tonta como entretenida. Se llamaba “Los dioses deben estar locos”, cuyo título hacía honor más a un embrollo trastornado por una botella de refresco caída desde un avión en una recóndita tribu africana, que al hecho de jugársela con una trama compleja de mistificaciones.

Hoy he rememorado esa cinta cinematográfica con un tanto de estupor, pues su título fue lo primero que me vino a la mente, ante las raras transacciones económicas sucedidas a diarios en Venezuela.

Nadie con los sentidos bien puestos en materia monetaria, podría verle algo de lógica a la forma en la cual deben tranzar los ciudadanos su dinero, al momento de pagar los insumos cotidianos. El efectivo se ha vuelto una panacea. Se consigue muy poco para costear los productos a precios elevados.

Pero ahora el esquema que muchos están manejando, como peculiar estrategia para obtener mejores resultados, resulta ser una contradicción en todas las vertientes en que se analice: se paga por dinero en efectivo.

Estas alternativas de casas de cambio de la misma moneda suenan tan descabelladas como necesarias, cuando en el mercado informal se consiguen comestibles substancialmente más bajos en precio, en comparación con los supermercados, al momento de sufragarlos con dinero contante y sonante.

Este esquema con una rara sensación bursátil, es manejado con tanta regularidad, que hasta una tabla he podido observar, en la cual se perciben las diferencias sustanciales en llevar el dinero en efectivo en la cartera, que resguardado en una cuenta bancaria.

Estas negociaciones se trazan con el instinto brutal de los beneficios abusivos. Una persona efectúa una transferencia de un millón de bolívares a estos gestores de tasas improvisadas, recibiendo a cambio 500 mil, la mitad, sonando como una pérdida irremediable del sentido común y de recursos.

Ciertamente, aunque parezca una carencia de buen juicio o una falla mental, el verdadero resultado se ve en la práctica. Este venezolano podrá entonces comprar un kilo de arroz de dudosa calidad higiénica en 60 mil bolívares, mientras en los mercados serios se halla en 230 mil. La toma de decisiones está en poder comer ese día, más allá de arriesgar la propia salud o que para muchos se hayan perdido los cabales en esta batalla de supervivencia.

Por eso no es extraño que nuestra gente esté escapando como alma que lleva el diablo. Que cerca de un millón de personas haya cuantificado el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), al flujo migratorio venezolano en los últimos dos años, puede medir la preocupación del organismo internacional porque a nuestros compatriotas, los traten con la dignidad de quienes ven con urgencia, la necesidad de huir sin mediar en otra reflexiva.

Por eso ahora podremos ser calificados como “refugiados” en otros territorios, pues clamamos por un resguardo necesario a toda esta demencial nacional en la que se perdió toda lógica, así como también se pierde cada día todo el talento y la materia prima profesional por nuestras fronteras.

En la película, a la botella caída desde el cielo como un regalo de los dioses y que generó conflictos en la tribu al no saber cómo compartirla, la calificaron a la postre como “la cosa maligna”. Tal vez en nuestra realidad, desde Cuba nos han caído a botellazos o es la forma más primitiva de llamar al socialismo caribeño. Pero ciertamente, ya estamos al nivel de perder la cordura.

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@Joseluis5571

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