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Los olvidados

Las leyes, ordenanzas y normas dirigidas a preservar los derechos de esos conciudadanos y adaptar la ciudad y las edificaciones a sus necesidades específicas no son escasas, pero se las ignora de manera flagrante: defendidos en el papel, tienen que enfrentar la realidad desnudos

Es inevitable que en sistemas urbanos de las dimensiones y complejidad de las modernas metrópolis haya sectores sociales que queden relegados respecto a otros.

En el caso caraqueño destaca el de los habitantes de los barrios informales, inexplicable sobre todo por su escala: en ellos vive cerca de la mitad de la población de la ciudad, un porcentaje que supera largamente el del resto de las metrópolis de la región pese a la tan cacareada riqueza petrolera de la nación y de la modernidad de la que nos jactábamos no hace muchos años.

Pero relegados no quiere decir olvidados: ellos constituyen una masa poblacional demasiado grande que constantemente trata de ser seducida tanto por los políticos para conseguir que los favorezca con su voto, como por los mercados que intentan adaptar sus productos y costos a las necesidades y posibilidades de esa enorme cantidad de potenciales consumidores.

Que esos ofrecimientos se materialicen o no es otra cuestión, pero no hay duda en cuanto a que, de alguna manera, son tomados en cuenta. En cambio, las personas con discapacidad o movilidad reducida sí forman plenamente parte de eso que aquí se ha definido como los olvidados de la metrópoli, una parte de la población que no sólo ha sido invisibilizada sino casi siempre menospreciada por el resto de la ciudadanía.

Se trata de un grupo poblacional relativamente heterogéneo cuyo denominador común es justamente esa dificultad, de carácter permanente o temporal,  para desplazarse o valerse por sí mismos, de origen genético o causada por enfermedad o accidente.

También deben considerarse en ese grupo los niños y las personas que, a causa de la edad, ven disminuidas algunas facultades tales como la movilidad, la vista o la audición: no en vano Enrique Peñalosa, el ex-alcalde que contribuyó al renacimiento de Bogotá, decía que la ciudad ideal era aquella en la cual los ancianos y los niños pudieran moverse con total libertad.

Pero Caracas, lamentablemente, está muy lejos de ese ideal: el calamitoso estado de sus aceras, el desastre del transporte público (que hoy también afecta al Metro), la aventura que es atravesar cualquiera de sus avenidas incluso en un semáforo peatonal, ponen a prueba hasta a las personas más jóvenes y en pleno uso de sus facultades; para las personas con discapacidad, los ancianos y los niños que osan moverse solos en esta ciudad se trata de una operación casi suicida.

Y eso sin considerar el estado de anarquía reinante en las calles ante el colapso del tráfico y la deserción de los agentes de orden público.

Las leyes, ordenanzas y normas dirigidas a preservar los derechos de esos conciudadanos y adaptar la ciudad y las edificaciones a sus necesidades específicas no son escasas, pero se las ignora de manera flagrante: defendidos en el papel, tienen que enfrentar la realidad desnudos.

No hay cifras confiables, pero no se trata de un grupo pequeño: en el caso de Caracas algunas instituciones hablan de poco menos 200 mil y otras lo acercan  al medio millón, mientras que según las proyecciones del INE los mayores de 60 años deberían superar esta última cifra en el 2020.

Pero es cierto que no se sienten, y no se sienten porque cada vez más su condición y el desastre urbanístico los confinan a sus casas, siendo particularmente dramática la situación de los que viven en los barrios informales debido a las fuertes pendientes y el reducido acceso vehicular.

Además, como hay una marcada correlación entre aquella condición y la pobreza, el supuesto más evidente es que la mayoría de las personas con discapacidad habite en los sectores más desprovistos de las especificidades urbanísticas y arquitectónicas que su condición demanda, creando un círculo vicioso muy difícil de romper. Una situación que, además de ser inhumana e injusta, pone en entredicho la posibilidad misma de ciudad.

@marconegron

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