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María Corina o la tristeza

Me dirán que no, que es la alegría, la esperanza, la mujer que tiene más voluntad que los hombres, la chama de acero que no se oxida ni se arruga con las amenazas ni se calla cuando hay que hablar ni habla cuando hay que callar.

Pero insisto, es la tristeza. La del infinito machismo de nuestra idiosincrasia de país petrolero, en la que la madre tierra solo sirve para penetrarla y sacarle recursos, como sucede con las madres venezolanas que llevan a cuestas la infancia desnutrida de la Nación mientras los padres desconocidos ejercen la paternidad irresponsable impunemente, como si de responsabilidad no viniera culpa ni de culpa castigo.  Sacándole el cuerpo a las consecuencias, esquivando los resultados, evitando la conciencia y también – tal vez lo más grave- evitando, impidiendo la libertad.

Porque Libertad y Responsabilidad son hermanas gemelas.

No seremos libres mientras no seamos responsables.

Pero la responsabilidad es una palabra que en Venezuela solo convoca e invoca a las mujeres. Suya es si las preñan siendo menores, lo que en otros lugares se llama violación. Suya es si las violan después de los 18, porque andaban por ahí con la falda más corta que el deseo del que las acosaba. Suya si el niño que parieron con más dolor del que anuncia la Biblia no tiene pañales, o tetero, o quien lo cuide mientras ellas salen a trabajar para alimentarlo a él y al nuevo marido para el que el niño no es su problema, ya que tiene varios con otra.

No hay que buscar más lejos para encontrar las razones del adefesio constituyente, la cobardía de la MUD, o la tozudez megalómana de los narcos que pretenden imponerle al mundo un estado forajido legítimo comprando votos de instituciones en la época de su mayor depreciación histórica.

Las razones de un pueblo son las mismas de quienes lo esclavizan, pero al revés.

La demanda genera la oferta y donde hay muchos que piden favores habrá muchos que ofrezcan corrupción. Si quieren inconciencia habrá drogas en cada esquina. Si les urge que alguien ponga orden en sus vidas aparecerán golpistas de todos los colores que se harán con el poder.

Es tristeza porque solo faltaría que las mujeres del país, más de la mitad de los electores, prefirieran poner su destino en manos de una de ellas. Y que los hombres del país, por una vez, no vieran en una mujer otra cosa que una ocasión de placer efímero que luego se sojuzga o se deshecha.

Hay solo dos grupos sociales organizados y eficientes en Venezuela: las mujeres y los soldados.

Me perdonan los otros gremios, pero no se acercan ni de lejos.

Mujeres y soldados conocen la diana al romper el alba y las guardias de pie en los cuarteles y en las colas para comprar leche. Ambos saben lo que es obedecer sin chistar al superior o al que paga el sueldo. Ambos saben que para ellos no aplica protestar por acoso sexual o abuso del poder, porque el que tiene el poder usa y abusa como le da la gana.

Siga el lector el camino que esos ejemplos trazan y verá las similitudes en materia de esfuerzo, de sacrificio, de disciplina, de riesgo que hay entre esas dos ‘clases’ con cuya lucha se escribe la Historia de nuestro pueblo.

Los militares quieren esclavitud, porque no implica responsabilidad. El que obedece o cumple órdenes no tiene que preocuparse de los tres golpes ni paga por los platos rotos que las balas que el superior manda a disparar dejan en la maniobra.

Las mujeres quieren libertad. Tal vez sean las únicas. Porque en el medio entre ellas y el poder hay solo una capa de ‘ni-nis’, principalmente varones, que no se ocupan de ese niño que quiere nacer si no les demuestran que es suyo pero aclaran que no hay reactivos para la prueba de ADN que puedan comprarse con dólares preferenciales.

El que firma es varón, y no puedo menos que reconocer que muchos varones, especialmente los más jóvenes, están dando la cara y la vida por la libertad. Pero debo reconocer con vergüenza que los venezolanos del sector que en mercadeo del espectáculo se define como ‘adulto contemporáneo’ de sexo masculino y de los sectores llamados profesionales, son en su mayoría una cuerda de acomodaticios, que no quieren que nadie los saque de su zona de confort y se excusan con una actitud falsamente altiva, engreída y confiada que no sabe ni cree en apuros ni emergencias y  cuyas opiniones van desde el estúpido “todo está bajo control” hasta el impresentable “ no, vale, yo no creo” detectado como deformidad congénita por Orlando Urdaneta.

Ustedes no van a creerme, muchos no me prestarán siquiera atención, pero todo lo dicho (aunque  con mucha  licencia poética, lo admito)  proviene del machismo. De la preferencia de la fuerza por encima de la razón, de la ley por encima de la justicia, de la violencia por encima de la paz, de la acción sobre la palabra, del intelecto sobre el alma, del odio sobre el amor.

La tristeza es que tenemos no una, sino miles y millones de mujeres, jóvenes y hombres conscientes  capaces de organizar la resistencia en 10 días ( pregunten quiénes coordinaron el plebiscito) que pondrían a funcionar el país en pocos meses, y que todo el poder se acumule en unos pocos narcos delirantes con su séquito de generales express y su oposición-oficial  de eunucos incapaces de engendrar otra cosa que débiles proclamas plañideras que dan lástima cuando no dan asco pero que solo sirve para que esto continúe y se fortalezca.

Y es una tristeza, María Corina, que no se sepa y que no se diga, que no se actúe en consecuencia porque sería romper el paradigma de que quien manda es el macho cabrío, por no usar el equivalente coloquial, y que no tenemos más alternativa que el cuartel o el burdel.

 

Pablo Brito-Altamira

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