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Mi derecho a disentir

“…Una nueva palabra es como una semilla fresca
que se arroja al terreno de la discusión…”
Ludwig Wittgenstein (1913)

Desde el 2004, he venido acompañando el proceso de transformación político-social en Venezuela; tengo buenos amigos en la toma de dirección política, pero a diferencia de ese pequeño segmento de la sociedad que se le conoce como “enchufados”, no he tenido ni ese privilegio, si se le puede considerar como tal, ni ese anhelo de serlo. Me adhiero a los seres humanos comunes y confesos que utilizamos en transporte público todos los días para ir a trabajar, que tenemos carencias de capital y de alimentos para satisfacer las necesidades de las modernas familias nucleares en tiempo de revolución y que no contamos con las “buenas intenciones” de los actuales regentes de los poderes públicos locales, regionales y nacionales, para poder decir que somos oídos en una época en que los medios de comunicación son un factor determinante del equilibrio de nuestros sistemas políticos.

Con esto no estoy apartándome absolutamente de nada en lo que hasta ahora he creído; sostengo las cosas buenas y asumo la responsabilidad de las cosas que no han podido terminar de cuajar en la intención del proceso revolucionario por dar respuesta a la población de las necesidades más sentidas. Soy parte del proceso y asumo mi responsabilidad, mi ingenua creencia en que hay una esperanza de sociedad igualitaria, de derecho y de justicia plena.

A pesar de la crisis política y económica, en la cual ya estamos en el fondo, lo gratificante es que más debajo de acá no vamos a caer, el espacio por andar es hacia arriba pero para ello es necesario concertar un cambio en la dirección económica del país. La corrupción, las deslealtades y el discurso populista del liderazgo de relevo no dejan mayor espacio para maniobrar en las condiciones de cero inversiones en las empresas del Estado y exigencia superlativa en una inversión social que es ya ficticia y que está condenando a toda una generación a la miseria y al empobrecimiento. Si una persona con mi condición profesional (con estudios de quinto nivel, dominio de idiomas y trabajo estable), tiene bajo sus hombros una inmensa carga que no le permite alcanzar un estatus de calidad de vida de medio alcance qué será de quienes con menos suerte que yo andan subsistiendo con un salario base y bajo la eterna esperanza de que le llegue algún objeto de los subsidios gubernamentales.

Me preocupa mucho el venezolano de a pie, ese con quien converso en los carritos de ruta y que me dice que “ya no se soporta esto” que se siente “asfixiado”, que se le va la “vida en las colas”…Esos venezolanos por los cuales se sublevó Hugo Chávez en 1992, y que en aquellos días ganó buena parte de la fé y la confianza de un pueblo que deambulaba entre dos grandes Partidos de gobierno que no beneficiaban sino a los grupos de poder que constituían su universo clientelar y corrupto. Pero aquellos grupos corruptos dejaban migajas para el pueblo y se podía comer, limitado, pero el fenómeno de la escasez no llegaba con la jauría en que se dejó colar desde el 2013, en nuestra naciente República modelo.

El asunto está, mis queridos camaradas, que quizás ustedes no me ven “jalando bolas” en el Partido (PSUV), pero uno no lo hace por cultura, por consciencia de clase como nos la enseñó Gramsci en su época y como terminó de anidarla un Ludovico Silva, por nombrar a dos teóricos importantes en el neomarxismo contemporáneo. Uno debe actuar en razón de su conciencia, de su pensamiento transformador y libertario, por ello tengo la moral para esgrimir una crítica fuerte a lo que estamos haciendo, o a lo que estamos dejando de hacer.

El Presidente Nicolás Maduro, en reciente alocución en Cadena de Radio y Televisión Nacional (20 de diciembre del 2017), expresó una serie de medidas para disminuir el peso de una denominada Guerra Económica (calificaría yo más bien de efectos de políticas públicas y privadas de desconcierto e improvisación), las cuales no llegan a aplicarse en las instancias ejecutoras de las regiones y del poder local. No llegan, no aparecen, se quedan en el trayecto beneficiando mafias infiltradas en la revolución que cuentan, no diría que con la complicidad de altos jerarcas del Gobierno nacional, pero si con su confianza para dejarlos actuar y de esa realidad se ha ido profundizando la crisis y agrietándose las pocas posibilidades de mantener un contexto de realidades sociales y económicas que permitan dar espacio a nuevas estrategias de desarrollo.

Otro aspecto que está derrumbando las condiciones de vida de los venezolanos es el no cumplimiento de las estrategias nacionales del Plan de Patria (2013-2019); son estrategias que cuentan con la amplitud necesaria para ser adecuadas a las necesidades de inversión foránea que es fundamental para incentivar la economía y comenzar a crecer. Estamos estancados en una realidad económica que ha pulverizado el salario, manteniendo la sociedad en débiles hilos que se mueven diariamente en razón de precios que cambian a cuenta de horas y una inseguridad extendida a otras condicionantes de la vida cotidiana (ya no es solamente el temor de ser robados o atracados, sino de no tener seguridad en contar con transporte público, con determinados alimentos de la dieta básica, con los medicamentos, entre otros).

El proceso revolucionario no ha fracasado, pero vamos vía a una implosión total. Es probable que de toda esta situación sobrevivan los ideales pero no sobrevivirá la confianza, esa que le costó a Chávez su vida y que pareciera poco importar en quienes bajo la égida de su legado creen que el Poder Político se hereda o se designa como las Monarquías europeas; les hace falta a nuestra clase política dirigente revisarse, rectificarse y reimpulsarse. No piensen que estas victorias electorales del 2017, han sido el producto de un Gobierno identificado con su pueblo, conozco al pueblo de a pie y ese pueblo no está contento. Es sí una respuesta a la mediocre dirigencia de oposición que no ha abierto ni aprovechado los innumerables desaciertos del Gobierno para poder ir ganando espacios, y al manejo de una táctica electoral que ha podido beneficiar hasta ahora a las fórmulas oficialistas pero llevan tiempo de caducidad y en cualquier momento eso de revierte. La revolución está en la mira de los acontecimientos; necesitamos trabajar con ella, auparla, llevarla a un plano de reflexividad (no de reflexión), donde se mire a sí misma y permita que sea el pueblo de Chávez, ese mismo que siempre le acompañó, el que oriente el nuevo modelo económico que necesitamos: es urgente devolverle al salario un valor representativo y real, y es urgente dejar la improvisación y comenzar a estrechar lazos con la inversión privada, única fuente de empleo sostenible en esta situación hiper-inflacionaria en la que estamos.

Nada ganamos, estimados camaradas, con esconder el bulto; dar opiniones como altos dirigentes nacionales de que acá no pasa nada que todo está en equilibrio, que la incertidumbre la produce el Imperio y que nuestros aliados nos ayudaran a salir de la inmensa agonía en que vivimos. La realidad es que estamos en una situación especialísima de deterioro como sociedad, que hemos perdido nuestras esperanzas y que no queremos un modelo capitalista-explotador, pero menos un socialismo empobrecedor y terco, que vea que los árboles se están secando y sienta que no es por falta de agua sino por las malignas intenciones de otros árboles.

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