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Movilizar por la libertad

A la vez que se agudizan las tensiones y se agrava la crisis política y social venezolana, han surgido nuevas esperanzas de solución liberadora a mediano plazo. Constatamos con alivio y esperanza el hecho de que la oposición democrática por fin parece haber superado la división que en sus filas existía entre “electoralistas” y “protestatarios”.

Los primeros tenían razón, y la siguen teniendo, con respecto al hecho de que las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre revisten una importancia fundamental y que deberían constituir el remedio decisivo para frenar el despotismo y abrir las compuertas a un proyecto de democratización. Pero erraban algunos de sus exponentes al manifestar demasiada confianza en los torcidos mecanismos electorales oficialistas y al ignorar el hecho –cien veces probado por la experiencia histórica de diferentes países- de que los poderosos (sobre todo si están obcecados por ideas totalitarias) sólo ceden bajo la presión de un pueblo movilizado en calles y plazas para defender el acatamiento de su voluntad soberana, expresada por la vía del voto mayoritario. La movilización social y la disposición a la protesta son el complemento indispensable a la acción electoral en un país gobernado por autócratas.

Los del bando de la protesta callejera reconocían lo anteriormente dicho, pero pecaban en algunos casos por menosprecio de la inmensa importancia que tiene el éxito electoral (o incluso la revelación de un fraude descarado o un desconocimiento escandaloso de resultados comiciales) para ganar legitimidad ante el país y el mundo exterior.

Por fin, el llamado hecho por la MUD para una movilización nacional de protesta contra la desesperante situación socioeconómica, los abusos oficialistas, la violencia y la inseguridad parece haber subsanado las diferencias existentes, y seguramente refleja, además, la encomiable superación de divergencias personales entre líderes democráticos que han sabido subordinar sus respectivas ambiciones legítimas a la causa de una Unidad Democrática inquebrantable.

De ahora en adelante debe mantenerse con firmeza la estrategia de las dos tácticas complementarias aunque parezcan contradictorias a primera vista: la disposición al diálogo y la capacidad de causar molestia o dolor al que no quiera dialogar.

La disposición al diálogo debe ser sincera. El odio y la amargura son malas consejeras. Como lo han demostrado España, Chile y otros países liberados sin sangre de dictaduras inicialmente feroces, existen vías intermedias entre la impunidad inaceptable y la justicia más severa.

Sigo creyendo que la Unidad Democrática no debe anhelar una tajante salida de los chavistas del poder y su inmediato reemplazo por un equipo oposicionista. Me estremezco al pensar cómo se salvaría y se recuperaría el chavismo si se le ofreciera la tabla de salvación de dejar este país maltrecho en las manos exclusivas de una oposición que se vería forzada a aplicar las amargas recetas económicas del FMI. Como el peronismo en Argentina, el chavismo resucitaría como Ave Fénix de sus cenizas y se convertiría pronto en nueva opción de poder. Mejor sería empujarlo a una necesaria “cohabitación” con los demócratas para aplicar todas las medidas necesarias para salvar la nación. Esta podría ser, incluso, la salida hacia la eventual reconciliación nacional deseada por la gente de buena voluntad.

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