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Muchos y bajo el petróleo

En las reflexiones hechas para analizar las causas de los precios petroleros, los analistas que simpatizan con el gobierno suelen elaborar un complejo ejercicio de triangulación de argumentos para terminar responsabilizando a los Estados Unidos del penoso cuadro económico nacional. Gracias a sus maniobras, se supone se han venido abajo los precios petroleros.

Podemos escucharlos de tanto en tanto, si no que queda nada más interesante por hacer, en las emisiones de Telesur o VTV. Se acusa a los imperialistas, básicamente, de producir petróleo. O mejor: de trabajar para reducir su dependencia de los precios petroleros, uno de los dolores de cabeza del Pentágono durante décadas.

Los Estados Unidos, dicen, acuden a un procedimiento industrial contaminante para adulterar el mercado con una sobreoferta, todo con un interés geopolítico concreto. Se trataría de perjudicar a la Revolución Bolivariana y su orientación estratégica. Son ellos, afirman, los causantes del actual panorama en el mundo energético.

Venezuela es un país mucho menos importante en el mundo de lo que se figura Miraflores. Deberíamos ser capaces de comprender que en el tablero geopolítico mundial ningún país perjudicaría sus intereses en detrimento de los del otro para que no le digan imperialista. Los Estados Unidos necesitan expandir su producción y disminuir su dependencia del petróleo, esa ha sido una deficiencia crónica en la vida de ese país, alimentada sobre todo por una gigantesca demanda producto de su tamaño y poderío industrial. Inexorablemente, en algún momento lo van a lograr.

Si los Estados Unidos andan en lo suyo, Venezuela debería estar haciendo lo propio. La baja de los precios petroleros toma al país con sus balances fiscales en rojo, en una emergencia. El déficit fiscal es de 20 puntos del PIB, una cifra que expresa una magnitud catastrófica. Este desbalance es el punto de partida que alimenta un cuadro inflacionario a punto de desbordarse.

Su remedio teórico, el que el gobierno propone, el control de precios, causa un segundo problema, también de extrema gravedad: la escasez. El país se endeuda, no repone, se sobrefiscaliza, se soborna, se penaliza, se paga y se da el vuelto. La industria y el comercio. Ni todo el dinero del mundo ha hecho funcionar el proyecto revolucionario.

Hace dos años, cuando Hugo Chávez era candidato, la nación contaba con varios fondos producto de los excedentes petroleros, muy promovidos por el gobierno como síntoma de ahorro y manejo responsable de los recursos nacionales. Hoy ese dinero han desaparecido, y las arcas nacionales están gravemente lastimadas. No hay elementos sustitutivos para producir divisas en ningún sector de la economía.

La propia industria petrolera está estancada, y ha desperdiciado muchísimos recursos en fatuidades conexas, sobre todo, en efectos propagandísticos y autopromoción. Se desperdiciaron millones de bolívares, de dólares, en estatizaciones y proyectos colectivos disfuncionales. El país está arruinado. No habría soportado, si quiera, un estornudo del mercado. Venezuela volvió a perder el tren.

Ese es el eje sobre el cual se debe debatir en torno al mercado petrolero y la soberanía nacional. Los chavistas deberían saber que la soberanía nacional no es la excusa para enamorarse de banderas de colores y consignas repetidas de memoria.

Quien demanda soberanía nacional y respeto a la voluntad popular debería observar un proceder responsable en el manejo de sus propios recursos. Son los recursos del país, de nuestros hijos. Eso es lo moral, eso es lo correcto. No tiene sentido responsabilizar a los Estados Unidos, ni a nadie, de lo que le sucede a Venezuela.

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