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Mujeres de película

Jesús Millán

Hay inmensa cantidad de relatos de mujeres en el cine y la televisión.

Y si bien el chico de la película o el superhéroe se lleva al final todos los laureles, no podemos soslayar el inmenso apoyo que los roles femeninos prestan a la hora de realzar los papeles protagónicos.

Luisa Lane.

Ejemplo de la mujer persistente y asertiva, aunque poco observadora. Nunca nos explicamos cómo no hubo un alma caritativa que le recomendara hacerse un examen visual, o por lo menos ponerse lentes, pues cada vez que aparecía Superman, se le pegaba atrás para ver dónde iba, lo que hacía y hasta lo que pensaba, cuando el camino más corto hubiera sido consultar sin rodeos a su compañero del escritorio de al lado.

Vilma Picapiedra.

Aunque la intención del personaje era el de presentar a la perfecta ama de casa de clase media estadounidense de la década del 60, no por ello iba a dejar de distinguirse con ese cierto aire entre pragmático y sarcástico que desplegaba cada vez que hacía aparición en escena. Se trata del típico modelo de la mujer hogareña: lo mismo se cuidaba de mantener una casa impecable, que mantenía a raya al perro y su rasgo distintivo siempre fue su pericia preparando gigantescos y humeantes bistecs de brontosaurio, además de servirlos sin derramar ni una gota del caldo.

Rose DeWitt (Titanic).

Se trata de de una de las pocas personas sobrevivientes del Titanic, gracias a que no le dio un ladito a Jack en la tabla donde flotaba. Existe todavía la gran polémica del porqué Rose nunca lo subió a la tabla durante el naufragio. Damos por hecho que menos mal que no se casaron, pues entonces Jack iba a dormir en el sofá durante el resto de sus días.

La Sra. Ingalls.

Por igual alimentaba a las gallinas, ordeñaba, sembraba, cuidaba de las chicas y todavía se sentaba en las noches para tejer o coser, a la luz de la chimenea, aunque nunca faltaron las distracciones de las idas dominicales a la iglesia y la visita semanal a la tienda de abarrotes. En fin, el colmo de la diversión. Otro tanto eran las escenas de cama con su señor esposo; ha de entenderse que las tales “escenas de cama” eran en realidad tomas cerradas de los personajes enfundados en una especie de sayos o mortajas, cuya función principal era matar la pasión, o por lo menos diferir las ganas, todo esto mientras hablaban de la cosecha o recitaban pasajes de la Biblia.

Ya sabemos por qué el Sr. Ingalls se la pasaba metido en el aserradero.

Candy Candy.

Siempre hemos creído que al autor de esta serie, la historia se le fue de las manos. No es para menos, pues aunque la cosa pintaba bien al principio, paulatinamente se fue convirtiendo en un enredo que no tenía nada que envidiarle a cualquier culebrón latinoamericano.

¿Cómo explicar que una chica criada por las monjas en un orfanato ubicado en la cima de una colina, haya tenido esa inmensa cantidad de novios y pretendientes a lo largo de la serie, sugiriendo un perfil de personalidad rayano en la ninfomanía? Además de una mala suerte galopante representada por una prima malvada y sin oficio, que era la única que la sorprendía en situaciones inoportunas.

Batichica.

Definitivamente, uno de los talentos más desperdiciados en toda la literatura referente al hombre murciélago. Mientras Batman se la pasaba con Robin para arriba y para abajo, Batichica hacía el trabajo, pues era la que se encargaba del verdadero desarrollo de la trama. Y como si esto fuera poco, de vez en cuando se le cruzaba Gatúbela, que le echaba los perros al murciélago, y que la ponía en aprietos para remontar la cuesta erótica que le llevaba la gata, enfundada en un glorioso traje de cuero negro que la silueteaba magníficamente.

¿Y Batman? Ay sí, con Robin.

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