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Nada es normal

Miami, Florida. Escribo esto con una pluma sobre un papel amarillo y humedecido. Hace días que perdí la electricidad en mi casa -y por lo tanto, la internet, el teléfono y cualquier contacto con el resto del mundo.

Wi-Fi suena a nombre de perro. En lugar de rayitas, mi celular dice No Service. Los regaderazos matutinos me dejan temblando por el agua extrañamente fría, y me paso las noches leyendo a vela y sudando hasta el amanecer. Abrir la ventana me dejaría expuesto a un brutal ataque de mosquitos. Mi postre anoche fue un pan tibio que me supo a…pan tibio.

No hay nada como un huracán para recordarnos lo pequeñito que somos.

Nada es normal después de que pasa un huracán. Hay partes de Miami intransitables. Los árboles caídos son una constante prueba de obstáculos y paciencia. Las laberínticas filas en las gasolineras, supermercados y ferreterías le traen malos recuerdos a los que acaban de irse de Venezuela. Sin semáforos a veces reina la amabilidad y otras la ley de la camioneta más grande.

Desconozco el lugar donde vivo. Y lo peor es que va para largo; también estuve aquí tras el paso del huracán Andrew en 1992 y sé que recuperarse de un desastre así toma años, no semanas o meses.

Miami es una ciudad muy vulnerable. El huracán Irma, disminuido a categoría tres, apenas nos rozó y, aún así, lo trastocó todo. La avenida Brickell se hizo río, Coral Gables parecía una selva despeinada y la marina de Coconut Grove se transformó en un dominó de botes.

Esto es lo que pasa cuando insistimos vivir junto al mar. Apartamentos en construcción se siguen amontonando pegaditos a la bahía de Biscayne, entre desafiantes y tontos. Pero el calentamiento global no es un invento chino, como alguna vez aseguró el científico Donald Trump. Los océanos suben de temperatura, los polos se derriten y esa agua se tiene que ir a algún lado. Al final, el mar va a ganar.

Sospecho que pronto los precios de las propiedades en la Florida se van a caer. ¿Quién quiere vivir en un lugar donde una vez al año se te puede inundar la casa y volar el techo?

Hay otras ciudades a las que también se las puede comer el mar. Como película de horror, los miamenses que huyeron al norte -a Naples, Tampa y Jacksonville- fueron alcanzados por la tormenta horas después. Vi una foto satelital en que Irma cubría toda la península de la Florida. Nadie se pudo escapar.

Horas después de que Irma pisara tierra ya había salido ese segundo ejército de Estados Unidos -el de los inmigrantes- listo para recoger los escombros y poner las cosas en su lugar. Los jardineros, de pronto, se convirtieron en los trabajadores más buscados del estado. Sí, manos inmigrantes son las que van a reconstruir la Florida.

No somos los primeros en caer ante la belleza de la Florida. El explorador Juan Ponce de León reclamó el territorio para España en 1513. De aquí surge el mito de un manantial que transformaba en jóvenes a los viejos. El optimismo por esta hermosa lengua de tierra llegó al grado de nombrar a una ciudad Panacea.

Pero la belleza de la Florida esconde enormes peligros. Para nosotros es el océano atlántico y el golfo de México que reclaman playas, calles y casas. ¿Quién aguanta vientos superiores a las 150 millas por hora y una marejada ciclónica de la altura de dos personas?

Tres días después del paso de Irma me fui a Big Pine Key, casi en la punta sur de Estados Unidos. El ojo del huracán pasó cerca de aquí. Algas cubrían la carretera y el sol, castigador, decía yo no fui. Un parque de casas móviles quedó como un castillo de Lego luego de ser pateado por un niño. Aquí ya nada será igual, aunque le den vuelta a los trailers volteados.

Cuando vuelva la señal del celular, y mi jardín parezca un jardín, y regrese la electricidad, y la internet me llegue con un click, y me duerma sin sudar y sin mosquitos, y mi postre no sea un pan tibio, entonces todo será normal. ¿Será?

Me pregunto si todo esto se nos va a olvidar. Quizás lo vamos a poner en uno de esos rincones mentales donde almacenamos las cosas incómodas. Hasta que la próxima semana o la siguiente temporada de huracanes me llegue un tuit diciendo que se ha formado una depresión tropical frente a las costas de Africa y sienta una gota de sudor en la frente.

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