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Nada personal

“Tenemos que ser tan lúcidos como sea posible acerca de los seres humanos, porque cada uno de nosotros, continúa siendo la única esperanza del otro”, le responde James Baldwin a Margaret Mead durante el diálogo que ambos sostuvieron en New York en 1970. Mead, a sus setenta años disfrutaba de un merecido éxito académico y Baldwin, quien para ese momento contaba 46 años, era un hombre en busca de si mismo a través de la escritura. Seis años antes, había aumentado su notoriedad como escritor con el libro Nada personal, obra realizada en colaboración con el fotógrafo Richard Avedon, taxidermista a la hora de retratar el entorno social, ilustrando así la descarnada descripción que hace Baldwin de una sociedad excluyente en la nació y creció. Un texto impecable donde vemos retratados el tormento y mérito de un hombre que contra todas las adversidades persistió en buscar su propia redención, ayudando en su adversidad a levantar los corazones de otros para que perseveraran en su lucha por la dignidad.

Esto lo escribo, al releer el libro Nada personal (Nothing Personal, C. J. Bucher, Lucerna, Suiza, 1964), que he tenido siempre a mano desde la fecha en que lo compré en 1974.  Revisitar a Baldwin significa toparse con el pensamiento de un escritor universal, en el sentido de que su discurso encaja en cualquier sociedad que se encuentre polarizada o crispada por la intolerancia: “¡Esta gente está todavía encerrada en su pasado! Y estar encerrado en el pasado significa en realidad no tener pasado, puesto que uno no puede nunca fijarlo ni utilizarlo: y si no se puede utilizar el pasado, no se puede actuar en el presente, y por ende no se puede ser libre”.  Baldwin insiste en señalar, “Si una sociedad permite que una parte de sus ciudadanos sea amenazada o destruida, pronto no habrá nadie en esa sociedad que quede a salvo. Las fuerzas así desatadas en un pueblo nunca pueden ser controladas y siguen su curso devastador, destruyendo los mismos fundamentos que creían poder salvaguardar”. Por eso alerta: “La más peligrosa creación de una sociedad, es el hombre que no tiene nada que perder”.

James Baldwin (1924–1987), nació y se crió en la pobreza del barrio Harlem en Nueva York, que en esa época era un odioso gueto de gente aislada y marginada producto de la segregación racial. Fue el mayor de nueve hermanos en un hogar miserable precariamente sostenido solo por la madre, nunca conoció a su padre.  Desde niño sufrió los rigores de la exclusión social. A los 17 años dejó su familia para hacer trabajos menores en el barrio bohemio de Greenwich Village, donde vivió mientras trabajaba en las casas de los artistas del vecindario, allí comenzó su pasión por escribir y de esa época data su colección de relatos. En 1948, a los 24 años y sin contar con medios de subsistencia, decidió irse a vivir en París, en búsqueda de su identidad como negro norteamericano y como artista, lejos de las heridas producidas por el racismo y para poder sentirse libre de escribir sobre la sociedad a la cual pertenecía aunque algunos se lo negaran. La bibliografía de Baldwin es extensa: ensayos, críticas, libros y obras de teatro sobre un país que amaba profundamente a pesar de sentirse excluido. En 1957 volvió a Estados Unidos para participar activamente en el movimiento por los derechos civiles que había comenzado dos años antes con las protestas contra la segregación hacia los negros en los autobuses públicos, después del arresto y juicio de Rosa Park.

“Todo aquel que haya tenido que luchar en medio de la pobreza sabe lo extremadamente costoso que es ser pobre”, declaró en una oportunidad. Fue un humanista cabal que durante toda su vida luchó por la dignidad que todo ser humano debe poder ejercer a diario. Defendió sus derechos y el de los negros americanos, en medio de la más cruel exclusión, sin que en ningún momento mostrara odio o resentimiento. En todo momento esgrimió sus valores humanistas y su integridad como persona amante de la libertad.

Baldwin, quien desde su infancia sufrió en carne viva la segregación racial y la pobreza extrema, se preguntaba por el significado de las palabras que a usamos diario hasta el desgaste. “Realmente no me gustan palabras como «artista» o “responsabilidad” o «integridad» o «coraje» o «nobleza.» Tengo una especie de desconfianza de todas esas palabras porque no se muy bien lo que quieren decir, y menos aún de lo que realmente significan palabras como «democracia» o «paz» o «amante de la paz», o «guerra» o «integración». Y sin embargo, uno se ve obligado a reconocer que todas estas palabras son imprecisos intentos que realizamos para llegar a la realidad que vive detrás de cada una de ellas. Al final de cuentas, hay una cosa llamada integridad. Hay una cosa llamada nobleza. Hay una cosa llamada coraje. Lo terrible es que la realidad detrás de estas palabras depende en última instancia de lo que todos y cada uno de nosotros creamos que realmente representan. Lo terrible es que la realidad detrás de todas estas palabras depende de decisiones que uno tiene que tomar, por los siglos de los siglos, todos los días».

Esta última cita la extraje de la lectura crítica “James Baldwin The Creative Process”, sobre la antología de ensayos de Baldwin “The Price of the Ticket” que hace Maria Popova, editora del semanario Brainpickings, quien toma prestada una frase de Cummings para referirse a este novelista, ensayista, crítico cultural, poeta, artista y dramaturgo: “desaprendió todo lo que había aprendido, con el fin de conocerse a sí mismo”.

Baldwin, representa la agonía de una época convulsa para los negros americanos, pero también el mérito de haberse salvado tratando de iluminar a otros. “La mayoría de las personas viven en la oscuridad casi total; millones de personas que no te conocen y a las que nunca verás; personas que pueden intentar asesinarte mañana, viven en una oscuridad que nadie puede definir, pero que, a fin de cuentas, tu eres responsable de iluminar”.

En estos tiempos de oscuridad e intolerancia, vale la pena volver a leer Nada personal.

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