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¿No Puedes Irte? ¡Asume el Rol Ciudadano!

Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

Cuando la impotencia llega a su cumbre pareciese que la única solución a la tragedia nacional es de naturaleza personal. Sea el escape por Maiquetía, la frontera, o porque la carestía y el desabastecimiento de alimentos y medicinas y la violencia nos pueden arrastrar al hospital o al cementerio. En todos los casos la conclusión aparenta ser la misma: desahuciar a Venezuela. ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo puede juzgarse a todos esos conciudadanos que solo quieren vivir en paz y tener un futuro? La respuesta es que, en principio, ninguno estamos en la capacidad de recriminar tal posición, ya que, por un lado, todos sabemos que el cúmulo de atrocidades que vivimos sobrepasa a cualquier retórica y, por otro, no hay ciudadano común en  su sano juicio que, contando con una oportunidad migratoria, no la aproveche. Sin embargo, entre el centenar de conversaciones que hay sobre irse, difícilmente se toca la cuestión inversa: ¿qué pasaría con todos los que, por una infinidad de razones, no pudieran escapar?

Las despedidas de nuestros familiares y allegados van y vienen. En esos instantes, aquellos que se irán en búsqueda de mejores oportunidades serán celebrados, llorados y extrañados. Se hablará sobre todos los escenarios emocionantes que esas personas podrán tener en su camino. Se sonreirá con júbilo por el hecho de que quienes apreciamos han encontrado la libertad. Pero a todas estas, nadie, o por lo menos casi nadie, se ocupará de pensar sobre qué rayos harán los que no tendrán otra que quedarse. No es fácil ponérselo a pensar. No es para nada tranquilizante considerar que la diferencia entre quienes han partido y los que se quedan, presuntamente, es que los primeros tendrán posibilidades hacia el futuro mientras que los segundos no. Nadie querrá recordar que, de seguir esta circunstancia, el infortunio de quienes residan en el país permanecerá estático, inmóvil y siempre apuntando hacia un único destino: el empeoramiento de todo cuanto conocíamos.

Quienes logren migrar hay que desearles el mayor de los éxitos, porque su prosperidad siempre podrá contribuir a la causa de la liberación de Venezuela. Ahora bien, ¿qué podemos hacer los que no? ¿Caer en el derrotismo? ¿Sucumbir a la desesperación? ¡Por supuesto que no! A pesar de que quedarnos equivale el tener que seguir viéndole la cara al horror, debemos explotar esta conjetura para nuestro fortalecimiento. Sé que la opción de tener que seguir padeciendo el colapso no es para nadie alentador, pero debemos rehusarnos a capa y a espada a seguir siendo víctimas. Considerarnos “pobrecitos” solo es alimentar a una tiranía que nos quiere pisados, porque sentirnos así tarde o temprano nos terminará postrando ante la bota de ella.

Cualquiera que viva acá sabe que, todos los aspectos del día a día, son un reto desde que uno se levanta hasta que uno se acuesta. Casi que me siento tentado a decir que es heroico el tener que soportarlo. El problema es que, al reflexionarlo, considero que el solo aguantar y la pura resiliencia no son las mejores virtudes para nuestra situación. Requerimos ir más allá de ser simples camellos que cargan con todo o servir de sparring de boxeo que aguanta cada golpe que le da él que practica para la pelea. Esto es, sencillamente, recuperar la capacidad de reacción, de no inmutarnos ante lo que sabemos que es inaceptable. Aunque no nos guste afrontar las cosas, estos tiempos son los nuestros. Sí, es cruel e injusto estar viviéndolo, pero en vez de ahogarnos en la angustia debemos pasar de la ira y la indignación a la acción, por cuanto ¿qué mejor inspiración puede haber para actuar?

Superando las trabas motivacionales que nos paralizan es que llegamos a ella. Ahí es donde siempre aparecerá el “¿qué debemos hacer?” y el “¿tú qué propones?”, y la respuesta no pudiese ser más sencilla. A todos los venezolanos de esta época, aunque mucho más para los que vivimos en el país, nos toca seriamente ponernos las pilas y asumir definitivamente el rol  de Ciudadanos, así con mayúscula. En estos tiempos en que nuestros derechos han sido pisados y los viejos vicios del clientelismo estatal no pueden comprarnos más, no nos queda otra que reconectarnos con nuestros principios, valores y con lo que más le rehuimos: ¡asumir nuestros deberes! Nos guste o no, el civismo es ineludible cuando la alternativa es languidecer en la miseria.

Las maneras de ejercer nuestra responsabilidad son múltiples, pero todas dependen de un pilar fundamental: la organización. Sean redes pequeñas, medianas o grandes, todas son necesarias, ya que reemplazamos al aislamiento por la coordinación. Una vez entrelazados, disponemos de tanto el control ciudadano como la protesta para expresar cuál es la agenda que nos interesa, responsabilizar a la dirigencia política mentirosa, empoderar a la dirigencia consciente y generar presión social y política. En tal sentido, no podemos seguir teniendo miedo de disentir, criticar y, ¿por qué no?, hacerle escrache a quienes debamos.

Si no podemos irnos entonces nuestras vidas estarán pendiendo de lo que aquí pase. Esta es la pura verdad y es hora de asumir que estamos entre la espada y la pared, y que no tenemos espacio para la indiferencia. Más allá del simple sobrevivir, también se trata sobre nuestras aspiraciones y nuestros sueños. No podemos y no debemos conformarnos con los que nos toca vivir, o aceptar la idea de que no hay más nada que podamos hacer para cambiar su curso. Hay una luz al final de este túnel, pero nuestras manos deben trabajar para alcanzarla.

@jrvizca

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