Opinión Internacional

Almodovar y el niño balsero

No se es impunemente una potencia, porque como norma suelen acompañarse las mieles de la dominación con la inconformidad de quienes se someten de buena o mala gana a los dictados hegemónicos, y los revoltosos pueblos periféricos son siempre fuente de conflictos para los burócratas imperiales; y si no, pregúntele usted a Pilatos, el gobernador romano de Judea …

Tal es la reflexión que estimula el llamado caso del niño Elián, que desde hace cuatro meses envenena, por enésima vez, las relaciones cubano-estadounidenses, al calor de su aprovechamiento con fines propagandísticos y políticos por todas las partes en conflicto; mientras el responsable del embrollo – a juzgar por la imagen que repiten hasta el fastidio los noticieros televisivos- no hace mas que zambullirse, inocentemente, en la piscinita inflable de sus tíos en Miami.

Muchísima, demasiada tinta ha corrido en torno al episodio y sería fácil ironizar a costillas de la histeria y la cursilería que lo han rodeado desde que el carajito llegase de manera tan milagrosa a las costas de Florida, (de las que no pudo escapar si siquiera un intelectual de los quilates de Gabriel García Márquez), mientra los medios alimentaban la expectativa sobre las posibilidades de que la película Todo sobre mi Madre del manchego Pedro Almodóvar recibiera el Oscar a la mejor producción extranjera, como finalmente sucedió…

Dos noticias distantes en apariencia y sin embargo emparentadas por la coyuntura internacional que si bien coloca a los Estados Unidos como la fuerza líder del planeta y disemina su estilo de vida a una escala global, genera el fenómeno paralelo de un flujo migratorio creciente, que modifica el perfil nacional a medida que refleja la diversidad de las gentes que cubren el planeta y hace que el gringo promedio de hoy sea menos blanco, mas multirracial y multicultural que a comienzos de los años 90.

Una situación verdaderamente curiosa, porque casos similares al de Elián fueron solventados de manera mas expedita en tiempos de la Guerra Fría; por ejemplo en 1957, cuando un tribunal de Illinois dictaminó que los cuatro hermanos Kozmin no debían regresar con sus padres a la Unión Soviética porque no había mejor lugar para la crianza que un país rico y democrático, o con el asilo otorgado, en esos mismos días, al niño ucraniano Walter Polovchak.

Pero es que los tiempos han cambiado.

Los hispanos o latinos representan hoy cerca del 12% de la población y se estima que gracias a su entusiasmo reproductivo y el arribo de un millón de inmigrantes anuales desplazarán en los próximo cinco años a los negros como el grupo minoritario mas importante; que, de mantenerse las tendencias actuales serán mayoría en Los Angeles al concluir esta década, dominarán Texas y California para el año 2020 y serán hacia mediados de siglo uno de cada cuatro de los 400 millones de personas que entonces vivirán en el país del norte y uno de cada tres si se añaden los asiáticos.

Las repercusiones políticas de tal situación son notables, como en la metamorfosis operada en el rostro de palo del vice-presidente y candidato demócrata Al Gore y el saludo que ahora prodiga en un castellano digno de José Carioca, para disputar al joven Bush (cuya esposa es mexicana) los 32 millones de cubanos, centroamericanos y de venezolanos en número creciente desde hace pocos meses, que en un 70% viven en estados claves como California, Texas ; y , sobre todo, en Florida, donde el rescate del niño Elián del Caribe ha ocurrido justo a tiempo para, literalmente, agüar la campaña electoral.

El episodio del balserito, que algunos califican de auténtico culebrón, recuerda a los Estados Unidos la existencia de una región estratégica, controlada política y económicamente por un millón de cubanoamericanos listos para acatar sin cumplir las leyes federales, conforme la conocida tradición hispánica, hasta llegar a la desobediencia civil; y ha inducido al Alcalde de Miami , como un moderno Pilatos, a pasar la papa caliente a los agentes federales y responsabilizar a la Fiscal General Janet Reno de cualquier derramamiento de sangre.

El que Almodóvar obtuviese ahora lo que no pudo hace doce años con una película de similar calidad, se explica, tal vez, porque es distinto el panorama y el imperio que este sábado inauguró en el Japón el beisbol del tercer milenio amplía sus redes hacia las multitudes que se expresan en castellano (o el spanglish que tanto mortifica a nuestro amigo Karl Krispin), para consolidar su dominio.

Al precio, naturalmente, de los dolores de cabeza que seguirán planteándo los balseros de la globalización.

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