Opinión Internacional

Caras

En un vuelo de American Airlines, la semana pasada en Estados Unidos, los pasajeros, paralizados con síndrome de pánico, estaban preocupados por la cara de un hombre de aspecto árabe. Ninguno de ellos le pidió la identidad ni siquiera ntabló con él un simple diálogo para esclarecer la duda. Si estuviese ahí el senador José Sarney, dirían que se trata de un portugués dueño de una tienda mayorista. Si fuese el vice-gobernador Newton Cardoso, sería confundido con un jefe de seguridad del gobernador de Minas.

Quien ve caras no ve corazones. Ni profesión, posición social o intensión. ¿Quién podría suponer que, con aquel aire de lord británico, el juez Lalau se iba a embolsar tantos billones de las arcas públicas? Sin embargo, el pasajero de American Airlines, que no era un tipo de buena apariencia, fue encarado por la imaginación aterrorizada de sus colegas de vuelo, pese a que había sido sometido a los mismos controles rigurosos al embarcar.

En la Facultad de Derecho de la UFMG (Universidad Federal de Minas Gerais), en la primera mitad del siglo pasado, mi padre pudo conocer a profesores que creían, como científicas, teorías racistas del italiano Lambroso. Según este señor, cuyo aspecto, por lo demás, no era de los más simpáticos, el criminal ya nace con ciertas características craneanas y faciales, que revelan su tendencia al mal. Tal vez la madre Teresa de Calcuta, con aquellos rasgos albaneses, el cuerpo corvado, el rostro escondido entre el velo, los ojos bajos, como si estuvieran fijos en el suelo, no lograría sortear, hoy, los prejuicios de Lombroso y el pánico americano.

Hay quien diría que el PT ya puede poner sus barbas en remojo, pues el hecho de que Osama bin Laden exhiba unas abultadas facilita la inmediata asociación entre el líder talibán y los barbuditos que imitan a Lula. El gobernador Olivio Dutra (Río Grande Do Sul), por llevar la barba afeitada, se libra de la sospecha. Pero sus bigotes gruesos lo llevarán, sin duda alguna, a ser confundido con un turco dueño de la pequeña tienda de la esquina. A Patrus Ananias, con ese nombre y barba rala,
le va a costar demostrar que no es un teólogo islámico, incluso porque pronuncia discursos más próximos a las cosas divinas que a las humanas.

En esta civilización imagénica, si la moda pega todos seremos víctimas de un nuevo tipo de racismo: el facial. Mas, ¿cuál es el parámetro para ser considerada una persona de bien, sin sospecha? ¿Bush? Tiene cara de «maître» de restaurante italiano. ¿El general Collin Powel? Cúbralo con una casaca y un sombrero alto, y será confundido con el portero de un hotel de cinco estrellas. O un entrenador de boxeo de Harlem. ¿El alcalde Giuliani, de Nueva York? Podría ser el dueño del billar
de la esquina.

¿Qué es tener cara de buena gente? Tal vez para dejar la pregunta sin respuesta que los Evangelios jamás describen el aspecto físico de Jesús. Sugieren, así, que nadie debe ser juzgado por su apariencia, y sí por sus actos. Lo que Bush se
prepara a hacer en Afganistán, exterminando miles de niños y hambrientos campesinos, está lejos de ser considerado un gesto ejemplar.

Peor será, si del otro lado de la vida, los yanquis descubrieran que Dios es mujer, y negra. Y tiene cara de saudita.

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