Opinión Internacional

Chavéz

 Su muerte se produjo después de meses en los cuales su estado de salud fue un misterio nacional, un tema de ofuscación y de rumores. Chávez pasó el primer día de su segundo mandato en una cama de un hospital en Cuba. El vicepresidente Nicolás Maduro, quien hizo el anuncio, es uno de los políticos que ahora maniobra para controlar a Venezuela, donde se deben llevar a cabo elecciones dentro de treinta días.

Quien fuera alguna vez un paracaidista militar, estuvo dos años en prisión después de haber liderado un fallido golpe militar contra el gobierno de Venezuela en 1992. Chávez salió de la cárcel, luego de una amnistía, con determinación renovada para alcanzar el poder y buscó el apoyo del veterano comunista cubano Fidel Castro para hacerlo. En 1998, Chávez ganó las elecciones presidenciales en Venezuela con la promesa de cambiar las cosas en su país para siempre, de arriba a abajo. Desde el día en que tomó posesión, en febrero de 1999, se dedicó a hacer precisamente eso. Deja un país que, de alguna manera, nunca volverá a ser el mismo y que, de otra, es la misma Venezuela de siempre: un país rico en petróleo, pero desigual socialmente, con un gran número de sus ciudadanos viviendo en algunos de los barrios más violentos de América Latina.

A su favor hay que decir que Chávez se dedicó a tratar de cambiar la vida de los pobres, quienes eran sus más grandes y fervientes seguidores. Comenzó a golpe de martillo gracias a una nueva Constitución y cambiando el nombre del país. Simón Bolívar, quien luchó para unir a América Latina bajo su gobierno, fue el héroe de Chávez. Por él cambió el nombre del país a República Bolivariana de Venezuela y, posteriormente, dedicó una gran cantidad de tiempo y recursos a forjar lo que llamó la “Revolución Bolivariana”. No fue, en un principio, una revolución socialista ni una revolución necesariamente anti-estadounidense, pero durante los años siguientes, el gobierno de Chávez y su papel adoptado en la arena internacional convirtió a la Revolución en ambas cosas, al menos en intención.

 

Estuve con Chávez varias veces a lo largo de estos años, pero la primera vez que lo vi fue en 1999 en La Habana, Cuba, poco tiempo después de que él se hubiera convertido en el Presidente de Venezuela. Estaba dando un discurso en un salón de la Universidad, con los dos hermanos Castro entre la audiencia –algo extraño de ver– y otros altos miembros del politburó cubano. Fidel Castro miraba y escuchaba embelesado cómo Chávez hablaba durante noventa minutos, esencialmente estableciendo las bases discursivas para la relación intensa y profunda entre los dos países y los dos líderes que pronto seguiría. Ese día, un número de observadores presentes en la sala comentaron sobre lo que parecía ser un romance importante entre ambos. Tenían razón. Chávez, casi treinta años más joven que Fidel, pronto se hizo inseparable del líder cubano, para quien él era claramente una figura paterna y un modelo a seguir. (La familia de Chávez es de origen modesto y provinciano, del interior de Venezuela). Y para Castro, Chávez era un heredero y algo así como un hijo amado. Misteriosamente, o justamente por esa relación, fue Fidel quien notó la dolencia de Chávez en una visita a La Habana en 2011, e insistió en que viera a los médicos, quienes rápidamente descubrieron el cáncer de Chávez, un tumor que fue descrito como del tamaño de una pelota de béisbol en algún lugar alrededor de la ingle. Desde entonces, y hasta su regreso a casa en febrero, terminalmente enfermo, Chávez recibió prácticamente todo su tratamiento contra el cáncer en La Habana, bajo estrecha vigilancia de Fidel.

Un showman cálido y amable, con un notable sentido de la ocasión, así como de la oportunidad estratégica, Chávez creció en ambición y estatura global durante los años de Bush, en los que América Latina fue relegada a un segundo plano por Washington. Chávez se molestó desde el principio por la retórica belicista de la Administración Bush durante el período posterior al 11 de septiembre, y se convirtió en un crítico cada vez más fuerte de las políticas y actitudes del “imperio” norteamericano. Ya había cerrado una oficina de enlace militar de EE.UU. en Venezuela, y puso fin la cooperación con la DEA. Pronto fue más allá y disfrutó con ridiculizar al Presidente de los EE.UU. llamándolo “Mr. Danger ” y “Donkey” en su programa semanal de televisión “Aló Presidente”, en el que a veces parecía gobernar como si estuviera en un reality. (En una ocasión ordenó a su Ministro de la Defensa que enviara fuerzas venezolanas a la frontera con Colombia en vivo, desde “Aló Presidente”). En 2002, un intento de golpe de Estado por una camarilla de políticos de derecha, empresarios y militares logró que Chávez fuera brevemente secuestrado y forzado a renunciar de manera humillante, antes de que fuera puesto en libertad y se le permitiera retomar el gobierno.

El golpe de Estado contra Chávez fracasó, pero no antes de que los conspiradores hubieran recibido, al parecer, el visto bueno y la aprobación de la Administración Bush. Chávez nunca perdonó a los estadounidenses. A partir de entonces, su retórica antiestadounidense se hizo más caliente y trató de incomodar a Washington siempre que fue posible. Antes de la invasión de EE.UU. a Irak, en 2003, Chávez viajó a Bagdad en una visita amistosa a Saddam Hussein. Luego, en su ambición declarada de debilitar al “imperio” y crear un “mundo multipolar”, solía ir a abrazar a líderes con similares posturas anti-estadounidenses: Ahmadinejad de Irán fue uno, Lukashenko de Bielorrusia fue otro. Invitó a Vladimir Putin a enviar a su armada para hacer ejercicios en aguas venezolanas y a que le vendiera armas. Y allí estaba su relación, cada vez más entrañable y dependiente, con Fidel Castro.

Pronto el petróleo venezolano comenzó a fluir a una Cuba deficitaria en energía, poniendo fin a los casi diez años de penuria del “período especial” que siguió al derrumbe soviético y al abrupto final de tres décadas de subsidios generosos de Moscú. Médicos cubanos, entrenadores deportivos y hombres de seguridad no tardaron en viajar en la otra dirección, ayudando a Chávez a implementar a algunos de los programas llamados Misiones, destinados a aliviar la pobreza y las enfermedades en los barrios pobres de Venezuela y en el interior del país. Chávez y Castro hicieron viajes juntos y visitaban con frecuencia sus respectivos países. Era obvio que amaban acompañarse.

En una visita a Caracas en 2005, poco después de que Chávez anunciara su decisión de que el socialismo era el camino a seguir para su revolución y para Venezuela, lo vi en el Palacio Presidencial. Estaba emocionado con el fervor revolucionario recién descubierto. En una reunión con campesinos pobres, anunció la toma de varias grandes propiedades privadas en el interior y les dio instrucciones eufóricamente a organizarse en colectivos y sembrar en las granjas confiscadas. “¡RAS!”, gritó con alegría, repitiendo varias veces. “¡RAS!”, siglas que significaban “Rumbo al socialismo”. Los intentos de Chávez por colectivizar la producción e implementar una reforma agraria parecían mal planificados y fuera de tiempo. El mismo a menudo parecía pertenecer a épocas anteriores, cuando América Latina estaba dominado por caudillos voluntariosos, y hubo una Guerra Fría en un mundo claramente polarizado.

Un par de años más tarde, le pregunté por qué había decidido adoptar el socialismo tan tarde. Reconoció que había llegado a él tarde, mucho después de que la mayor parte del mundo ya lo había abandonado, pero dijo que había hecho clic con él después de haber leído la novela épica de Víctor Hugo Los miserables. Eso y escuchar a Fidel.

Impulsado por miles de millones de dólares como consecuencia del incremento de los precios del petróleo, Chávez ganó una influencia significativa en todo el hemisferio durante los últimos años, estableciendo una estrecha relación con una serie de emergentes regímenes de izquierda en Bolivia, Argentina, Ecuador y Nicaragua, encabezada una vez más por el antiguo líder sandinista Daniel Ortega. Chávez predijo una disminución de la influencia de EE.UU. y una oportunidad, después de todo, para el renacimiento de la gran visión de Bolívar.

¿Qué queda, entonces, después de Chávez? Un enorme agujero para los millones de venezolanos y otros latinoamericanos, en su mayoría pobres, que lo veían como un héroe y un mecenas, alguien que “los cuidaba” de una forma en la que ningún líder político en la América Latina de los últimos tiempos lo había hecho. Para ellos, ahora, habrá desesperación y ansiedad porque no habrá nadie como él en el futuro, no con un corazón tan grande y tan radical de espíritu por el futuro previsible. Y probablemente tengan razón. El sucesor ungido de Chávez, Maduro, sin duda tratará de llevar adelante la Revolución, pero los desatendidos problemas económicos y sociales están creciendo y parece probable que, en un futuro no muy lejano, toda la desesperación de Venezuela acerca de la pérdida de su líder se extenderá hasta la revolución inconclusa que dejó atrás.

Estuve en el avión de Chávez cuando viajó a Cuba, en 2008, para felicitar a Raúl Castro por su asunción formal del poder; su hermano Fidel cayó enfermo y renunció a su posición oficial. En La Habana, Chávez se desapareció y fue a visitar a Fidel, quien todavía estaba de reposo. En el vuelo de regreso, al día siguiente, Chávez informó con alegría a todos los que estábamos en su avión: “Fidel está muy bien, y manda sus saludos”. Cinco años más tarde, los Castro, ambos octogenarios, están vivos y bien, y es Chávez quien ha salido de la escena.

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