Opinión Internacional

Chile: de la decadencia a la modernidad

Santiago de Chile (AIPE)- Pinochet es la figura chilena más importante del siglo XX porque con él Chile inició su transformación histórica más profunda. Antes, durante medio siglo, se intentó «construir» un país a partir de un Estado en constante expansión, con crecientes tributos, controles de todo -precios y educación incluidos-, proteccionismo para productores nacionales, economía cerrada -cara para los pobres-, libertad personal y derechos de propiedad en retirada, empresas públicas con altas pérdidas. Estas y el déficit fiscal alimentaban una inflación récord, que barrió con salarios, ahorros, la inversión y los fondos previsionales. El proteccionismo liquidó a la agricultura y la minería, y el presupuesto se lo llevaron los grupos de presión. El Estado grande y arbitrario condujo a una dictadura democrática que, al extremarse, estalló en 1973.

Chile, entonces, crecía a la mitad del resto del mundo, para luego hacerlo al doble desde 1976, gracias a las reformas liberales que le dieron más poder a la gente.

Esta revolución la hizo Pinochet en contra de la opinión conservadora de políticos, intelectuales, artistas, economistas «progres», curas, sindicatos, militares y el resto del mundo. Los de la Concertación se opusieron a todo y que hoy rija el mercado, el equilibrio fiscal, la no discriminación estatal, los derechos de propiedad y el libre comercio debe interpretarse como otra obra de Pinochet que modernizó las instituciones.

Sólo un poco, eso sí, porque a cada rato tratan de volver al pasado con leyes represivas tontas, impuestos y cuentos sociales que nos tienen a la zaga en educación y salud.

Ahora es barato ser liberal y hablar de democracia. Cayó el Muro de Berlín y terminó la Guerra Fría. La gracia de Pinochet es que modernizó un «país-basura-socialista» mucho antes, anticipándose a la revolución de Reagan y la Thatcher. Nuestro dictador evitó dos guerras anunciadas con los vecinos y, con anterioridad, la guerra civil que nos llevaba a una dictadura marxista clásica, a la cubana, ruinosa y con nuestros derechos humanos convertidos en puré; tuvimos una sinopsis de ella en el allendismo de 1972-1973.

¿Qué nos habría pasado en 1974 y 1975 con hiperinflación, salarios en el suelo y peleas violentas por todos lados, en medio de la crisis mundial del petróleo? No recuerdo propuestas partidistas para salir de la ruina y violencia del allendismo y dudo de que algún político tradicional hubiera sido capaz de plantear una reforma eficaz, simplemente por su formación picantona, latinoamericana, constructivista, mercantilista, intelectualmente de los años 40 o 50, cuando se desconfiaba de la libertad de los individuos y su capacidad para conducirse solos, crear y competir.

Pinochet veía, como todos, la ruina, los grupos armados, los muertos en aumento y la guerra civil inevitable, al decir de los marxistas de la dictadura del proletariado, que en esos tiempos no hablaban de derechos humanos porque los consideraban patrañas capitalistas.

El dictador entregó el poder después de perder un plebiscito. Hizo una constitución que, salvo un par de tonterías, es más democrática que las de antes, cuando el Ejecutivo manejaba todo, incluidos nuestra libertad, educación, consumo, propiedad e iniciativa; cuando nuestros amigos emigraban, buscando las oportunidades que brinda una sociedad libre, como la que luego nos legó Pinochet y que todavía algunos concertacionistas no asimilan porque son políticos antiguos, que no entienden que la libertad y los derechos humanos se desnaturalizan con las leyes y prácticas del Estado grande y su ejército de inspectores.

(*): Profesor de economía, Universidad Finis Terrae, fue presidente del Banco Central de Chile.

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