Opinión Internacional

Colombia, la semilla de la resistencia

(%=Image(3755887,»L»)%)Medellín, Colombia (AIPE)- Plantean analistas que un duro dilema enfrentan las FARC con miras a los próximos comicios electorales para la presidencia. La primera alternativa es quedarse quietos, pero eso les daría la razón a quienes creen que la guerrilla ha sido duramente golpeada por la política de seguridad del presidente Alvaro Uribe, por lo cual esa iniciativa debería mantenerse con o sin la reelección del actual mandatario. La otra alternativa es ir a la ofensiva para demostrar que su capacidad militar está intacta, con el problema de que sus consecuencias serían contraproducentes para las FARC al recordarle al país por qué eligió a Uribe.

El problema para las guerrillas es que la dinámica de la confrontación en Colombia las ha llevado a un punto muerto. Si contradicen su esencia y se meten a la selva a esperar, las mata el aislamiento y las aniquila el tiempo. A nadie —a menos que sea afecto a su causa— se le va a ocurrir levantar los planes de seguridad para que la guerrilla resurja y ésta no puede perdurar eternamente en la jungla, aunque se mantenga alimentada por el narcotráfico. Entretanto, si se enfocan en lo militar obligan al Estado a reforzar las tropas, a mejorar el armamento y los equipos de comunicaciones, a afinar sus esfuerzos de inteligencia, etc.

Parece temprano para decirlo pero cada vez es más evidente que la guerrilla sólo tiene abierta la puerta del diálogo aunque ya no incondicional, con un interlocutor —Gobierno y Sociedad— que no está dispuesto a hacer el papel de tonto como en el pasado. A la guerrilla sólo le queda un estrecho margen de maniobrabilidad política consistente en actos de paz y muestras de buena voluntad: ceses al fuego, acuerdos humanitarios, limpieza de campos minados o compromisos de cesar el secuestro.

No obstante, los hechos recientes parecen ser indicios claros de que las FARC optó por la alternativa bélica acudiendo a su esencia que es la violencia, no la política. No entiende esta guerrilla que aquí no se va a dar el efecto “marzo 11” que le cambió el rumbo electoral a España. Lo único que ganan con ataques infames como el de Toribío (Cauca) es un repudio general y el clamor nacional para que el Gobierno los aniquile. El termómetro de popularidad del presidente Uribe (70%), sube cada vez que las FARC lanza un cilindro de gas repleto de dinamita contra una escuela de un pueblo pobre. Así, la guerrilla se enreda en una trampa cazabobos que ella misma se inventó: para salir tiene que jalar y si jala se ahorca. Lo peor es que parecen no entenderlo.

Esa violencia irracional de la guerrilla también salpica a sus pares políticos y pone cada vez más en evidencia el sesgo de numerosas organizaciones que se dicen defensoras de los derechos humanos pero que callan maliciosamente cuando la guerrilla comete estos actos brutales o que se limitan a emitir críticas gaseosas contra el uso de cilindros de gas, como si estos se lanzaran solos. El ataque en Toribío fue contra la población civil, destruyeron medio pueblo, asesinaron a un niño de diez años, hirieron a más de veinte personas, se parapetaron entre la población para eludir el bombardeo de la Fuerza Aérea.

El ataque contra Toribío, habitado en su mayor parte por indígenas paeces, es un ataque que además de estratégico (recuperar un corredor hacía el Pacífico para sacar droga) podría tener un valor simbólico por ser el pueblo paez el verdadero abanderado de la resistencia pacífica, una verdadera comunidad de paz que se ha enfrentado a los ilegales sin tirarle la puerta en la cara al Estado, que en ocasiones ha defendido a sus agentes de policía del secuestro o la masacre de la guerrilla, que armados de palos (ellos los llaman “bastones de mando”) se han adentrado hacia los campamentos guerrilleros para liberar a sus líderes secuestrados. La resistencia de los paeces es el mejor ejemplo para toda Colombia.

¿Dónde están Gloria Cuartas, monseñor Giraldo, Piedad Córdoba, ONG’s y comisiones de juristas que ven las violaciones reales y supuestas de los derechos humanos por parte de paramilitares y fuerzas del Estado pero no los atropellos de los grupos ilegales de izquierda? ¿Dónde están los argumentos que se esgrimieron para defender la existencia de la “comunidad de paz” de San José de Apartadó y condenar la masacre de La Resbalosa sin haber certeza de la mano que blandió el machete degollador? En Toribío, el machete lo blandió las FARC con el silencio cómplice de las plañideras, pero la semilla de la resistencia germinó en Colombia y el árbol crece frondoso.

(*): Periodista y escritor colombiano.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba