Opinión Internacional

Colombia, verano de 2007

Tanto como extensa, diversa y sorprendente, Colombia es contradictoria. El país de los contrastes, donde se viven realidades inconcebibles. Básicamente por su enorme extensión, millón cien mil kilómetros de territorio y casi un millón más de mares en los cuales ejerce soberanía. De allí que geopolítica y culturalmente hayan coexistido varios pueblos en su interior. La Colombia andina (cachaca) que ha gobernado desde la independencia, la Colombia costeña que a su vez es atlántica, o ribereña del Magdalena o del océano Pacífico. Paralela a ésta, la Colombia sabanera, con casi idénticas costumbres a nuestros estados llaneros. La Colombia amazónica, remota, casi inconexa con las autoridades centrales de Bogotá. Y habría otra, más dispersa, la Colombia insular, que comprende a Leticia y San Andrés, islas desconocidas para la mayoría de sus nacionales.

Si es muy difícil recorrerla, imagine usted cuán complicado será gobernarla. De hecho, los problemas históricos de semejante coloso han nacido de su desmesurada extensión. Los conflictos del siglo diecinueve se acrecentaron por las limitaciones de Bogotá para ejercer control sobre apartados territorios. La misma guerra de los mil días, que comenzó por el dilema de la sucesión presidencial, avanzó por inercia y sólo pudo contenerse tras haber asolado dramáticamente su población. Así la guerrilla actual, que comenzó en los años cuarenta, bajo la forma de alzamientos campesinos y ha terminado siendo un conflicto casi mundial que involucra directamente a Estados Unidos y a los europeos en rol de mediadores de buena voluntad.

Le voy a graficar mis impresiones de un intenso periplo por vía terrestre que cumplí ahora en vacaciones. Primero, ese país en guerra civil, con enormes extensiones ocupadas por la guerrilla, primo-productora mundial de cocaína, es sorprendentemente seguro, vigilado y ordenado en sus vías terrestres. Porque Álvaro Uribe, sea derechista, con sombras paramilitares, lo que sea, resultó una bendición para esa nación. Les devolvió Colombia a los colombianos. Al haber militarizado las vías de comunicación, arrinconó los irregulares hacia zonas específicas y ahora es posible recorrer gran parte del territorio en perfecta calma y tranquilidad.

Bogotá, por ejemplo, no parece latinoamericana sino europea. Con un aspecto madrileño en su casco central, de seguro que favorecido por el clima, la tradición civilista y universitaria de sus elites. En Bogotá se han reducido al mínimo los robos de automóviles y las cifras de la delincuencia en general. ¿La clave? policías y policías por doquier, vestidos casi de gala, casi todos universitarios, con un ingreso aceptable, una visión profesionalizada de su ejercicio y todo el equipamiento técnico y logístico.

Esa capital tiene la red de librerías más extensa que yo conozco en toda América. Ni Buenos Aires ni Ciudad de México se le acercan en oferta editorial. Por allá en el centro hay una manzana entera de puros libros de segunda mano, donde se consiguen textos de todos los tiempos, así como música y videos. Es también la ciudad de las flores, de los perros con bozal, de la sociedad protectora de animales, de las facilidades para discapacitados, de la permanente tutela social en beneficio de los débiles, donde la tala de un árbol centenario desencadena un debate de primera página en la prensa.

Claro que Bogotá, como Medellín, Cali, Bucaramanga y las grandes capitales terminan siendo una burbuja, islotes de paz en un océano de miseria y convulsión. Me desplazo hacia la costa, en plena ribera del río Magdalena y voy hasta Magangue. Allí la pobreza es generalizada, sólo paliada por el brío inextinguible de sus pobladores. Desde las cinco de la mañana el pueblo está encendido, vibrante, laborando en pleno. Desayuno en una fritanga de pescado y la pareja que vende, a pesar de su notable vigor, son un anciano de noventa y cinco años y su señora de ochenta y dos.

En Magangue, el pueblito natal de mi madre, comprendo cómo utilizan la inteligencia policial y militar para mantener el control de las ciudades. A poco de registrado en el hotel, un funcionario de civil me sigue, me interroga y comprueba la identidad de mis hijos, uno por uno, incluso haciéndoles preguntas. Es que cada visitante es un sospechoso y sólo así han logrado contener el avance de los paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes.

Me sorprende que todavía quieran venirse en cambote para Venezuela. Otros sueñan con España o Estados Unidos. La gran mayoría no conoce a Bogotá, su porción de país idílico y por tanto ni se plantean emigrar internamente. En la noche, que también es larga y excitada como la madrugada, desentraño las claves profundas de su miseria y atraso social. Beben demasiado, en cantina, en las aceras, en los patios, en los frentes de las casas. Beben con música, beben riendo, llorando o cantando. Y al otro día, con pocas horas de sueño se levantan a trabajar frenéticamente.

Durante mi estadía recuperaron los cuerpos de los once diputados que murieron secuestrados. La minuciosidad del peritaje forense me impresiona tanto como el debate político y el indescriptible dolor de las familias. Es que a los cadáveres lograron “matarlos” varias veces. Parece que después de muertos les dispararon y fracturaron huesos. Después los bañaron, vistieron y mudaron. Quizás los enterraron y exhumaron varias veces. Tan diabólico el proceso que todavía no desentrañan las circunstancias ni la culpabilidad por la matanza.

También capturaron a “Don Diego”, el opaco sucesor de Pablo Escobar. Por más de una década había escapado a todos los cuerpos de seguridad colombianos, a la DEA, al seguimiento satelital norteamericano. Es que tenía infiltrada la policía, el ejército, los batallones elites. Para capturarlo tuvieron que armar un operativo estilo Ian Fleming, mantener en absoluto secreto el plan, engañar a los otros cuerpos de seguridad moviéndolos hacia otras regiones. Cuando lo capturaron y ante las evidencias, tuvieron que procesar también a los policías que supuestamente lo habían buscando y sospechosamente jamás lo encontraban.

Colombia marcha a veces hacia delante, a veces se estanca. Pero nunca retrocede. No tengo dudas que una vez logre resolver su conflicto interno, será la primera potencia latinoamericana, incluso más que Brasil, Argentina o México. De hecho, el gobierno colonial de España y el gobierno libertador de Bolívar, la concibieron como el centro de las decisiones políticas del área. A veces me pregunto si su desestabilización, sus enclaves del narcotráfico no responden a un diseño estratégico de sus probables competidores en el mundo. Porque ellos no se han rendido a las importaciones chinas, siguen haciendo su ropa, sus artesanías. ¡Que viva la integración, la hermandad y la alianza profunda entre Venezuela y Colombia!

(*) Abogado y Politólogo

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