Opinión Internacional

Cruzada en defensa de las naciones pobres

¿Quién diría? El gran líder anti-G8 no vendrá a Génova y, sin embargo, moviliza aquí cerca de 5 mil jóvenes, venidos de todas las regiones del país: el Papa Juan Pablo II. Sus pupilos son tratados por los medios italianos como «Papa boy’s», afiliados a
sesenta asociaciones católicas.

El líder local es el Cardenal Tettamenzi, de radiante simpatía. Su mayor bendición a los manifestantes consistió en declarar a un público de 2 mil jóvenes que «un niño africano con Sida vale más que el Universo entero». Mensaje directo a los jefes de
Estado y de Gobierno que llegarán a su arquidiócesis el 20 de julio. Uno de los temas de la agenda del G-8 es la mortandad que el Sida provoca en Africa, donde los laboratorios se niegan a proveer medicamentos a bajo costo.

Los «Papa boy’s» ocupan los teatros de Génova por la mañana; en la tarde se distribuyen en cuatro iglesias, donde debaten temas sociales, como deuda externa y pobreza del tercer mundo; y a la noche, en el parque dell’Acquasola, cantan delante del monumento del soldado desconocido.

«Ciudad blindada»

Génova se transformó en una «ciudad blindada». El aeropuerto estará cerrado entre el 19 y el 22. El puerto cierra un día antes, pues Bush y Chirac se hospedaran en portaaviones. El palacio Ducal, donde se desarrollarán las reuniones del G-8, es
el epicentro de la «zona roja» -cuatro kilómetros cuadrados de acceso restringido, según las autoridades, ¿será? Ya fueron distribuidas, por las calles de la ciudad, copias de las credenciales de acceso. La única diferencia con el original es
que, en lugar de «fac-simile», los autores del apócrifo imprimieron «funk-simile».

Hay quien garantiza que la CIA bloqueará todos los celulares dentro de la «zona roja» para evitar el riesgo de accionar una bomba. El gobierno italiano promete monitorear, por satélite, todas las comunicaciones electrónicas durante el G-8. Y envió a la ciudad más de 20 mil policías, sin contar con la seguridad, casi toda secreta, de cada uno de los ocho señores que concentran en sus manos el poder mundial. La fuerzas de seguridad temen, en espacial, a los manifestantes ingleses,
españoles y alemanes, considerados violentos.

Deuda externa

Creyentes y ateos quieren hacer resonar al llamado del Papa del domingo 8: «Escuchen el grito de los países pobres». El tema de la deuda externa consta en la agenda del G-8 y centra la atención de los manifestantes. Para los adeptos de la campaña mundial por la anulación de la deuda de las naciones más pobres del mundo, lanzada en el 2000 por el Vaticano, la propuesta nada tiene de absurda y, mucho menos, de original.

En el siglo XVIII, los Estados Unidos anularon sus deudas con la Corona Británica, así como, en 1991, Polonia canceló el pago de parte de su deuda externa. Ni por eso cesó el flujo de financiamiento externo privado para aquellos países. La anulación del 51% de la deuda externa de Alemania, en 1953, propició el crecimiento económico del país, como ya ocurrió en Rusia en 1918.

Según la ONU, en 1999 los 48 países más pobres del mundo, con 600 millones de personas, solo recibieron 0,5% de las inversiones directas extranjeras. Más de la mitad de aquellas inversiones privilegió apenas cuatro países: Brasil, China, México y Tailandia. El dinero, empero, no entró gratuitamente, pues el 80% del monto sirvió para la adquisición de empresas locales, que pasaron al control de conglomerados transnacionales, reduciendo los puestos de trabajo y, además, la soberanía nacional.

Una tema tratado en los debates de Génova concierne al Brasil: la legitimidad de la deuda contraída bajo la dictadura militar. En opinión de algunos entendidos, ella es jurídicamente ilegítima, según precedentes históricos.

Al final del siglo XIX, los Estados Unidos asumieron el control del Cuba, después de la guerra que llevó a la isla del caribe a conquistar su independencia de España. Madrid exigió que la deuda cubana con la Corona española fuese asumida por los Estados Unidos. Washington puso oídos sordos y calificó el peso de la deuda como yugo impuesto al pueblo cubano. La comisión estadounidense encargada del caso alegó que la deuda había sido creada por el gobierno español para su propio beneficio, y que los acreedores aceptaron el riesgo de las inversiones.

En los años 30, la Corte de Arbitraje Internacional, de la cual participaba el juez Traft, presidente de la Corte Supremas de los Estados Unidos, admitió que eran nulos los préstamos concedidos al presidente Tinoco, de Costa Rica, por un banco
británico establecido en Canadá. El argumento fue que el dinero no servia a los intereses del país, pero sí a los privilegios de un gobierno no democrático. El juez Traft declaró: «El Royal Bank debería probar que el dinero fue prestado al gobierno para usos legítimos. El banco no lo hizo».

Eso se repitió en Filipinas en 1986, luego de la caída del dictador Marcos; en Ruanda, en 1994; en Sudáfrica, tras el fin del apartheid; en la República Democrática del Congo en 1997, después de la caída de Mobutu; en Indonesia, en 1998, luego de la salida de Suharto, etc.

Los grandes bancos europeos y estadounidenses son denunciados aquí como cómplices de la extorsión provocada por dictadores sobre los pueblos que gobernaban. Mobutu recaudó una fortuna casi diez veces superior al PIB de su país. Nigeria posiblemente estaría menos pobre si los bancos le restituyeran a
ella los tesoros robados por el dictador Abacha.

Lo curioso es que todo ese discurso contrario al actual modelo de globalización no suena como un cliché de izquierda. Y nadie siquiera menciona el fantasma del comunismo. Respaldado por el Papa, resuena como un llamado ético, lo que obliga a los poderosos socios del G-8 a por lo menos demostrar que tienen un poco de sensibilidad ante del clamor de los pobres.

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