Opinión Internacional

Davos versus Davos

Era el mediodía del 3 de febrero de 1992. Desde entonces el nombre lo asocio a lo histórico-político y a lo económico. Y es precisamente sobre lo económico que gira mi reflexión.

El foro económico mundial es realizado anualmente en la ciudad-comuna Davos. Parece contradictorio que el lugar escogido por la élite mundial del gran capital, líderes de empresas trasnacionales, líderes políticos internacionales, periodistas e intelectuales, banqueros, negociantes, financistas, lo más selecto, lo más granado, dentro del neoliberalismo mundial, sea, precisamente, una comuna. Y digo “contradictorio” por la campaña de descrédito que el mass media criollo opera contra esta y cualquier forma de organización popular. Pero, al fin y al cabo, es una colonia Suiza.

No deja de llamar la atención el hecho de que casi todas las notas periodísticas de esta cumbre económica aludían a un optimismo bajo, en función de la reducción de las expectativas, esta vez las estiman más reales. Esto, claro, lo toman como el camino para salir de la crisis que opera en la reproducción metabólica del capital, tal como nos lo indica Mészáros. Pero el húngaro también nos advierte el carácter irreversible y necesario de esta crisis; es decir, el tiempo histórico de la superación del capitalismo.

Los más moderados apuntan a la necesidad de reestructurar el sistema en función de generar mayores oportunidades para las economías en desarrollo.

Con respecto a la desigualdad social y las oportunidades de desarrollo que en parte obedecen a la crisis capitalista mundial, los “fundamentalistas del libre mercado”, tal como los denomina Stiglitz, tan aficionados a analizar los índices macroeconómicos, tendrán entre sus preocupaciones cuestiones “reales” como la disminución de la pobreza o el desempleo juvenil. Esto es, la superación de las asimetrías globales. Por ejemplo, cuando un africano medio recibe una inversión en su capital humano de unos centenares de dólares, los americanos ricos reciben regalos de sus padres y la sociedad de más de medio millón de dólares.

Pero la naturaleza del capital queda expresada en este pensamiento de Marx: “El capital, cuando siente un beneficio razonable, se enorgullece. Al 50% es temerario, al 100% arrasa todas las leyes humanas y al 300% no se detiene ante ningún crimen”. ¿Tendrá esto alguna relación con lo que se denominó “efecto Daka”?

Es indudable entonces la necesidad de luchar contra la desigualdad, contra la pobreza, que es un problema estructural del capitalismo. Muchas empresas, para poder resistir la crisis, tuvieron que tomar medidas como la reducción de costos, de puestos de trabajo, suspendieron sus inversiones y ni se diga los aportes sociales.

Pero nuevamente chocamos contra la naturaleza del capitalismo. Otro premio mundial de economía, Paul Krugman, ironiza cuando dice que la llamada guerra contra la pobreza fue “perdida” por culpa de los mismos pobres. Para la lógica del capital, la pobreza era un problema social, un problema relacionado con las familias rotas, la delincuencia y una cultura de la dependencia que las ayudas públicas no hacían más que agravar. Para Krugman, en el caso de los EEUU, la pobreza tiene un fuerte origen laboral.

El cierre de empresas, la reducción de puestos de trabajo, la enorme deuda pública que afecta al Ejecutivo y que le impide generar gastos suficientes en materia de inversión social son algunos de los condicionantes del problema. Antes, los sueldos subían a la par que la productividad del trabajador.

La tercera parte más desfavorecida de la mano de obra estadounidense ha conocido poco o ningún aumento de los salarios en función de la inflación. Krugman es categórico al afirmar que la pobreza tiene un origen en las desiguales condiciones de intercambio de la fuerza de trabajo.

El trabajo es la mercancía menos valorada y, precisamente, es esta la que produce la plusvalía, por lo cual no debe ser tomada como un problema relativo a la descomposición social. La desigualdad en el acceso a bienes y servicios, así como a oportunidades de empleo, son los elementos estructurales de un sistema de producción que estimula el consumo, la explotación masiva de los recursos naturales para depositar grandes ganancias en pocas manos. Se habla de que esta élite privilegiada no sobrepasa 1% de la población mundial.

Se observa claramente la inexorable relación que existe entre la pobreza y el desempleo. Según cifras de la OIT, este creció en cinco millones más de personas con relación a los datos de 2012, estimándose en 205 millones de desempleados. Pero a pesar de conocer la magnitud planetaria del desempleo y lo vulnerable que está el segmento juvenil, la OIT se limita a recomendar que para abordar las brechas abiertas en el empleo y en la sociedad, es preciso aplicar políticas macroeconómicas favorables a la creación de trabajo y destinar más recursos a las políticas sociales y del mercado de trabajo. Esto es, sin dudas, como se dice en criollo, un saludo a la bandera. Stiglitz ve cómo esta disfuncionalidad del sistema ya se expresaba históricamente en el comienzo de la centuria pasada. En conjunto, el sector privado en Europa y los Estados Unidos no ha podido crear muchos puestos de trabajo buenos desde el comienzo del siglo actual. Quienes más sufren las consecuencias de ello son los jóvenes.

Este año Davos debe ir mucho más allá de la macroeconomía y sentar posición sobre las políticas sistémicas y los hechos mundiales del actual tiempo histórico como los desafíos del cambio climático, la guerra en Siria, la liberalización del comercio mundial y la legalización de las drogas.

Ya ha pasado mucho tiempo desde aquel 1992, y en la Venezuela actual, la situación es otra. América Latina solo registró 1% de aumento total de desempleo. En Venezuela hay una alta tasa de ocupación en todos los niveles, incluido el juvenil. Sin embargo, aún falta mucho por hacer. En la lucha contra la pobreza Venezuela es uno de los pocos países que ha cumplido con la erradicación de esta, en especial de la pobreza extrema, en tiempo récord, según lo estipulado en las Metas del Milenio. El país ha bajado en 10 años de 22% a 7% sus índices de pobreza extrema y ha generado políticas públicas que buscan mayor inclusión y equidad.

No se puede estimular un consumo bajo la lógica de la apropiación de la plusvalía, que no tenga conciencia del impacto ambiental. Este es apenas uno de los retos que se nos plantea de cara al futuro.

 

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