Opinión Internacional

El cantante de los cantantes

En los finales años de la década de los cincuenta, el barrio caribeño salió de sus callejones y esquinas; luchando desde entonces por ser reconocido en todas las esferas de la sociedad. En esta – por llamarla de algún modo – emancipación, se gestó la Salsa; pasión que pasó a ser desde entonces el género musical que más y mejor lo ha representado ante los ojos del mundo entero. Mediante sus canciones, la Salsa ha cantado para la barriada y sus pobladores, hermanando El Chorrillo panameño con el Barrio Obrero colombiano; la Avenida Intercomunal de El Valle, Caracas, Venezuela; con la Calle 15 de San Juan, Puerto Rico; Los Sitios Entero de La Habana, Cuba con El Barrio (el nombre en castellano) en el Manhathan Newyorkino; vecindario donde se concentran por oleadas los inmigrantes caribeños en La Gran Manzana.

Las líricas relatan las insuficiencias, aflicciones y alegrías en las que todo habitante de estos sectores se sumergen diariamente. Desde el amor más desgarrado, arañado, desagradecido; hasta la nueva conquista que se niega a acceder a los ruegos de la efusión de Cupido. Los malandros y guapetones; con el peligro que siempre producen, el miedo de la gente hacia ellos y las víctimas que generan. La felicidad que provoca el ambiente de fiesta, los tragos, el baile. Las vicisitudes económicas, políticas y sociales de los pueblos. El racismo, las creencias religiosas; los gritos de igualdad, libertad y fraternidad,…

(%=Image(6641721,»L»)%)Describe también a los personajes que siempre viven en estas vecindades: el borrachito de la esquina que «martilla» a sus conocidos para comprarse otra «carterita”. La señora que engaña a su marido, el vendedor de lotería, la ya muy poco señorita que vive en la casa grande de la curva; la alcantarilla sin tapa donde apareció “mirando pa’dentro” un conocido de la cuadra. El galán de la zona, el perro fastidioso que ladró toda la noche,… en fin, un fiel reflejo de la vida arrabal, recurriendo siempre a un lenguaje directo, con pocas metáforas, y utilizando el mismo argot de los inermes.

Miles de cantantes han surgido de estos lugares desde entonces: unos excelentes, otros mediocres; algunos con muchas y variadas virtudes, terceros que debieron dedicarse a otras actividades. Famosos, desconocidos sin suerte aún teniendo calidad. Otros que, apoyados en campañas publicitarias o en la payola, terminaron por imponerse a pesar de lo insoportable que fueron. Pero, buenos o malos, siempre buscaron expresar lo que Luis “Perico” Ortiz y Ángel Canales interpretaron en muchas oportunidades: El Sentimiento del Latino. Con respecto a esto, el mejor de todos ha sido hasta hoy, sin duda alguna, Héctor Pérez, el imperecedero Héctor Lavoe: El Cantante de los Cantantes.

Héctor Juan Pérez Martínez nació Machuelito, barrio de Ponce, al sur de Puerto Rico el 30 de septiembre de 1946. Muy pronto su familia se mudó a otro sector de la ciudad, creciendo pues en una distinta y populosa barriada de esta localidad: Bélgica; y es aquí donde se inició el trágico camino que rodeó su existencia, ya que a los tres años de edad su madre Pachita fallece y es entonces cuando su crianza es realizada por su abuela paterna (este hecho lo cuenta sin tapujos en su canción El día de suerte, junto a Willie Colón en el disco Lo Mato). A los 6 años gana el primer premio del programa radial Los Pibes se Divierten y su papá, Luis Ernesto Pérez, lo inscribe a los 14 en la Escuela Libre de Música Juan Morell Campos a estudiar saxofón. Se cuenta que sus padres cantaban durante las fiestas populares y reuniones familiares, principalmente música jíbara y boleros de la época.

(%=Image(8350605,»R»)%)Desde adolescente, ya demostraba las características que lo acompañarían de por vida: la inconstancia, la distracción y la bohemia. Cuentan que al cabo de un tiempo el Sr. Luis Pérez comenzó a preguntarle sobre el devenir de sus estudios musicales; Héctor, que asistía con mucha irregularidad, siempre le respondía que iba por la lección 12. Un buen día, su progenitor se acercó a la escuela y descubrió su elevado índice de inasistencias, por lo que al llegar a su casa le propinó un tremendo bofetón por mentiroso. En esta escuela conoce a un morenito, pequeño e introvertido, de nombre Enrique, que con el devenir de los años se transformo en el genial pianista Papo Lucca, director de la espectacular Sonora Ponceña.

Muy joven, a los 17 años, decide viajar hasta New York para probar suerte. Esta medida conllevó a la ruptura total con su papá, ya que éste le indicó que de marcharse se olvidara de su existencia. Su hermana Priscilla ya vivía en la Capital del Mundo desde hacia varios años y nunca había regresado ni de visita; además, su hermano mayor había muerto bajo insólitas circunstancias (se dice que lo ajusticiaron por deudas con psicotrópicos) en una de las tantas calles de la metrópoli. Aún así, Héctor le dijo “Papá, doy el brinco” y el 3 de mayo de 1962 tomó el vuelo a New York, llegando directamente a la casa de su hermana en “The South Bronx” distrito de Long Island. Al día siguiente, se dirigió al “Wasa Harlem”, el lugar donde todos los inmigrantes caribeños que deseaban ser artistas llegaban en busca de la Diosa Fortuna.

Sus inicios fueron exageradamente duros. La falta de contactos y trabajo artístico lo llevó a laborar como peón en una fábrica de textiles, cargando los unos gigantescos fieltros de tela, que eran más grandes y más pesados que él. De vez en cuando “mataba su tigre” con una banda denominada “The New Yorker” y en ocasiones actuó con la orquesta del timbalero panameño Orlando Marín, mejor conocido como Kako. Esta situación continuó hasta que en febrero de 1967, Johnny Pacheco lo recomendó al ingeniero de sonido Irvin Greenbaum, que estaba trabajando en la grabación de un disco, con un joven newyorican de 17 años, trombonista, de nombre William Anthony Colón Román. A partir de ese disco, llamado El Malo, dejaron de llamarse como fueron bautizados para formar el más espectacular dúo en la historia de la Salsa: Willie Colón y Héctor Lavoe.

(%=Image(9778318,»L»)%)Héctor desconfiaba del proyecto, por lo que accedió a grabar ese único disco; pero la enorme aceptación y la lluvia de contratos que surgieron a partir de él, lo conllevó a dejar su trabajo de obrero y dedicarse a lo que siempre había querido: cantar. Surge entonces el agrio sonido de los dos trombones, y globalmente con ese estilo callejero, irreverente, pendenciero y arrabal de su voz, cimentaría su mayor patrimonio. Fueron entonces 14 discos que grabaron juntos, uno mejor y más sabroso que el anterior; se recuerdan las espectaculares producciones: Lo Mato, El juicio, La Gran Fuga; The Hustler, Asalto navideño Vols. 1 y 2, La Cosa Nuestra, entre ellos. De esta etapa se recuerdan los éxitos: Timbalero, Aguanilé, Todo tiene su final, Te conozco, Ausencia, Piraña, Juana Peña, No me llores, Barrunto, Abuelita… Todos verdaderos puntos cardinales del género.

Su presencia en los conciertos y películas de las Estrellas de Fania hacen que se sitúe en el tope de la popularidad, la que sabe mantener cuando, en 1974, Colón disuelve la banda y Jerry Masucci – dueño del sello disquero Fania Records – opta por independizar a los dos más jóvenes artistas de su staff, por lo que Héctor e Ismael Miranda organizaron sus propias orquestas.

En su primer disco como solista, La Voz, Héctor cambió el sonido que lo precedió al incluir dos trompetas en la sección de los metales; posteriormente produjo uno de los más grandes acetatos que se recuerde: De ti depende. De estos trabajos han pasado varias de sus canciones a ser clásicos del género: El Todopoderoso, Rompe Saragüey, Mi gente, Paraíso de dulzura, Vamos a reír un poco, Periódico de ayer, Hacha y machete y Mentira.

Seguidamente, como por arte magia, Héctor desapareció por varios años. Durante este tiempo se especuló muchísimo sobre su paradero. Varias versiones se cuentan al respecto: una de ellas indica que se encontraba en una clínica para drogadictos en New Jersey, otros dicen que su curación la estaba realizando en España. Otra más espectacular indica que fue objeto de un “trabajo” de santería malintencionado que le quitó la voz, y que debió ser contrarrestado por las acciones de un muy poderoso babalao puertorriqueño. En fin, la resultante fue que por tres años sus grabaciones y presentaciones personales brillaron por su ausencia, hasta que reapareció con su obra maestra: el disco Comedia con la canción que lo inmortalizó: El Cantante compuesta por Rubén Blades especialmente para él y arreglada y orquestada por Willie Colón. Otros inolvidables números de esta producción fueron Bandolera y Songoroconsongo.

Posterior a esta producción, labró otro impactante trabajo: El sabio; donde se recuerda su neurálgico Para Ochún, donde el José Torres revienta las teclas del piano a continuación de una monumental conversación entre todos los trompetistas y trombonistas. De la misma forma, las canciones Aléjate, Noche da farra (en tributo a Frank Grillo “Machito”) y Lloré brindaron más de su irrenovable calidad. Después tuvo otro largo silencio en cuanto a las grabaciones, aunque sus presentaciones en directo ocurrían esporádicamente.

Willie Colón, afincado en su trabajo con Rubén Blades, dejó de promoverle sus discos, por lo que su siguiente empresa “¡Que sentimiento!” fue su íntegra creación, en la que aparecen Soy vagabundo, Amor soñado y El Son entre las mejores. Tuvo dos empresas poco satisfactorias; el homenaje a Felipe Pirela, que agradó únicamente en New York; y una escasamente promocionada realización con el tresista puertorriqueño Yomo Toro. Pasaron varios años hasta que respaldado nuevamente por Willie y toda su orquesta, engendraron tres grabaciones: El Vigilante, Reventó y su canto del cisne: Strikes again.

(%=Image(9413709,»R»)%)En el primero de los nombrados, se consiguen 4 canciones: una interpretada por el propio Colón con el nombre del disco. Otra llamada Triste y vacía. Seguidamente un son increíblemente bueno, sabroso, especial para esos corazones desgarrados por el mal amor, ideal para compartir el despecho junto a los compadres de siempre y una gran cantidad de ron con limón: Me pase la noche fumando. Y por último, otro clásico legendario de la Salsa: el imprescindible Juanito Alimaña, compuesta por Catalino “Tite” Curet Alonso. Las otras dos, siendo muy buenas, fueron tomadas poco en cuenta por el público mayoritario, pendiente ya de las horrendas y continuas desafinaciones de Eddie Santiago, Willie González, Hildemaro y sus intolerables secuaces.

De estos discos se pueden rescatar: Déjala que siga, Plato de segunda mesa, Cáncer, Loco, Ponce y Escarcha.

Sus intervenciones con Las Estrellas de Fania son, si se quiere, algo más continuas. Los sabrosos números Ublabadú, Semilla de amor, El rey de la puntualidad – donde improvisara: yo no llego tarde / ustedes llegan muy temprano – y Siento (a la postre fue su última grabación) siempre estaban dentro de lo mejor de cada álbum; igual que sus colaboraciones con Tito Puente en los Homenajes 2º y 3º al Bárbaro del Ritmo: Bartolomé Maximiliano Moré, Beny Moré.

Pero, sus irresponsabilidades, ausencias y embarques se tornaron tan famosos como sus canciones, desarrollando una personalidad contradictoria como el que más. En ocasiones se negaba a ensayar con Las Estrellas de Fania, en otras, al faltar los cantantes, interpretaba todo el repertorio de la orquesta. En una incidencia, cuando la gira por Japón, dejó a todos esperando en el John F. Kennedy Airport. En otro viaje, esta vez al África, los integrantes de la Fania marcharon tristes al continente negro por la ausencia de Héctor. Pero la sorpresa fue inmensa al constatar que Lavoe tenía dos días esperando en el hotel. ¡Había adelantado su viaje!

(%=Image(2652683,»L»)%)Hay otras anécdotas infortunadas, desgraciadas; como el PRESUNTO hecho donde al momento de pagarle sus regalías por ventas de discos, el empresario que dirigía su carrera le cancelaba una mitad en efectivo y la otra en narcóticos. Pero, a pesar de los desmanes que cometió en su vida, seguía siendo el más querido de todos los cantantes.

Recuerdo en especial una de las tantas oportunidades en que me deleité con su sabor en El Poliedro, cuando en ese concierto, que fue abierto por Ismael Miranda y Justo Betancourt, lo llevaron al escenario dos personas, tomado por las axilas y casi arrastrado. La imagen fue pasmosa. Pero Héctor, sacando fuerzas quien sabe de donde, se agarró del micrófono y cantó sin respiro ni descanso por más de dos horas. Al finalizar su mitológica y relevante intervención, las dos personas que lo habían trasladado, se lo volvieron a llevar en las casi mismas patéticas condiciones.

En medio de tantas maldiciones, en 1987, su apartamento en Queens, New York se incendia, y para salvarse, junto a su esposa Nilda, se lanzan al vacío desde un segundo piso fracturándose una pierna. En plena convalecencia, su único hijo varón, el mayor de 18 años, muere trágicamente. Hay dos versiones del hecho: una de ellas indica que estaba con unos amigos jugando con un revólver, al cual se le escapó un disparo. La otra, revela que fue un HIPOTÉTICO ajuste de cuentas por deudas de apuestas o de alucinógenos. Independientemente de cual fue la realidad, este fue un rudísimo golpe para la ya deteriorada salud de Héctor.

Pero lo peor estaba por llegar.

En Puerto Rico, a las 5:30 pm. del domingo 26 de junio de 1988, Héctor cae del balcón de su habitación del piso noveno del Regency, en el distrito del Condado de San Juan, salvándose de estrellarse en el pavimento al caer sobre unos toldos salientes y una capa blanda del sistema de aire acondicionado del restaurante del hotel. Al salvarle los galenos lo poco que le quedaba de vida, a través de una intervención quirúrgica que duró casi 5 horas, se descubrió públicamente el origen de sus malestares: SIDA, el cual había contraído en una de sus tantos “viajes mentales”.

Intento de suicidio, otro “éxodo onírico” en el cual se creyó pariente cercano de Dedalus e Icaro, un accidente. Nunca se sabrá. Para empeorar la situación, sus cuerdas vocales sufrieron un daño permanente, por lo que su voz comenzó a escucharse como si de una caja saliera. La noticia se regó en el Caribe y en el mundo de la Salsa en general, como si fuese una repartición gratuita de billetes de 100 dólares. Al entender que el universo conocía de su padecimiento, la depresión le inundó para nunca más abandonarlo.

Su retiro fue inminente, hasta que el mismo empresario nombrado párrafos atrás, organizó un evento con Las Estrellas de Fania, donde la mayor promoción fue el retorno de Héctor Lavoe. El festival, en el año 1990, lo inició la desaparecida banda japonesa La Orquesta de la Luz. Después se encaramaron en la tarima del Madison Square Garden las poderosas Fania All Stars. La excitación crecía número tras número, hasta que el momento llegó.

(%=Image(2813535,»R»)%)Willie Colón bajó del escenario insultando al organizador, por estar en desacuerdo con la presencia de Héctor, enfermo y deteriorado, en el concierto. El público gritaba enloquecido, pero al entrar en escena, enmudeció totalmente ante la imagen de su ídolo. Abrió su actuación con Mi gente, pero después de unos primeros compases, se percató de la imposibilidad de cantar, por lo qué comenzó a llorar y tambaleándose, caminó lentamente hacia la parte trasera de la tarima. Los demás cantantes (con la excepción de Ismael Quintana, quién se retiró al serle intolerable la estampa de su amigo) culminaron la canción ante la incredulidad del público, quienes bajo los impactos de un shock, iniciaron la salida con lamentos y lagrimas en los ojos. Fue la última actuación de Héctor Juan Pérez.

Su muerte, el martes 29 de junio de 1993, enlutó al mundo de la Salsa, que perdió a uno de sus ídolos máximos. Y es que Héctor, con sus virtudes y defectos, sus luces y sombras, locuras y aciertos, personificó mejor que nadie, esas vivencias propias de nuestra música y nuestra cultura caribeña de pueblo, de barrio, de parroquia…

Hace 8 años que físicamente se fue de nuestro lado, pero han seguido explotando su nombre. Uno de sus imitadores (como en New York, Van Lester; en Puerto Rico, Rafi Santana y en Colombia, Harold) ha sacado un inconcluso disco suyo bajo las protestas de Willie Colón y con la benevolencia del empresario de siempre. Igualmente, han publicado perdidas grabaciones de uno de sus conciertos (excelente); y a cada momento organizan festivales o graban CDs como “Homenajes” o “Tributos” a su memoria.

Héctor Lavoe forma parte de esa pléyade de artistas malditos, cuyas inopias los cortejaron toda su vida, como la rockera Janis Joplin, el jazzista Charlie Parker, la cubana Guadalupe Victoria Yoli Raymond, mejor conocida como La Lupe; entre muchos. A ellos los une – además de una calidad arrolladora y una excepcional capacidad de trasmitir su arte – las carencias, miserias, desventuras, penurias, debilidades y mezquindades de la humanidad. Paz a todos sus restos, y sobre todo, a ti Héctor; que mientras haya Caribe, barrio y privaciones te recordaremos.

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