Opinión Internacional

El mundo apolar: Fujimori y Brasil

A medida que pasan las horas se clarifica el hecho de que la suspensión de las elecciones en Venezuela tiene un trasfondo peruano (además de los problemas técnicos evidentes pero secundarios). Alguien convenció al presidente Chávez de la necesidad de desprenderse de Fujimori, de alejarse de su imagen «dictatorial». Alguien convenció a Chávez de que con Venezuela no se va a implementar la deslegitimación de las elecciones; de que el gobierno norteamericano admitirá que los votos del pueblo venezolano, a diferencia de los del peruano, no contienen ADN antidemocrático.

Naturalmente se trata de la maniobra contraindicada. Alguien quiere apagar el fuego con el petróleo más refinado. Chávez debió haber viajado a Lima (todavía hay tiempo para ello) y fotografiarse con el japonés. No casarse y amarlo «hasta que la muerte los separe», ni siquiera firmar un «pacto de defensa mutua» como el célebre de Ribbentrop-Molotov, que se concibió y se realizó en apenas 24 horas; sino fotografiarse con el presidente de Perú. Cosas mucho más serias se vieron miles de veces en la historia: opciones distintas y hasta contrarias buscan alianzas transitorias (eso se llama así: alianzas transitorias).

Además en este caso hay que contar con el Brasil, que es el factor determinante de esta maniobra posible. El presidente Cardoso, en tono paternalista, había dicho: «Me gusta Fujimori, ha cambiado el Perú, sabe cómo hacer las cosas y no comete ilegalidades» (Fuente: «Página 12», Buenos Aires, 300500). Brasil ve en el señor Toledo lo que realmente es: un agente del Departamento de Estado norteamericano, un auténtico indio de Harvard y un amigo del agónico gobierno argentino. Es decir un elemento antibrasileño en términos de poder. Brasil tiene con Perú una frontera de 2000 kilómetros. Al apoyar a Fujimori «Brasil obra más con la razón estratégica que con la razón democrática, y en eso influyen algunos militares que arrastran la tradición geopolítica brasileña» (Fuente: Ibidem).

El gobierno del presidente Chávez no puede seguir privilegiando la actual «amistad» circunstancial de los Estados Unidos por encima de una alianza provisoriamente invencible entre tres países importantes en la escala regional: Perú, Brasil y Venezuela. Máxime cuando en el resto de la zona (Ecuador, Paraguay, Argentina) todo se tambalea. Esa «amistad» norteamericana es puramente coyuntural y se basa en el enorme poder relativo que tiene Venezuela como proveedor petrolero. Pero sobre todo en la estabilidad que provee el régimen chavista, por el momento, en el espacio andino-caribeño. Pensemos por un instante en el terremoto geopolítico que originaría la caída de Chávez, en la misma frontera con Colombia, con una América Meridional al borde de la combustión, y en los consiguientes y correlativos enormes problemas que debe asumir la planificación de la estrategia norteamericana.

Por supuesto que no se trata de declararle la guerra a los Estados Unidos. Se trata de pasar de esa «amistad» a un aceptable status de «tolerancia mutua», pero en este caso amparada en el triángulo Lima-Brasilia-Caracas. Lo que impediría continuar con la farsa del «amigo cubano» (una pantalla para engañar a los estúpidos de izquierda, que aún hoy creen que hay verdadera enemistad entre Cuba y los EUA).

Se trata de privilegiar intereses estratégicos perfectamente definidos, sabiendo que el tratamiento que la «comunidad internacional» le ha dado al Perú de Fujimori (su «ilegitimidad democrática») es el antecedente más seguro de que lo que sucederá con Venezuela el día después que, finalmente, se realicen las megaelecciones. Ese día también los votos del pueblo venezolano contendrán ADN antidemocrático, porque ya se habrá consolidado la alternativa representada por Arias Cárdenas (el hermano democrático de Chávez): petróleo seguro y continuidad estratégica regional.

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