Opinión Internacional

El ocaso del Gobierno de Lula

El gobierno de Lula vive su ocaso, independientemente de todas las Comisiones de Investigación Parlamentarias (CPI) instaladas en el Congreso. Ocaso en cuanto a proyecto político. Max Weber elaboró una teoría de las relaciones sociales y políticas que conforma los tipos de dominación política entre líderes y liderados. Un gobierno entra en crisis de legitimidad cuando el fundamento que sustenta su poder es estremecido. Así, un gobierno puede ser atacado por diversos motivos sin que pierda su credibilidad o popularidad, mientras no afecte el núcleo de su legitimación, es decir, los factores que engendran empatía entre líder y liderado. Con base en esta teoría, es posible crear un ejercicio que nos permita comprender la base de sustentación y legitimación del gobierno de Lula.

Este gobierno se sustenta socialmente en tres compromisos: la ética en la conducción de sus actos, el compromiso con la promoción de la justicia social y la amplia participación y transparencia en el proceso de toma de decisiones. Estos son el legado petista y la marca de Lula como líder de las masas excluidas del país. Así, en términos weberianos, los acuerdos políticos no coherentes con la concepción ideológica e incluso discursos poco afines con la jerga de la izquierda no afectarían los pilares de legitimidad de la gestión de Lula. En contraposición, cualquier desliz en relación con la ética, la promoción de la justicia social y la participación popular en la gestión, afectaría sobremanera la aceptación y la identidad de la base electoral del gobierno federal, Y es justamente este núcleo de legitimación el que se halla profundamente estremecido.

Lo que interesa para el tema de este texto —comprender el origen y los factores que llevan a la crisis de legitimidad actual y sus consecuencias políticas a corto plazo— es comprender los elementos que históricamente definían la contradicción que sorprende al electorado petista (o más concretamente, al electorado lulista). Históricamente porque la crisis actual fue anunciada a lo largo de la última década, contaminando y transformando internamente la organización y la identidad del cuerpo dirigente del PT, a despecho de que su base social no acompañara ni comprendiera los cambios que se operaban al interior de la administración política del partido. En otras palabras, la crisis actual es apenas la expresión pública de lo que ya se tejía en la cúpula dirigente petista. Una especie de “huevo de serpiente”.

Dos factores estructurales concurrieron al sordo cambio de perspectiva: la “americanización” del PT y la ausencia de un proyecto político estructurado en los movimientos sociales y las organizaciones populares que sustentaron la masificación del PT desde sus orígenes.

El primer factor, la americanización del PD, se constituyó a lo largo de la década de los 90 y se forjó en la aproximación (lenta, es verdad) entre segmentos de las direcciones sindicales bancaria y metalúrgica y la estructura burocrática partidista obra de la arquitectura de una corriente interna liderada por José Dirceu. La hipótesis aquí sugerida es que una dirección específica construyó un partido dentro del partido, revelándose un segmento social auto-referente, con ideario político específico que paulatinamente se fue distanciando del ideario original del petismo.

Vamos a ver los elementos constituyentes de este proceso de americanización.

Una parcela del sindicalismo paulista de bancarios y metalúrgicos esbozó, a lo largo de los años 90, una estructura de control político interno y de captación de recursos externos que los consolidó como dirigentes destacados en el interior de la Central Única de los Trabajadores (CUT). En términos programáticos, este sector dirigente de la CUT compuso un ideario pragmático que apuntó hacia lo que teóricamente se denominó el neo-corporativismo. El concepto de neo-corporativismo sugiere que las organizaciones sindicales asumen una pauta que articula los intereses corporativos de la categoría que representa con la agenda nacional, lo que termina garantizándoles amplia participación en cámaras de negociación y elaboración de la pauta de políticas públicas, en el interior del Estado. Cámaras sectoriales, participación en foros nacionales de elaboración y monitoreo de políticas sociales, participación en agencias de control y regulación de competencia de mercado son algunas de las iniciativas que comprenden este nuevo tipo de actuación sindical. Hay una nítida relación entre la esfera estatal y la esfera de representación sindical. En el caso de la CUT, algunos sectores sindicales ya citados asumen esta concepción ideológica y pasan a articular una estructura de control político interno, identificando y apoyando direcciones sindicales que puedan converger en los mismos intereses e intenciones políticos. Paralelamente, se constituye una estructura poderosa de formación sindical, que envuelve escuelas sindicales en varias regiones del país que operan con programas permanentes, de carácter social, pautados por la misma orientación neo-corporativa. Control, pragmatismo político e inserción en el proceso decisorio del Estado son elementos constitutivos de esta agenda sindical.

Por otro lado, aunque inicialmente equidistante políticamente, en el interior de la sección paulista del PT, y en su comienzo alojada en la Secretaría de Organización del Directorio Estadal del partido, surge una eficiente estructura de control político que tendrá como resultado la fundación de la estructura burocrática partidista más cohesionada y profesional del país. El mentor de esta burocracia partidista —incluyendo cuerpo administrativo, rutinas, normas internas, sistemas de control y comunicación y definición de agenda política— es José Dirceu. Es posible establecer relaciones históricas con e modus operandi de la política castrista en el que el aparato político partidista es controlado por la cúpula dirigente, estableciendo una rutina de autopromoción y auto-legitimación. Es posible, todavía. Avanzar más en esta hipótesis de interpretación, vislumbrando la también concepción originaria de esta corriente de la izquierda marxista latinoamericana en la que se confunde Estado, gobierno y partido. Se trata de una subcorriente partidista, una corriente dentro de otra corriente, no muy visible para la gran militancia partidista.

A partir de mediados de los años 1990. La afiliación de la CUT a la Central Internacional del Sindicalismo Libre (CIOLS) y la candidatura de Lula a la Presidencia de la República aproximaron la corriente neo-corporativa cutista a la corriente castrista inserta en la dirección paulista del PT. Y es de aquí que nace una poderosa estructura burocrática y profesional de dirección de una eficiente maquinaria electoral, absolutamente pragmática y marcada por una orientación basada en etapas (que supone etapas determinadas de avance de la lucha de clases definida por un juego táctico de alianzas puntuales que consolidan y legitiman a la vanguardia dirigente de izquierda y, paulatinamente, amplía espacios y conquistas políticas en la dirección de la transformación de la agenda nacional y estatal). El PT, a partir de entonces, asume un ideario (por lo menos en lo que dice respecto de su dirección, ahora tomada por la proposición de la sección paulista liderada por José Dirceu) muy próximo a lo propuesto por el PCB hasta el origen del PT y que, irónicamente, fue refutado explícitamente en el manifiesto de fundación del Partido de los Trabajadores.

Entre tanto, la fusión de esas dos corrientes generó una actualización del ideario comunista clásico y, en la práctica, engendró una estructura partidista extremamente moderna, tecnológicamente bien aparejada, controlada políticamente con mucha eficiencia y volteada hacia la conquista electoral. En suma, la nueva dirección petista adoptó el modelo norteamericano de organización partidista como modelo. El PT se volvió así, desde 1994, un Partido-Empresa. Los elementos que componen este modelo son:

a) burocracia partidista profesionalizada, permanente, volteada hacia el control de lo cotidiano partidista, identificación de corrientes y liderazgos y apoyo a las candidaturas internas y externas del partido;

b) liderazgos volteados hacia la construcción de un amplio arco de alianzas políticas, en especial, liderazgos institucionales, que garanticen la legitimación de un agenda difusa y de alta popularidad (no necesariamente de carácter popular, ni populista);

c) Elaboración de cuerpo técnico de elaboración del programa partidista, subordinado a los profesionales del marketing electoral y al movimiento de las alianzas partidistas construidas a lo largo del tiempo;

d) subordinación de la base social del partido a la conducción de la agenda por la burocracia y los liderazgos partidistas;

e) foco en las elecciones, aumentando el rendimiento de los candidatos en la lectura de las investigaciones cualitativas;

f) profesionalización de cabosN. del T. electorales y de estrategas de alistamiento y convencimiento social;

g) consolidación de un cuerpo de captación y administración de recursos financieros, que goza de gran autonomía, que fomenta toda estructura de campaña y control político del partido, aproximando este brazo financiero a los intereses privados que muestran interés en financiar el partido.

El espectáculo pasa a ser la práctica corriente del partido, en el estilo operado tradicionalmente por los partidos Demócrata o Republicano norteamericanos.

Con todo, un segundo factor imposibilitó una reacción o contraposición frente al proceso de burocratización en el interior del partido. Sería posible aventurar la posibilidad de una reacción interna de las corrientes cuyo conjunto de símbolos era diametralmente opuesto a lo que se esbozaba. El segmento social con mayor pujanza y fuerza era aquel oriundo de los movimientos sociales, en especial, vinculado directa o indirectamente a la Iglesia orientada por la Teología de la Liberación. Movimientos sociales urbanos (como el de la salud, de los derechos del niño y del adolescente, de la vivienda, entre otros) y rurales (de lucha por la tierra, de los afectados por represas y tantos otros de carácter regional, como las explotaciones de coco de babaçu)N. del T. que mantienen la energía moral original del partido (valorización de la democracia directa como método de toma de decisión, conjunto de símbolos anticapitalista, cultura de la movilización como mecanismo básico de reivindicación) tendrían capital cultural y político suficientes como para llevar a cabo una fuerte oposición a la transformación interna que se operaba. Tal oposición, entre tanto, no se manifestó por dos motivos: muchos de los movimientos sociales de los años 80 se habían convertido en organizaciones, además de la ausencia manifiesta de un proyecto político más acabado. Se trata de dos movimientos internos e incluso contradictorios. Por un lado, la victoria de partidos de oposición llevó a los órganos gubernamentales a muchos liderazgos y asesores de movimientos sociales. Por el otro, la escasez de recursos financieros puso en juego a muchas organizaciones no gubernamentales en un mercado altamente competitivo de captación de recursos financieros, viéndose obligadas muchas de ellas a vender servicios o incluso a asumir acciones públicas en virtud de los contratos de asociación ampliamente diseminados en la gestión de FHC. El ambiente político, desfavorable para el ideario socialista, contribuyó para que cierta estrategia de supervivencia se esparciera a través de los movimientos sociales y las organizaciones populares, profesionalizándolas, disminuyendo su capacidad de articulación y movilización con lo que sería su base social de actuación y representación.

Ese cambio fue dramático en la medida en que rompió con un conjunto de valores políticos fundado en las Comunidades Eclesiásticas de Base, que se reprodujo en pastorales sociales y fundó gran parte de los movimientos sociales nacidos en los años 80: un decrecimiento en relación con el plano institucional de la política, la valorización del espacio de trabajo y de vivienda como locales de la acción política de base, la adopción de mecanismos de democracia directa (asambleas y plenarias) como proceso democrático de toma de decisiones, el anti-capitalismo como referencia estratégica.

Así, la rápida institucionalización de muchos movimientos sociales acabó profundizando una cierta despolitización de su base social, despegando a las luchas cotidianas del tránsito de las direcciones de las organizaciones en las esferas de la política institucional. En otras palabras, las direcciones de muchos movimientos sociales acompañaron la dualidad de representación y actuación entre dirección y base social que se operaba en el PT. En suma, el segmento social que podría frenar la burocratización del partido se enredó en un proceso que, si bien no similar, también está marcado por la valorización y la dislocación de la cúpula dirigente del sistema original de legitimación y representación.

Factores coyunturales de la ruptura de la identidad política

Los factores estructurales fueron potenciado por una serie de iniciativas gubernamentales que los desfiguraron aún más. Es posible dar una lista de los principales movimientos y rutinas políticas que constituyeron una verdadera ruptura de la identidad original (o incluso tácita) del gobierno de Lula:

a) Centralización del proceso de toma de decisión: la opción chocó con a la expectativa generalizada de la base social petista en relación con los procedimientos de deliberación de la conducción de la agenda del Estado. Lula optó por centralizar sus decisiones en pocos dirigentes partidistas. Muchas veces consultó a dirigentes partidistas de gremios hasta entonces adversarios (como el caso de Delfim Neto), pero rara vez involucró a liderazgos de movimientos sociales u organizaciones populares en foros deliberativos formales o en consultas públicas;

b) Pulverización de la gestión: tal vez éste haya sido el acto que resultó ser el mayor desastre de conducción política del gobierno federal. Lula trató, desde el principio, de dividir para gobernar. Inicialmente, involucró a la cúpula de gobierno, dividiendo públicamente las dos áreas de gestión definidas como más importantes: la política —liderada por José Dirceu— y la económica —liderada por Antônio Palocci. Ocurre que esta división de poderes acabó perneando casi a todos los ministerios, en especial por iniciativa de seguidores de José Dirceu. Hay señales evidentes de que muchos ministerios se dividieron internamente y adhirieron a una de las dos grandes facciones de super-ministros. Muchos nuevos ministros trataron de demostrar, desde el inicio, a cual facción se afiliaban, como en el caso de Patras Ananias, quien visitó, en su primer día de trabajo, al ministro Palocci. La pulverización de la gestión envolvió operaciones de rearticulación de las corrientes internas de otros partidos, tanto aliados como no alineados (como en el caso de la valorización explícita del gobernador Aécio Neves, en detrimento del ala paulista del tucanato).N. del T. El movimiento más desastroso, con todo, tuvo que ver con la elección de Severino Cavalcanti como Presidente de la Cámara Federal. Unas maniobras osadas, que buscaban minar la ascensión de la candidatura de Virgilio Guimarães redundaron en la victoria de Severino, cuya marca es justamente el liderazgo de parlamentarios que buscan su legitimación a partir de la capacidad de mediar en obras y servicios federales para su base electoral. En otras palabras, Severino profundizó el vareo de las negociaciones políticas conducidas por el gobierno de Lula. Ocurre que los diputados liderados por Severino (que la gran prensa calcula en 120 diputados), en la medida en que las elecciones de 2006 se acercan, exigen más y más que las grandes obras sean ejecutadas por el gobierno federal: hospitales, mejoras en la faja vecinal, escuelas y así sucesivamente. Misma en el caso de la existencia del “mensalão”N,del T la necesidad de reelección o de preservación de la fuerza política regional exige la liberación de partidas que superan donaciones de cuño personal, ya que envuelven obras públicas de costo elevado. El “mensalão”, por lo tanto, no entraría en la contabilidad política sino en cuanto más se acercaran las elecciones. La elección de Severino pulverizó de una vez las negociaciones del gobierno federal y generó pérdida del control político por parte del Palacio del Planalto;

c) Desprendimiento de la base de sustentación política de la base de legitimación: la base de sustentación política del gobierno federal, básicamente limitada a un staff de pocos parlamentarios y parte de la burocracia partidista petista, no tomo en consideración a la base social petista a lo largo de la construcción de la agenda del gobierno. No hubo manifestaciones públicas significativas —marca original del petismo—, envolvimiento directo de los ministros en acciones públicas de masa, adopción de instrumentos de comunicación popular, valorización de la cultura popular o de la historia de las luchas sociales, valorización e experiencias de educación de base y tantos otros mecanismos que podrían forjar una identidad directa entre el conjunto de símbolos de la base social petista y el gobierno. Por el contrario, la base social petista se limitó a la función de espectadora del desenvolvimiento de las acciones gubernamentales. Las pocas iniciativas que refutan tal argumento, como las audiencias públicas del Plan Plurianual federal o Conferencias de las Ciudades (o hasta la instalación del Consejo Nacional de Desarrollo Económico y Social) fueron tan efímeras, marginales, o controladas por el gobierno que no llegaron a asegurar ningún liderazgo social.

d) Cambio acelerado de la concepción ideológica: el cambio de eje de la matriz discursiva petista —de declaradamente utópica a declaradamente pragmática— a una velocidad que caminó al borde del oportunismo político, rompió con la identidad partidista construida a lo largo de dos décadas, El cambio, vale reafirmar, fue proyectado por arriba, por la cúpula partidista y lo que parecía una maniobra táctica para la militancia (de garantía de la gobernabilidad de la izquierda) se fue revelando como opción de o adhesión a un ideario extraño o, en la mejor de las hipótesis, como algo confuso e incomprensible.

Las acciones tácticas del gobierno federal desarticularon su base social de sustentación. El gobierno de Lula parece haber comprendido —equivocadamente— que esa base ya estaría sedimentada y garantizada y trató de ampliar su representatividad junto a segmentos sociales extraños a su tradición política. Tal operación generó perplejidad inicialmente en muchos liderazgos populares y, en poco tiempo, fue evolucionando hacia un sentimiento de resentimiento.

De allí la extrema dificultad para el gobierno de Lula en buscar apoyo en esos segmentos sociales que tradicionalmente siguieron los pasos del PT, en un momento de crisis o inestabilidad política.

Los escenarios que surgen tímidamente lucen, así, muy limitados y todavía poco nítidos, pero todos poseen un punto en común: la desfiguración del gobierno de Lula y la pérdida del capital simbólico de su principal estrella.

Los escenarios de un futuro todavía incierto

El escenario más remoto es el del impeachment de Lula. Si bien posible, su grado de probabilidad es mínimo en virtud del amplio espectro de liderazgos, instituciones y partidos involucraos en el esquema de corrupción revelado por el diputado Roberto Jefferson. Esa posibilidad no es totalmente desechable en virtud de la bancada ética (compuesta por los parlamentarios Jefferson Peres, Heloisa Helena, Dense Frosart y Pedro Simon) que parece dispuesta a profundizar las investigaciones hasta la elucidación completa de los hechos. En la medida en que sus declaraciones a la gran prensa revelan datos comprometedores irrefutables, la posibilidad de un desenlace más radical gana relativa fuerza argumentativa.

Un segundo escenario de mediana probabilidad es el de la reforma política amplia, con aumento del mandato del Presidente de la República y extinción del proceso de reelección. La reforma política amplia envuelve, en el caso, la adopción del parlamentarismo (lo que exigiría nuevo plebiscito nacional). Los liderazgos de muchos partidos resisten frente a tal posibilidad.

Un tercer escenario —también con mediana posibilidad de hacerse efectivo— es el del adelanto de las elecciones generales en el país. Esa es la tesis que defienden la senadora Heloisa Helena y algunas corrientes trotskistas. La baja representatividad de esos liderazgos genera bajo impacto de esa propuesta en los medios de formación de opinión del país.

Un cuarto escenario, que parece esbozado por Lula en el último fin de semana de julio, es el de la adopción de un movimiento de naturaleza populista, al estilo Hugo Chávez. La realización de actos o reuniones con liderazgos sindicales y la adopción de un discurso cuya tesis conspirativa se está convirtiendo en un lugar común aparece como solución desesperada de un gobierno acorralado por la sucesión de acusaciones y denuncias. Entre tanto, los discursos y las acciones de esta naturaleza parecen todavía hechos aislados, sin consistencia y relación entre sí muy nítidos que comprueben una estrategia política definida.

El escenario más probable, hasta el momento, es el de un acuerdo entre PT, PTSDB y PFL (con participación subsidiaria de algunos liderazgos del PMDB y del PTB) de garantía de gobernabilidad. Tal acuerdo provocaría castigos puntuales de algunos liderazgos partidistas, pero tendría como consecuencia el aumento del cinismo político de amplias masas del país y la posible (y ya anunciada) desafiliación en masa de petistas al final de septiembre (después de las elecciones directas de las direcciones municipales, estadles y nacional del PT). Ese acuerdo tendría, todavía. Como obstáculo la exigencia, por parte de algunos liderazgos el PFl y del PSDB, de la no candidatura a la reelección por parte de Lula. Roberto Jefferson da señales de promover tal acuerdo, lo que traería consigo el retiro de las acusaciones formales del PL y del PTB, lo que posibilitaría la extinción del proceso de desafuero del parlamentario.

Vivimos, por lo tanto, un momento difícil y revelador de la República brasilera. Un momento que exige la combinación de serenidad y firmeza. El país camina sobre una cuerda floja, teniendo en un extremo la corrosión de toda institucionalidad pública por el envolvimiento de una inmensa gama de gremios e instituciones públicos y privados en esquemas de corrupción y, en el otro, la destrucción del hilo de confianza que queda en los brasileros en relación con las bases de representación política en virtud de un posible acuerdo que limitaría la representación política en virtud de un posible acuerdo que limitaría las investigaciones en el Congreso Nacional.

——
* Sociólogo, Doctor en Ciencias Sociales. Profesor de la PUC-Minas y coordinador del Instituto Cultiva http://www.cultiva.org.br. Es consultor del Unafisco, del programa Educación Fiscal de la Renta Federal, del Programa Ciudadano Nota Diez (Cidadão Nota Dez) y de la EMATER-MG. Autor de “Terra de Ninguém” y coautor de “A Participação em São Paulo” (Editora Unesp)

Traducción de Carlos Armando Figueredo Planchart

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