Opinión Internacional

El zorro y el tigre

La opinión de Mario Vargas Llosa de que la elección de Ollanta Humala es “una gran victoria para la democracia”, no tiene el más mínimo fundamento objetivo y despierta en el observador la tentación de explicarla por razones psicológicas, personales. Nada, nada en este mundo, excepto un sesgo subjetivo magnetizado con una fuerte carga emocional justifica la presunción de que el fujimorismo es más peligroso para la democracia que el Foro de Sao Paulo. Como mínimo, al menos, está el hecho de que Alberto Fujimori fue removido del poder y condenado por los tribunales, y nada similar ha sucedido alguna vez o le puede pasar nunca a los miembros del Foro y sus amigos, aunque cometan, como de hecho cometen, crímenes infinitamente mayores que los del ex presidente peruano. Tampoco es necesario ser un Premio Nobel de Literatura para entender que el fujimorismo es un fenómeno local, sin extensiones fuera del Perú, mientras que el Foro es, por definición, el comando estratégico de la revolución comunista a escala continental, con el apoyo de una red de conexiones internacionales que van desde las fundaciones multimillonarias de los Estados Unidos hasta la KGB y la mafia rusa regada por todo el mundo. Rechazar a Keiko Fujimori y escoger alegremente a Ollanta Humala es expulsar al zorro para entregar la gerencia del gallinero a un tigre.

Un tigre no se vuelve menos tigre por venir con las uñas pintadas. Que Humala haya, con fines de propaganda, preferido copiar más el modelito soft de Luiz Inácio Lula da Silva que las máscaras amenazantes de Hugo Chávez es un detalle cosmético al que sólo las mentes frívolas pueden dar algún valor. Lula fue el creador y sigue siendo el líder y mentor del Foro de Sao Paulo, el comandante en jefe de una entidad proteiforme que, teniendo en cuenta únicamente sus necesidades tácticas de tiempo y lugar, alterna con la mayor indiferencia los medios de acción más diversos y heterogéneos, desde el camuflaje rosa hasta la intimidación explícita, desde las caricias hasta los secuestros. El mismo Luiz Inácio ha confesado muchas veces la unidad estratégica del Foro de Sao Paulo por detrás de la variación en sus apariencias locales, de manera que la negativa a verla sólo puede ser obra de la mentira consciente, de una estupidez política imperdonable o de una hábil combinación de estos dos elementos.

Cómo esta mezcla se produjo en el cerebro de Mario Vargas Llosa es un enigma que dejo para sus futuros biógrafos. El odio de muchas décadas contra Alberto Fujimori, incluso aumentado por el resentimiento de competidor derrotado en las elecciones de 1990, no sería suficiente para destruir completamente el sentido de las proporciones en una masa neuronal tan privilegiada. No, la explicación psicológica no resuelve el asunto. Un enfoque más razonable obliga a acudir a la sociología: al emitir su opinión insensata, Vargas Llosa está tal vez expresando menos un sentimiento personal que repitiendo un libreto tradicional, característico de una cierta clase de personas.

Vargas Llosa es, con total evidencia, uno de aquellos innumerables intelectuales ex-comunistas que no han tenido el valor para abrazar la causa anti-comunista con la misma intensidad, con el mismo entusiasmo, con el mismo compromiso integral con el que un día sirvieron al Partido. Tomar cerveza por cuenta de la dictadura comunista es una cosa. Otra, muy distinta, es convertirse en un Arthur Koestler, un Vladimir Bukovsky, un Whittaker Chambers. El precio, en este caso, es demasiado alto. Son muchos los que no quieren pagarlo. En cambio, su ruptura con el comunismo, parcial, mediada y llena de reservas, es ante todo un salvoconducto para seguir combatiendo de manera aún más eficaz a “la derecha”, sin poder ser acusado de hacerlo a favor de las dictaduras de izquierda, mientras que sin embargo les da a tales dictaduras toda la fuerza en momentos estratégicos decisivos (como la elección de otro títere más del Foro de Sao Paulo), ungiéndolas con el óleo bendito del “anti-fascismo”.

La Historia ha demostrado ya mil veces que el status de “ex-comunista” simplemente no existe. O el sujeto se convierte en anti–comunista profeso, aceptando figurar como monstruo y enemigo público ante la prensa y los medios “chic”, o simplemente cambia de posición en la jerarquía comunista, pasando de militante a compañero de viaje. Este último puesto tiene la ventaja de una cierta libertad de opiniones, a condición de que quien lo ocupe sólo hable contra el comunismo en términos doctrinales y genéricos, pero lo apoye, con aires de superioridad neutra, en tiempos de necesidad, entre las circunstancias reales y concretas de la lucha por el poder.

Es francamente estúpido argumentar, como lo hizo el comentarista español Martín Santiváñez Vivanco semanas antes de las elecciones peruanas, que “sólo en democracia se puede y se debe derrotar el terrorismo, porque sólo así una victoria completa logra legitimidad.” Álvaro Uribe, que combatió el terrorismo preservando la normalidad constitucional democrática, no es menos odiado, ni menos atacado por los medios de comunicación internacionales, ni menos perseguido por los tribunales de lo que fue Augusto Pinochet, quien lo hizo mediante la dictadura, o que la dupla Fujimori–Montesinos, que lo hizo mediante la violencia sumada con la corrupción. Fujimori ya era aborrecido y vilipendiado en todas partes mucho antes de que sus delitos se hicieran públicos. Fueron sus victorias contra el terrorismo de izquierda lo que lo convirtió en la “bestia negra” que ha llegado a ser, desatando contra su persona la furia investigativa que los grandes medios de investigación jamás han usado contra el Foro de Sao Paulo, la mafia de La Habana o los agentes financieros de la KGB en acción en América Latina.

Cualquier gobernante, democrático o dictatorial, honesto o deshonesto, que se atreva a levantar la mano contra la izquierda armada será necesariamente estigmatizado y hostilizado por la opinión “bien pensante”, por el simple hecho de que aunque en ella abunden comunistas, no comunistas y ex comunistas, allí no tienen cabida –absolutamente ninguna– los anti-comunistas.

* Olavo de Carvalho es filósofo y ensayista brasileño

Fuente: Periodismo sin Fronteras

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