Opinión Internacional

En el patio equivocado

Desde que el Gobierno de Irán comenzó a recortar los subsidios a la gasolina y a los alimentos hace un par de años, el malestar social que ya venía gestándose como parte del rechazo al régimen represivo y antidemocrático de Mahmoud Ahmadinejad se ha vuelto crítico. Pasa un poco como en esta tierra venezolana: los reacomodos a los que está obligado el Gobierno para paliar la falta de recursos -a pesar de ser ambos países generadores de holgados ingresos petroleros- causan irritación en la población, sobre todo en la mayoritaria, que es la de recursos precarios.

En el caso iraní, la rebaja sensible a los subsidios a los alimentos de enero del año pasado ha provocado una urticaria que impacta severamente la imagen de sus líderes y el apego popular al Gobierno. Pero no quedaba otra: los ingresos fiscales venían en picada. Ante la necesidad de reducir el consumo de gasolina cuyo per cápita es uno de los más altos en el mundo y ante la necesidad de equilibrar el ingreso fiscal, ambos subsidios serán desmontados a mediano plazo. Una administración dispendiosa, corrupta e ineficiente durante los años del gobierno de Ahmadinejad había llevado a tales subsidios a tragarse 25% de su PIB.

La realidad es que Ahmadinejad se ha metido en un callejón sin salida. A pesar de conducir un país que es un importante productor de crudo, se ha visto obligado a importar parte de sus necesidades de refinados, lo que ha incrementado la presión sobre gasto nacional. Esto unido a la restricción de su acceso a los mercados financieros mundiales por las sanciones decretadas por Estados Unidos y otras grandes naciones, han puesto al Estado persa en serias dificultades. No es un secreto como ese Gobierno reacciona ante la protesta pública, la que además se asienta en el descontento ante las elecciones amañadas de 2009: la represión y la brutalidad son regla, la censura digital se ha vuelto cosa de todos los días, la prensa está abozalada, la prisión política y las torturas aumentan. Pero los iraníes disidentes no están quietos y cada día se abulta el sentimiento de que conseguirán su primavera.

Es con ese malestar social en el decorado y motivado por la presión internacional y la amenaza reciente de Estados Unidos de incrementar el bloqueo al petróleo que el líder iraní viene a buscar solidaridades en nuestro continente. Sus contrapartes en este viaje son sólo quienes han hecho del antiamericanismo la consigna política para tapar sus desaciertos gubernamentales con el enemigo imaginario.

Pero es tarde. Le queda al jefe de la revolución islámica apenas 14% de apego interno. La ilegitimidad es protuberante. No es en Venezuela, Cuba, Ecuador o Nicaragua donde va a conseguirla

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