Opinión Internacional

En plena guerra asimétrica

(Traducción de Carlos Armando Figueredo)
Resumen: La “guerra asimétrica”, tan constantemente presente en el mundo de los hechos, rara vez, por no decir nunca, es abordada por los medios brasileros, ya que no se trata de hablar de asimetría, pero sí de crearla.

© 2006 MidiaSemMascara.org

Cuando el señor Hugo Chávez proclama que su estrategia contra los Estados Unidos es la de la “guerra asimétrica”, ya no hay manera de negar que ese concepto es el instrumento esencial para la descripción del estado de cosas en América Latina. Si nuestros comentaristas internacionales, analistas estratégicos, politólogos y tutti quanti lo siguen utilizando con parsimonia o se abstienen por completo de utilizarlo, no es sólo por perjuicio mental: es porque uno de los elementos fundamentales de la asimetría es la desigual iluminación del cuadro. Esos caballeros jamás querrían ver a su querido mentor bolivariano mostrado con la misma luz implacable y cruda con la que se exhiben y disecan diariamente sus enemigos en los medios. Conceder a uno de los lados el derecho a la sombra protectora y obligar al otro a un strip tease continuo ante la curiosidad sádica de los reflectores no es describir ni analizar la guerra asimétrica: es practicarla. Periodistas, profesores y similares, los “formadores de opinión” o “intelectuales”, en el sentido calculadamente elástico que Antonio Gramcsi le da al término, son la vanguardia de la revolución. Su función no consiste en mostrar al mundo como él es, sino transformarlo en aquello que no es. Deformar a propósito el cuadro, por lo tanto, es su deber profesional número uno.

Pero la palabra misma “deformación” es algo engañosa. Deformar por medio del flujo de informaciones una realidad preexistente es una cosa; otra bien distinta es crear prácticamente de la nada una nueva realidad constituida por puro flujo de informaciones. Mentir, en situaciones de guerra, para favorecer a uno de los lados, es algo tan antiguo como la propia guerra. Pero incluso el formidable desarrollo de la técnica de la desinformación a lo largo de dos guerras mundiales e innumerable revoluciones del siglo XX no da una imagen adecuada de lo que sucede hoy. En todos esos casos, los “formadores de opinión” desempeñaban un papel auxiliar: la parte sustantiva de los conflictos se desenvolvía en los campos de batalla. Los protagonistas de la narrativa bélica eran los militares, los guerrilleros, los terroristas, los partisanos. Los periodistas y parlanchines en general sólo formaban un coro. En las últimas décadas, las proporciones se invirtieron. La integración mundial de las comunicaciones y la con siguiente reorganización de la militancia revolucionaria en “redes” de extensión planetaria permitieron reducir al mínimo la función bélica de las armas y ampliar al máximo la de la guerra de informaciones. El principio subyacente de ese cambio es simple y se basa en la regla clásica del arte militar que mide la eficacia de la acción armada según la relación costo-beneficio que ella guarda con los resultados políticos buscados. Cuanto más amplia sea la repercusión política que se pueda obtener con un esfuerzo militar reducido, tanto mejor. En ese sentido, batallas enteras de la II Guerra Mundial, con centenares de miles de muertos, fueron políticamente menos relevantes de lo que fueron algunos ataques terroristas comparativamente modestos realizados durante las últimas décadas, por la simple razón de que en este caso había medios de alcanzar repercusión periodística más vasta y más inmediata, determinando decisiones de gobierno que en otras épocas requerirían un estímulo sangriento mucho más elocuente. Ejemplos característicos fueron la guerrilla mexicana de Chiapas, militarmente irrisoria, que gracias al apoyo instantáneo de los medios internacionales conseguía transformar en victoria política cada nueva derrota que sufría en combate, y el atentado a la estación ferroviaria de Madrid, entre el día y la noche hizo que España cambiara de lado en la guerra contra el terrorismo. Napoleón, Rommel, Zhukov, o MacArthur jamás soñaron con obtener resultados tan espectaculares con inversiones bélicas tan menguadas.

El fenómeno al que me estoy refiriendo recibe a veces el nombre de “guerra informática” (netwar). La bibliografía al respecto ya es bien extensa y se inauguró en 1996 con la excelente monografía de Rand Corporation sobre la guerrilla de Chiapas, :(%=Link(«http://us.geocities.com/diesonne_2k/descargas/CG2-SocialNetwar1234.pdf»,»La Guerra Social de Redes en México, que se puede comprar o descargar gratuitamente en PDF en el sitio de Internet siguiente:»)%) , pero nunca encontré entre la elites brasileras, ya sean intelectuales, empresariales, políticas o militares a quine las hubiese leído. Menos aún hallé quien tuviese alguna consciencia clara del vínculo entre guerra informática y guerra asimétrica, a pesar de que ese vínculo sea la propia llave para la comprensión del cuadro internacional hoy en día. La fórmula del negocia puede enunciarse en una frase: La guerra asimétrica no es otra cosa sino una estrategia destinada a compensar la desproporción de fuerza y capacidad militares por medio de la guerra informática. Una sugerencia para quien desee entender el funcionamiento de la cosa es leer la monografía de la Rand junto con el libro de Jacques Baud, La Guerre asymétrique, ou la défaite du vainqueur, Paris, Editions du Rocher, 2003.

Una vez que se entendió la unidad de la guerra informática y guerra asimétrica —y quien no la entendió está fuera del mundo—, se hace inevitable extraer de esa convergencia de estrategias algunas conclusiones obvias:

1) Los blancos de la guerra asimétrica son tres y siempre los mismos: Los Estados Unidos, Israel y aquello que, en esos países o en cualesquiera otros, quede todavía de la civilización Judea-cristiana. La “guerra cultural” es parte integrante de la guerra asimétrica

2) Si la identidad de los blancos es nítida y bien conocida, la de las fuerzas atacantes permanece difusa y nebulosa al punto de que la noción misma de su unidad estratégica sigue siendo impensable hasta para el público más culto. Para aprenderla es preciso haber estudiado la estructura de las “redes”, haciendo un levantamiento de la circulación del dinero, de las informaciones y de las palabras-de-orden entre gobiernos, fundaciones, partidos políticos, ONGs, delincuencia organizada y medios en el mundo entero. Se puede hallar elementos para ese estudio en los siguientes sitios de la red que ya cité:(%=Link(«http://www.discoverthenetworksorg»,»A guide to the political left»)%) y (%=Link(«http://www.activistcash.com»,»ActivistCash»)%) , así como en la recientemente inaugurada sección “Mapas Visuais” del diario electrónico brasilero Midia Sem Máscara. Quienquiera que examine ese material con la debida atención sabe que la existencia de un eje antiamericano, anti-israelí y anticristiano formado por los gobiernos de Rusia y de China, por las fundaciones globales multimillonarias, por los grandes medios izquierdistas “chic”, por la red terrorista internacional y por millares de organizaciones militantes regadas por el mundo no es una hipótesis o una teoría: es un hecho brutalmente real —el hecho esencial de nuestro tiempo. Pero las informaciones que lo evidencian no están, es claro en el “Jornal Nacional” ni en la “Folha”, no se alardean desde lo alto de las cátedras universitarias y, en fin, no llegan de ninguna manera al público mayor. El resultado es que la hostilidad contra los Estados Unidos, Israel y el cristianismo, meticulosamente fabricada a un costo de muchos miles de millones de dólares, parece surgir de la nada, como manifestación espontánea de los hermosos sentimientos morales de la humanidad —y cualquier tentativa de objetar esa hipótesis lógicamente insostenible y supremamente imbécil es rechazada incluso por personas cultas, como “teoría de la conspiración”. El evento psicológico de la guerra asimétrica se puede medir a través de la facilidad con que los cuentos populares terminan apareciendo más verosímiles que los hechos más abundantemente comprobados.

3) La función de los medios y de los “formadores de opinión” en general, en el nuevo cuadro estratégico, es bien diversa de aquel papel meramente auxiliar que tuvieron en otras ocasiones, incluyendo en esto a las vastas campañas de desinformación y manipulación montadas por el gobierno soviético desde la década de los 30 hasta el final de la Guerra Fría (campañas cuya amplitud todavía sigue siendo desconocida fuera del círculo de los estudiosos, por el hecho de haber sido revelada sólo a partir de la apertura temporal de los Archivos de Moscú). Si la orientación general es invertir las proporciones recíprocas del esfuerzo bélico y de la manipulación informática que lo transmuta en resultados políticos, los militares y terroristas lo que hacen es convertirse en fuerza auxiliar, en la medida en que el papel principal incumbe a los manipuladores de la opinión pública. Une vez que usted observa eso, sabe que es una ingenuidad suicida seguir interpretando la situación como si los únicos agentes revolucionarios que importan fuesen los terroristas y los militares más descarados al servicio de organizaciones subversivas y como si los formadores de opinión fuesen apenas ciudadanos inofensivos que ejercen cándidamente su derecho a la libertad de expresión. Por el contrario: periódicos, radios, noticieros de la televisión, aulas, libros, espectáculos de teatro son hoy en día las principales armas de guerra, sus función esencial o única es la de ser armas de guerra, y por eso mismo el control planificado del noticiero dejó de ser una excepción para volverse la regla. Una de las señales más alarmantes de ese cambio es el hecho de que la exclusión de noticias indeseables, un recurso extremo que antes se utilizaba con parsimonia, incluso por parte de los censores oficiales, se hizo procedimiento normal y de rutina de la mayoría de los órganos de los llamados “grandes medios” (en Brasil, en todos ellos, sin excepción). La supresión es tan vasta y tan sistemática que continentes de la realidad contemporánea se volvieron invisibles para el público. Las noticias sobre torturas y asesinatos políticos en Cuba, en China, en Vietnam o en Corea del Norte, por ejemplo, desaparecieron por completo hace más de veinte años, a pesar de que en ese período el número de víctimas en esos países no esté por debajo de los diez millones de personas. Y es sólo cuando se le proyecta sobre ese fondo que episodios inocuos como las humillaciones ocasionales e incruentas sufridas por terroristas en Abu-Ghraib o Guantánamo pueden despertar atención. Y sólo en ese cuadro totalmente deformado es que centenares de misiles lanzados a diario contra Israel pueden parecer menos chocantes que la tardía reacción israelí. Y es sólo en ese mundo de fantasía que el simple pedido de una congresista de Florida para que el gobierno americano estudie la posibilidad de alguna acción militar en la Triple Frontera puede parecer una intervención extranjera más peligrosa, y más insultante para la dignidad nacional, que movilización efectiva y constante, en aquella área, de bandas terroristas armados actuando en asociación con cuadrillas de narcotraficante, bajo los ojos complacientes de nuestras autoridades federales. Y es sólo en el reino de la mentira total que la presencia amazónicas de agentes del Consejo Mundial de las Iglesias, un órgano acentuadamente pro-comunista y antiamericano, puede venderse al público como prueba de intervención imperialista yanqui. No, ya no se trata de censurar esta o aquella noticia, sino de modificar radicalmente la estructura y las proporciones del panorama total. Ya no se trata de engañar al público en cuanto a uno u otro episodio en particular, sino de modificar su percepción integral de la realidad.

Por eso es que la “guerra asimétrica”, tan constantemente presente en el mundo de los hechos, raras veces o nunca ofrece el aire de su gracia en el universo de discurso de los medios brasileros, Y aquí n o se trata de hablar de asimetría, pero sí de crearla.

P. S. — En mi artículo “A política do tigre”, deje que pasaran dos errores de concordancia, frutos del cansancio y de la sobrecarga. Ninguno de mis críticos usuales, tan celosos en objetar detalles en aquello que escribo, notó ninguno de los dos. ¿Condescendencia fingida o analfabetismo genuino?
Publicado por el Diário do Comércio en 24/07(2006

Olavo de Carvalho es periodista, escritor, filósofo y Editor de MÍDIA SEM MÁSCARA.

Olavodecarvalho.org

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