Opinión Internacional

Firmeza y cobardía

Madrid (AIPE)- La reacción del Gobierno británico, de su oposición parlamentaria e incluso de la opinión pública de aquel gran país, tras el ataque terrorista del 7 de julio, contrasta vivamente con el desconcierto que se apoderó de España en los días después de la matanza del 11 de marzo hace año y medio. Mientras los londinenses han cerrado filas frente al salvaje atentado, los madrileños ya comenzaron a dividirse durante la multitudinaria manifestación de Atocha: eran chocantes los carteles que, llamando asesino a Aznar, pretendían atribuirle la responsabilidad de la matanza por haber apoyado la invasión de Irak. Luego menudearon los ataques a las sedes del PP y las acusaciones de que el Gobierno Popular había mentido deliberadamente en la atribución de la masacre. Por fin, vino la derrota electoral, la constitución de un nuevo Gobierno y la retirada inmediata de las tropas españolas de Irak. Blair, por el contrario, cuenta con el apoyo de la opinión pública británica y no corre peligro de una derrota en la Cámara de los Comunes. Cambiado el tono de triunfo olímpico por el de dolor contenido ante la masacre, Blair ha confirmado su determinación de no ceder en nada a los terroristas. Sigue vivo en Gran Bretaña el espíritu de Dunkerke. En España, mejor dicho, en la izquierda española y nacionalista, cunde un entreguismo al estilo de Vichy ante los nazis.

En un artículo publicado el 7 de julio en el Financial Times de Londres, el presidente del Gobierno de España, Rodríguez Zapatero, se ha distanciado de la postura de pleno apoyo de los líderes del grupo de naciones reunido en Escocia con motivo de la conferencia del G-8. Los españoles no debemos dejar que las ideas y propuestas del presidente de nuestro Gobierno expuestas en ese periódico de alto prestigio y difusión mundial pasen sin someterlas a un cuidadoso examen.

El artículo comienza con una frase involuntariamente reveladora de la actitud del presidente: “la barbarie del terrorismo ha golpeado otra vez al pueblo de Europa”. Como aún no hay tal pueblo de Europa, esa expresión es en realidad una forma de distanciarse del sufrimiento de otros pueblos que forman parte de nuestra civilización, especialmente el pueblo de EEUU golpeado en Nueva York y Washington, o Australia que tantos ciudadanos perdió en Bali. Incluso deja implícitamente de lado los golpes que está recibiendo la incipiente democracia iraquí a manos de terroristas internacionales. Zapatero no entiende que todo ello forma parte del intento descabellado de un puñado de fanáticos de islamizar el mundo tras destruir cualquier vestigio de cultura occidental, de liberalismo político y de religión que no sea su fanática versión de la fe musulmana. Al ligar el terrorismo islámico con la injusticia global o con conflictos en Oriente Medio, el presidente olvida que el fanatismo islámico no es sino una reacción frente a la incapacidad de algunos pueblos de costumbres musulmanas para insertarse en la democracia y economía mundiales.

La doctrina fundamental del presidente Zapatero en ese artículo es la que defendió recientemente ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: la alianza de las civilizaciones. Es una postura en apariencia generosa pero que, en realidad, parte de la premisa de que todas las civilizaciones valen por igual. Por civilización occidental no ha de entenderse “the American way of life”, ni el modelo social de la Unión Europea, ni el sincretismo disciplinado del Japón. Nuestra civilización es ampliamente inclusiva cuando se la interpreta en sus principios fundamentales de respeto de los derechos humanos, democracia política, y libertad económica, principios que hemos conquistado en Occidente a lo largo de siglos y mal que bien difundido luego en el resto del mundo. En este caso, todas las civilizaciones no son equivalentes. Decir otra cosa es caer en un humanismo iluso que no entiende cuánto esfuerzo exige la defensa de nuestras libertades y nuestra prosperidad, y la inclusión del mundo entero en ese espacio de democracia.

Si pasamos de los principios a la práctica, podemos ver cuáles son los graves fallos de la “doctrina Zapatero”. Su propuesta, aparentemente inocua, es que organicemos la lucha contra el terrorismo sobre la base de “un consenso global”, sobre todo a través de las Naciones Unidas. Es una verdad de Perogrullo que el terrorismo islámico, y el etarra, no son fenómenos locales. El combate contra ellos exige acuerdos y colaboración internacionales. Pero el esfuerzo principal ha de ser el de cada país y en ese esfuerzo está fallando el Gobierno de Zapatero como no falló el de Aznar. Parece difícil olvidar la disposición del presidente del Gobierno a conceder a los terroristas islámicos lo que pretendían, a saber, la retirada de las fuerzas de paz españolas de Irak. Tampoco es fácil pasar por alto su condescendencia hacia los terroristas vascos: ha roto el Pacto contra el Terrorismo y por la Libertad con el PP; ha permitido que un partido pro-etarra entregue el poder al PNV en el Parlamento vasco; ha forzado el voto del Congreso de los Diputados recomendando negociaciones con ETA; y ha iniciado esas conversaciones sin que hayan renunciado ni a la violencia ni a los fines que persiguen con ella. No es éste un caso de hipocresía, sino de aplicación en la práctica de ideas equivocadas y peligrosas.

(*): Profesor de la Universidad San Pablo CEU y académico asociado del Cato Institute.

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