Opinión Internacional

Globalización o globocolonización

La reunión del G-8, o club de los jefes de Estado de las ocho naciones más poderosas del mundo, que se está relizando en Génova entre los días 20 y 22 de este mes, atrae a la tierra natal de Cristóbal Colón, a defensores y críticos del actual modelo de globalización.

Uno de los eventos alternativos más importantes fue el ciclo de conferencias «Cultura y Política Mundiales», promovido por la Universidad de Génova, en la facultad de arquitectura, del 10 al 16 de julio. De los debates saldrá un documento que será entregado a los mandatarios de los países que integran el G-8:
Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Italia, Francia, Alemania, Japón y Rusia.

En la apertura del ciclo se analizaron las perspectivas abiertas por los recientes avances de la genética, sus implicaciones directas (clones) e indirectas (transgénicos) en nuestra calidad de vida. Científicos, profesores y artistas, provenientes, mayormente, del Hemisferio Norte, debatieron también temas como «Globalización y conflictos», «Sistemas de información y comunicación de masas» y «Derecho a la cultura».

La globalización es, sin duda, la gran estrella de Génova, sujeta a aplausos y burlas. Ella funciona como un lente de aumento que permite a la población mundial, no sólo divisar las implicaciones internacionales de los problemas locales, sino también sus efectos colaterales en nuestras vidas.

Para los jefes de Estado que, dentro de unos días, estarán aislados en la plaza de guerra que se arma en Génova, la globalización, entendida como mundialización del mercado, es un avance, cuyos efectos negativos son irrelevantes y pueden ser corregidos.

Para los intelectuales que ocupan la trinchera de resistencia de la Universidad de Génova, la globalización representa, de hecho, la «occidentalización» del mundo, con el objetivo de responder a los intereses del capitalismo en su fase más avanzada, la de la transnacionalización de los oligopolios empresariales.

Es sintomático que el ciclo de conferencias haya preferido debatir los aspectos culturales y políticos de la globalización, en general considerados menos relevantes que los económicos. Para los organizadores de las conferencias, como los profesores Marcello Danovaro y Cristiano Ghirlanda, la mundialización no pasa de ser un cliché demagógico de aquellos que buscan, de hecho, imponer al planeta un pensamiento único con carácter de universalidad irrefutable, o de un sector privilegiado del hemisferio Norte -donde 20% de la población mundial consume 80% de la producción industrial del planeta.

No es la economía que se mundializa, es el mundo que se «economiza», reduciendo todos los valores, materiales y simbólicos, al precio del mercado. Tal fenómeno somete a la cultura y la política a la ley de la oferta y la demanda. Como la teoría económica no fija ningún límite al imperio del mercado, todo lo que es objeto de deseo humano es reducido a las relaciones de intercambio, según las reglas del sistema: uno de los socios lleva más ventaja que el otro.

En el plano cultural, la creatividad tiende a abandonar las osadías del espíritu humano para adecuarse a la forma del mero entretenimiento, como los enlatados que ofrecen nuestros canales de televisión. En el plano político Italia exhibe un ejemplo obvio, con la elección de Berlusconi. La agenda política de los países pasa a ser dictada, cada vez más, por los intereses de las transnacionales y, cada vez menos, por las reales necesidades nacionales. La política abandona progresivamente su función de administrar el proceso económico y social interno,
para gerenciar estrategias financieras impuestas a los países de fuera para adentro.

En el plano cultural, toda la comunicación de masas tiende a tornarse mero apéndice publicitario, orientada más a formar consumidores que ciudadanos. La Internet, aunque represente una revolución estructural presentada como un vehículo de
información global, es un producto cuyos contenidos y tecnología son monopolios occidentales.

Se presenta, hoy, una gran paradoja: cuanto más se habla de libertad de información, más los medios se encuentran en manos de los grandes actores económicos que imponen, a todos los habitantes del planeta, un mismo modo de pensar y de vivir, todo en función de esta soberana señora: la mercancía. Es la «mcdonalización» del mundo, reducido también a un solo paladar.

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