Opinión Internacional

Guerra entre lobos

Lugares comunes para describir la crisis entre los presidentes Uribe/Chávez/Correa: (1) Apoyo encubierto de las Farc; (2) Reacción contra la transferencia de las bases militares de los Estados Unidos; (c) Culebrón novelesco entre mandatarios; (d) Defensa autónoma de la seguridad democrática; (e) Sostenimiento (paradójico) entre incremento comercial y crisis gubernamental; (f) Agenda geopolítica regional de los Estados Unidos (usando a Colombia) versus Proyecto Revolucionario (Chávez/Venezuela). Cada descripción de la crisis comprende sus indicadores. El sector privado en Colombia ha pasado de aumentar sus ganancias entre finales del 2004 (2.700 millones de dólares) y el año 2008 (7.200 millones de dólares). Con Ecuador, aunque la contabilidad es menor, Colombia suma 1.500 millones de dólares.

Sin duda, una valoración de esta crisis regional puede proyectar alguno de los dilemas en la evolución política en América Latina, por contraste con tradiciones democráticas consolidadas y Estados modernos (Inglaterra / Europa). Regímenes autoritarios, disolución de poderes, caudillismo, concentración de la propiedad, nacionalización de la economía, mordaza a los medios. Cualquiera de estos dilemas refleja un espectro amplio de cambios políticos desiguales entre los países de América Latina. Desde casos como Ecuador y Venezuela con golpes de Estado intermitentes, hasta la madura consolidación de economías de escala e instituciones democráticas como Chile y Brasil.

¿Qué refleja de fondo esta crisis entre Uribe/Chávez/Correa? ¿Cuáles son sus diferencias, y qué compone su semejanza con respecto a la estabilidad institucional y política deseable para América Latina? Estas preguntas requieren respuestas que puedan avanzar (comparando) las explicaciones coyunturales. En esta crisis está presente una excesiva carga de psicología política. Los desacuerdos fijados entre personalidades dominantes y con desviaciones tendenciosas de poder absoluto. La tríada presidencial ha influenciado cambios constitucionales con el fin de postergar su mandato. Han demostrado medidas de gobierno para limitar los poderes y han condicionado los medios de opinión pública. Los tres han trasladado a la economía y las relaciones comerciales, sus ambiciones de poder político. Tanto Uribe como Correa y Chávez han posicionado a sus familiares con ventajas competitivas para la adjudicación de contratos. En suma, la crisis demuestra una debilidad en la constitución democrática de los tres países.

Una debilidad profundiza el argumento de que no basta con declaraciones formales de democracia, ni procesos cíclicos de elecciones, para contar con Estados modernos y naciones consolidadas. Un régimen sustentado en una personalidad política de autócrata, puede evolucionar tanto constructiva como destructivamente. En el primer caso, manteniendo indirectamente el contrapeso de poderes y un sistema de partidos fragmentados (Uribe). En el segundo caso, atacando de frente toda forma de expresión contraria de poder (Chávez). O una personalidad que combina ambas modalidades (Correa). La crisis toca fondo porque refleja cómo las democracias y sus mandatarios, lejos de reducir la violencia política, la exacerban.

En 1690 John Locke escribía en el Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: “Aquel que piense que el poder absoluto purifica la sangre de los hombres y corrige la bajeza humana sólo necesita leer la historia de nuestro tiempo, o de cualquier otra época, para convencerse de lo contrario. Un hombre que en las selvas de América se comporta de manera insolente y ofensiva, probablemente no se comportará mejor sentado en un trono; mas, si lo ocupa, lo más probable es que busque razones para justificar el daño que haga a sus súbditos; y la espada silenciará a todos aquellos que se atrevan a cuestionar su conducta”.

Como corolario a esta cita, podemos apuntar en dirección a la crisis de gobiernos en América Latina en el 2009: Los Estados no funcionan porque, por un lado, a los gobernantes no les interesa que sean más eficaces, y por otro, porque sus naciones carecen de un sentimiento de identidad común.

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