Opinión Internacional

Israel después de Sharon

En las últimas horas, luego del masivo derrame cerebral sufrido por el Primer Ministro de Israel, Ariel Sharon, lo único sobre lo que parece haber acuerdo es que en el mejor de los casos una recuperación de su salud no sería suficiente y que su potencial estado lo inhabilitaría para seguir en el cargo. Incluso su sucesor temporal, el Ministro de Finanzas, Ehud Olmert, ha declarado que la salud del Primer Ministro no afecta a la salud del Estado y que las elecciones de marzo siguen en marcha. Lo que intentamos destacar brevemente en este artículo es cual puede ser el futuro de Israel en una anunciada era Post-Sharon y que consecuencias inmediatas para la seguridad de la región tendrían esos probables cambios.

Ariel Sharon llegó al poder en 2001 con la plataforma política del partido que ayudo a fundar, el LIKUD (Consolidación). En el último año la política de retirada de los asentamientos judíos en la Franja de Gaza y Cisjordania (siguiendo la “Hoja de Ruta” acordada con la Autoridad Palestina, los Estados Unidos y la Unión Europea) alienó a Sharon del apoyo de los ultranacionalistas israelíes. Es así como entró a la coalición con figuras del partido Laborista, siendo el más destacado Shimon Peres. Ante la crisis de gobernabilidad generada por la ruptura con el LIKUD, Sharon propuso exitosamente un adelanto de elecciones para marzo de 2006, competiría con su nuevo partido de centro, KADIMA (Avance). KADIMA sería la alternativa electoral centrista que aprovecharía el apoyo de los moderados de izquierda y de derecha.

El primer derrame de Sharon, en diciembre de 2005, y el nuevo y masivo ataque cerebral han cerrado en gran medida las oportunidades de un partido que tiene rasgos de plataforma electoral personalista diseñada para ganar las elecciones de marzo y darle solidez a un nuevo gobierno de Sharon.

El liderazgo laborista luce bastante debilitado luego de la aparente defección de Peres, mientras que el LIKUD puede explotar el sentimiento de hostilidad contra el gobierno que produjeron las imágenes del desalojo de colonos judíos el año pasado. Sin su figura, KADIMA no parece tener mayor futuro. Podríamos estar frente a una nueva oportunidad de mando bajo Benjamín Netanyahu, el único Primer Ministro israelí nacido bajo la jurisdicción del Estado de Israel. Durante su administración (1996-1999) la estrategia de negociación de Netanyahu fue solidamente reactiva (de no ceder nunca antes que los palestinos cediesen) y tal posición le valió el apoyo de ala más conservadora del partido. En diciembre de 2005 reasumió el control del LIKUD, gracias en parte a sus fuertes críticas a la política de retirada de asentamientos de su ex-compañero de partido, Ariel Sharon, y frente a los acontecimientos parece ser la más clara opción electoral a hacerse con la mayor minoría dada la debilidad relativa de sus adversarios.

Un nuevo gobierno conservador en Israel traería nuevas consecuencia en el esquema de seguridad de la región más occidental del Medio Oriente. En el caso que se produjese, una eventual administración Netanyahu llegaría al poder con un mandato: deshacer los acuerdos alcanzados entre Sharon y la máxima autoridad palestina, Mahmud Abbas. Pero frente ese mandato estaría la fuerte presión internacional, sobre todo del principal aliado israelí, Washington. Un gobierno del LIKUD tendría que decidir a quien decepcionar: a los aliados extranjeros, que han garantizado su existencia durante ya casi 58 años, o a la porción de los electores que le han confiado el mando del Estado.

Ambas opciones suponen un riesgo para la seguridad regional. La primera, decepcionar a lo aliados, podría conducir a una nueva ola de violencia en el Medio Oriente, grupos como HAMAS o la Jihad Islámica podrían asumir un renovado liderazgo en el pueblo palestino y desestabilizar al gobierno de Abbas, con lo que Israel quedaría sin interlocutor reconocido en el conflicto palestino israelí. La segunda opción de un probable gobierno conservador israelí, decepcionar a los electores que le han dado un mandato expreso, erosionaría las bases del propio gobierno israelí, trayendo consigo inestabilidad político-diplomática que estancaría de igual manera el proceso de paz.

Lo más probable, en el caso que asumiera el LIKUD asuma el timón de Israel, es que su liderazgo intente remover parte del frágil legado de Sharon sin perturbar mucho a sus aliados extranjeros. Para ello deberá actuar de forma metódica y se verá en la necesidad de reconocer a Abbas para no darle oportunidad al radicalismo palestino.

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