Opinión Internacional

John F. Kennedy y la solidaridad

Introducción
Sin pretender realizar un pormenorizado análisis de las situaciones fácticas que se despliegan en torno a las catástrofes o flagelos que azotan a la Humanidad (desde la más ínfima a los ojos del hombre hasta Filipinas), deseo intentar concentrar nuestra atención en la “solidaridad” internacional.

Este principio bíblico, estratégicamente ha sido planteado John F. Kennedy para los fines de los Estados Unidos. No obstante hasta el presente, la “solidaridad” todavía no ha sido vislumbrada por los “Pobres del Mundo”.

La posición del Presidente John F. Kennedy
Rescatamos un Discurso que toma cuenta de la pobreza, la distribución de los alimentos, la preocupación del gobierno por la mortalidad infantil y las condiciones de vida de lo que J.F.K. llamó: “La Familia del Hombre”. Es una familia que vive mal y bajo la amenaza nuclear (producto de la carrera bélica), en parte producto de la desigual distribución de los recursos naturales y económicos. Invita a la reflexión sobre el verdadero cumplimiento de las “… obligaciones con nuestros hermanos del mundo entero; obligaciones que emanan de nuestra riqueza y de nuestra fuerza, de nuestra devoción por la libertad y de nuestra asociación a la Familia del Hombre.”
Cuestionó en términos económicos y humanitarios la postura de algunos senadores (Morse, de Oregón) que pretendían la reducción de US$’s en concepto de ayuda al exterior.

Vamos a leer entre líneas el dicho Discurso pronunciado en el Consejo Protestante de La Ciudad de Nueva York, en Nueva York, el 8 de noviembre de 1963.

Creo que, hace unas dos semanas, el New York Times publicó un artículo escrito por el señor Bigart acerca de la desesperante pobreza en que se hallan sumidos algunos sectores del este de Kentucky; escuelas que carecían de ventanas, y que asimismo estaban dirigidas por profesores ocasionales, y condados sin medios para distribuir los excedentes de comida que nosotros repartimos. Y lo que es verdad en algunas de las viejas zonas mineras de los Estados Unidos, también es cierto en nuestras ciudades, y lo vemos en algunas de nuestras estadísticas, en las que figura un retraso mental tres veces superior al de Suecia, y en las que asimismo figura una mortalidad infantil mucho más alta que en la mitad de los países europeos. En esta década tendremos unos ocho millones de muchachos y muchachas que tendrán que dejar de asistir a la escuela y una buena parte de esos millones que no tendrán trabajo. Este Consejo y los dirigentes religiosos de los judíos y los católicos tienen gran responsabilidad no sólo en lo que se refiere a la vida moral de la comunidad, sino también en lo concerniente al bienestar de aquellos que han quedado y quedarán atrás…

Quiero hablar esta noche muy brevemente, sin embargo, acerca de la Familia del Hombre que está mucho más allá de los Estados Unidos. Porque la Familia del Hombre no se limita a una sola raza o religión, ni puede limitarse tampoco a una sola ciudad o país. La Familia del Hombre está formada por tres mil millones de seres humanos. Y es una familia que vive en más de cien naciones. La mayoría de sus miembros no son blancos. La mayoría de ellos no son cristianos. La mayoría de ellos no conocen el significado de expresiones tales como «libre empresas», «proceso justo» o «papeleta de voto».

Si nuestra sociedad ha de promover la Familia del Hombre, démonos cuenta desde ahora mismo de la magnitud de nuestra tarea. Es un destino muy grave, porque la Familia del Hombre en el mundo de hoy está viviendo muy mal.

Los miembros de una familia deben llevarse bien unos con otros, pero esto no ocurre así; y las hostilidades no se limitan a las grandes potencias del Este o del Oeste. Por el contrario, los Estados Unidos y la Unión Soviética, buenos conocedores de sus poderes mutuamente destructores y de sus responsabilidades y obligaciones de extensión mundial, en ciertas ocasiones han buscado introducir una mayor nota de precaución en su aproximación a zonas de conflicto.

Y aun así, la paz entre el Este y el Oeste no traería la paz a la Familia del Hombre. Durante el pasado mes, el mundo ha sido testigo de hostilidades o amenazas en una docena o más de disputas independientes de la lucha que se libra entre el comunismo y el mundo libre…; disputas entre africanos y europeos en Angola; entre vecinos norteafricanos en el Mogreb; entre dos Estados árabes sobre el Yemen; entre India y Pakistán; entre Indonesia y Malasia; Camboya y Vietnam; Etiopía y Somalia, y muchos más.

En cada uno de estos casos de conflicto ninguna parte puede permitirse el lujo de dedicar a estas innecesarias hostilidades las preciosas fuentes de riqueza que sus respectivos pueblos necesitan. En casi cada uno de estos caso, la partes en disputa tienen en común, étnica e ideológicamente, muchos más puntos de contacto que la Unión Soviética y los Estados Unidos…; sin embargo, y muy a menudo, parecen menos capaces y menos deseosos de unirse y negociar. En casi cada uno de estos casos sus continuos conflictos invitan a la intervención exterior y suponen una amenaza en una escala de amplitud mundial… Sin embargo, las grandes potencias ven muy difícil poner un límite a los acontecimientos que tienen lugar en estas zonas.

Como dije recientemente en las Naciones Unidas, incluso las guerras pequeñas son peligrosas en este mundo de la época nuclear. La larga labor de la paz es empresa de toda nación grande o pequeña, y para cada uno de los miembros de la Familia del Hombre. En este esfuerzo ninguno de nosotros puede permanecer apartado. Para el logro de este objetivo nadie puede zafarse del compromiso. Si la Familia del Hombre no puede alcanzar una mayor armonía y unidad, el mismo planeta que le sirve de hogar puede descubrir que su futuro está en peligro.

Pero hay otras dificultades que abruman a la Familia del Hombre. Muchos de sus miembros viven en la pobreza, en la miseria y sumidos en la más triste desesperación. De cada tres personas, una o quizá más, de acuerdo con la FAO, sufren de una mala nutrición o de hambre…, a la vez que una de cada diez personas viven de pan y agua…, o por verdadero milagro. Dos de cada cinco adultos de este planeta, según la UNESCO, son analfabetos. Una de cada ocho personas padecen de tracoma o viven en una zona donde la malaria es todavía un peligro real. Diez millones de seres humanos casi tantos hombres, mujeres y niños como habitan en esta ciudad y en Los Ángeles todavía padecen de lepra; e incontables más sufren tuberculosis y otras enfermedades contagiosas.

Pues las bendiciones de la vida no se han distribuido imparcialmente a la Familia del Hombre. Las esperanzas de vida en esta afortunada nación han alcanzado un nivel sinceramente satisfactorio, pero en las naciones menos desarrolladas de Africa, Asia y América Latina, una inmensa mayoría, mayoría abrumadora de niños, nunca esperan vivir más allá de los cinco años de edad. En esos vastos continentes más de la mitad de los niños que se encuentran en edad de asistir a la primera enseñanza se hallan fuera de la escuela. Más de la mitad de las familias viven en habitaciones inmundas. Más de la mitad de la gente vive con ingresos inferiores a cien dólares anuales. Dos de cada tres adultos son analfabetos.

La Familia del Hombre puede sobrevivir a las diferencias de raza y religión. En contra de las aseveraciones del señor Kruschev, puede aceptar diferencias de ideología, política y economía. Pero no puede sobrevivir, en cuanto a como nosotros la conocemos, a una guerra nuclear…, ni tampoco puede soportar por mucho más tiempo el gran abismo que se abre entre ricos y pobres.

Los ricos deben ayudar a los pobres. Las naciones industrializadas deben ayudar a las naciones subdesarrolladas. Y los Estados Unidos, en compañía de sus aliados, deben hacer más -y no menos- por su programa de ayuda al exterior; programa que ahora está siendo objeto de intenso debate en el Senado de los Estados Unidos.

Demasiado frecuentemente hablamos de la necesidad de ayudar al extranjero solamente en términos de nuestro propio interés económico. Cierto; la ayuda al exterior redunda en nuestro propio beneficio. Proporciona más de medio millón de puestos de trabajo en cada Estado. Finanza un aumento en nuestras exportaciones y crea nuevos mercados para tal exportación. Genera la compra de equipo militar y civil que realizan otros gobiernos en este país. Hace posible el estacionamiento de tres millones y medio de soldados a lo largo de la periferia comunista y a un coste que se eleva a la décima parte de lo que nos costaría mantener un número comparable de soldados norteamericanos. Y ayuda a evitar la clase de caos o influencia comunista, o ataque comunista que seguramente desmandaría una costosa atención por parte nuestra…

Sólo el conflicto coreano, dejando aparte a los miles de norteamericanos que perdieron sus vidas, costó cuatro veces más la cantidad a que puede ascender nuestro presupuesto de este año dedicado a la ayuda exterior. Pero la ayuda al extranjero no solamente redunda en beneficio de los intereses económicos norteamericanos. Porque el abismo entre pobres y ricos que divide a la Familia del Hombre también es una invitación a la presencia de los agitadores profesionales, a la subversión y a la agresión. Anima las ambiciones de aquellos que desean dominar al mundo; ambiciones que amenazan a la paz y a la libertad de todos nosotros.

Nunca he tenido la menor duda -manifestó recientemente el presidente Eisenhower-, en cuanto a la necesidad de un programa de ayuda militar y económica al extranjero para evitar que las naciones libres sean atropelladas por los comunistas. La cosa es bien simple.

Y esto no es asunto o problema de partido. Durante diecisiete años y a través de tres Administraciones, este programa fue respaldado por presidentes y dirigentes de ambos partidos. Y hoy es apoyado en el Congreso por aquellos principales dirigentes sentados en ambos lados de la sala que reconocen la urgencia de este programa para el logro de la paz y libertad. Sin embargo, aún quedan los que son incapaces de aceptar, o no desean hacerlo, estos hechos tan sencillos…, los que sí son capaces de denunciar la ayuda al exterior con una mano mientras que con la otra denuncian la amenaza comunista. No niego que no haya habido errores en la administración de ayuda. Niego que haya servido para comprarnos una popularidad duradera o satélites serviles.

Pero sí digo que es un instrumento esencial en la creación de un mundo mejor y más pacífico. Aseguro que ha sustituido a la debilidad por la fuerza en muchos puntos del globo; estimulando a las naciones a luchar para ser capaces de caminar solas… Y para aquellos que aseguran que ha sido un fracaso, no estaría de más que midiesen cuidadosamente nuestro éxito ante la recuperación económica de catorce naciones de Europa occidental, del Japón, de España, del Líbano, donde nuestra ayuda económica, tras haber terminado su finalidad, ha cesado; por la negativa total, excepto un solo caso, de cincuenta miembros de las Naciones Unidas que rechazaron seguir las rutas del comunismo; por la reducción de la malaria en la India, por ejemplo, desde 75 millones de casos a 2.000, y por las 18.000 escuelas y los cuatro millones de libros de texto que llevan la enseñanza a la América Latina bajo los nuevos auspicios de la Alianza para el Progreso.

Hace casi dos años, mi esposa y yo visitamos Bogotá, Colombia, donde un vasto proyecto de construcción de viviendas a cargo de la Alianza para el Progreso estaba en marcha. A principios de este año recibí una carta del primer residente de estas nuevas mil doscientas viviendas. .

Dignidad y libertad: estas palabras son el fundamento, como lo han sido desde el año 1947, del programa de seguridad mutua. Pues la dignidad y la libertad de todos los hombres libres, de un mundo diverso donde la balanza del poder se inclina evidentemente a favor de las naciones libres, es esencial a la seguridad de los Estados Unidos. Y debilitar y anegar este programa, confundir y confinar su flexibilidad con rígidas restricciones y exclusiones, no solamente perjudicará a nuestra economía: pondrá en peligro a nuestra seguridad. Se desperdiciarán nuestras inversiones y, sobre todo, se incumplirán nuestras obligaciones con nuestras hermanos del mundo entero; obligaciones que emanan de nuestra riqueza y de nuestra fuerza, de nuestra devoción por la libertad y de nuestra asociación a la Familia del Hombre.

Creo que podemos hacer frente a esas obligaciones. Creo que podemos permitirnos el lujo de cumplir estos compromisos en todo el mundo cuando el noventa por ciento de ellos se dedican a comprar productos y mercancías aquí, en los Estados Unidos, incluyendo, por ejemplo, una tercera parte de nuestra producción total de fertilizantes, una cuarta parte de la exportación de hierro y acero, y una tercera parte de nuestras expor-taciones de locomóviles. Una reducción de mil millones en nuestro programa de ayuda al exterior puede ahorrarnos cien millones en nuestra balanza de pagos…, pero nos costará novecientos millones en exportaciones.

Creo que el pueblo norteamericano desea soportar esta carga. En contra de repetidas advertencias, profecías y expresiones de esperanza en los diecisiete años que han transcurrido desde que se Inició el Plan Marshall, no he conocido a ni un solo hombre que formara parte del Senado o del Congreso o de otro organismo cualquiera que haya sido políticamente derrotado por haber apoyado este programa, y es preciso tener en cuenta que hoy en día las cargas son menores que lo fueron hace años. A pesar del hecho de que la petición de ayuda al exterior ha disminuido en mil millones comparándola con los presupuestos de años anteriores, muchos miembros del Congreso hoy se quejan de que un cuatro por ciento de nuestro presupuesto general haya de dedicarse a la ayuda exterior. Sin em-bargo, en el año 1951 este mismo programa de ayuda ascendió a casi el veinte por ciento de nuestro presupuesto…, el veinte por ciento en 1951, y el cuatro por ciento hoy. Se niegan a votar más de cuatro mil millones de dólares para este esfuerzo… Sin embargo, en año 1951, cuando este país no vivía tan bien como hoy, el Congreso votó ocho mil millones dedicados a tal causa. Tales señores temen hoy en día los efectos de enviar a otros pueblos las siete décimas partes del uno por ciento de nuestra producción nacional…, pero en 1951 dedicamos cuatro veces más esa misma can-tidad a los mismos propósitos, y concentrándonos en una zona de ayuda muy limitada, cuando hoy nuestras obligaciones se extienden por todo el globo…

Este Congreso ya ha reducido el presupuesto de ayuda de este año en seiscientos millones de dólares por debajo de la cantidad recomendada por la Comisión Clay. ¿Acaso esta nación está declarando abiertamente que no puede permitirse gastar seiscientos millones de dólares más para ayudar a las naciones necesitadas del mundo a ser más fuertes, más libres y más indepen-dientes…, cantidad inferior al gasto anual de este país en barras de carmín, crema para la cara y goma de mascar? ¿Acaso estamos declarando solemnemente que no podemos ayudar a diecinueve vecinos necesitados en América Latina y hacer tanto por ellos como el bloque comunista está haciendo por Cuba?
Algunos dicen que están cansados de su tarea. Estamos cansados de los problemas mundiales y de sus complejidades. Estamos cansados de escuchar a aquellos que reciben nuestra ayuda y no están de acuerdo con nosotros. Pero, ¿estamos cansados de vivir en un mundo libre? ¿O quizá esperamos que ese mundo que nos disgusta se convierta en veinticuatro horas en una nación como los Estados Unidos? ¿Vamos a detenernos simplemente porque no hemos logrado un éxito com-pleto?
No creo que nuestros adversarios estén cansados; y no puedo creer que los Estados Unidos de América, en el año 1963, estén hastiados.

Con toda seguridad, los norteamericanos de los años sesenta pueden comportarse tan bien o mejor que los de los años cincuenta. Con toda seguridad no vamos a arrojar por la borda todas nuestras esperanzas v medios de lograr un pacífico progreso ante un estallido de irritación y frustración. No deseo que se diga de nosotros lo que T. S. Elliot dijo de otros hace algunos años: «Estas eran gentes decentes. Su único monumento: la carretera asfaltada y mil pelotas de golf perdidas».

Creo que podemos llegar a algo más que a eso.
Amigos norteamericanos, espero que nos dejaremos guiar por nuestros intereses. Espero reconozcamos que la lucha de ninguna forma ha terminado; que es esencial que no solamente continuemos con nuestro esfuerzo, sino que también perseveremos; que no solamente aguantemos, citando palabras del señor Faulkner, sino que también prevalezcamos. En resumen, es esencial que de los labios de los Estados Unidos surja la palabra que llegue a todos los interesados en ella, a todos los interesados en el futuro de la Familia del Hombre, y que asegure que nosotros no estamos cansados de hacer el bien. Y confío, si mantenemos la paz, en que a su debido tiempo recogeremos una buena cosecha representada en la clase de mundo que se merece toda la Humanidad…

Comentario Final:
Lamentablemente no podemos siempre elegir la forma de morir, pero sí podemos vivir con dignidad, en tal sentido, J.F.K. tiene de las dos.

Lo asesinaron desde las tinieblas que enmarcan los contubernios de Estado, pero su corto paso por la vida terrenal no fue en vano. Jamás volteó sus espaldas a las realidades que otrora le provocaron la muerte, no permaneció indiferente a la injusticia que hasta hoy flagela la Humanidad y además forjó una Esperanza para un Mundo mejor.

Me subo al carro de la libertad de los Pueblos. Transito por el puente de la solidaridad respetuosa de los momentos históricos que se repiten y me duele la ineptitud de los poderosos frente al dolor de la Humanidad.

Agradezco al prudente lector y al portal por la oportunidad de comentar un aspecto del legado de uno de los Presidentes más Amados por los Americanos.

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