Opinión Internacional

La carreta delante de los bueyes

Pocas horas y pocos argumentos le fueron necesarios a Andrés Pastrana para agachar la cerviz e hincar la rodilla en tierra.La retirada de su propuesta de revocatoria del Congreso colombiano fue tan serena como fue intempestiva en su momento esta iniciativa presidencial. La carta que se había jugado de proponer una revolución institucional para provocar una transformación del pervertido ambiente político del país le estaba costando demasiado cara en terrenos distintos al político.

Es cierto que pretender, como aspiraba Pastrana, desmontar a la institución parlamentaria contando con las solidaridades de los mismos congresantes acusados de corrupción era realmente una quimera o una inocentada.

El desgaste del Presidente colombiano por la lentitud del avance del proceso de paz, que se volvió la bandera presidencial desde le momento mismo de entrar por la puerta del Palacio de Nariño, no le permitía contar con el capital político suficiente para atacar con tanta garra a sus adversarios liberales. Mucho menos a contar con su concurso activo.

La oposición en el Congreso neogranadino al proyecto de reforma política del Presidente se fue al extremo no solo de adversar las propuestas de rediseño de las instituciones planteada por el Gobierno hace unas semanas atrás. La carta que se jugó Horacio Zerpa de proponer un referéndum dentro del cual se planteara la propia legitimación de la autoridad presidencial con el adelanto de las elecciones generales del país, fue sin duda un movimiento político sagaz.

Pero la estocada que rindió al Presidente haciéndolo desmontar su proyecto reformista fue la amenaza inminente de que el embrionario proceso de recuperación económica que el país estaba comenzando a vislumbrar, bajo la diestra batuta del ministro Juan Camilo Restrepo, se reversara.

La semana que acaba de transcurrir en Colombia debe haber sido una de las más turbulentas en el terreno de la actividad política. Los términos radicales y erosivos en los que Pastrana planteó el desmontaje del corrupto parlamento colombiano -en el que además de corruptos también habían congresantes probos- no tomó en consideración que las armas de la guerra que blandirían los adversarios serían precisamente las del desmonte de uno de los poquísimos logros que el actual Gobierno es capaz de exhibir: el del relanzamiento del crecimiento de la economía.

Gracias a esfuerzos que han sido mucho menos expuestos a la luz que las incidencias del proceso de negociación con la guerrilla, el ala económica, tributaria y financiera del Gobierno había logrado torcerle el brazo a la caída del producto que había sido de 4,6 puntos en el año 1999. En el primer trimestre del milenio el retorno lento de la inversión provocado por la reducción de las tasas de interés y la recuperación de la industria productiva provocado por la adecuación de la tasa cambiaria, había logrado ya generar en Colombia una tasa de crecimiento del 2,6% del PIB.

Los progresos en el terreno de los ajustes macroeconómicos estaban comenzando a consolidarse y a provocar ya una respuesta positiva de parte del consumo, lo que por lo general anticipa una reanimación de la producción y de la generación del empleo. Sin embargo, los compromisos del vecino país frente a los organismos financieros internacionales, indispensables para terminar de remontar la cuesta de la recesión, reclamaban aún una serie de medidas de ajuste que requerían del visto bueno del cuestionado Congreso colombiano. Y esa fue la hora escogida por el debilitado Jefe del Estado para proponer su agresivo desmontaje. El final del capítulo es sin embargo aleccionador y elocuente, para quienes de este lado del Arauca hemos dejado de lado a la salud de la economía como una variable importante de la dinámica nacional, para atender los otros frentes que al final no dan de comer a los electores.

Andrés Pastrana recogió velas para adelantarse a los tiempos. Hay que aplaudirle la inteligencia de rodearse de un comité de notables que en buena hora puso de relieve que cualquier gesta política de adecentamiento y cualquier proyecto de transformación institucional -por indispensables que parezcan- son superfluos cuando 2 millones y medio de nacionales no tienen salarios que llevar a sus familias. Por otro lado, hay que encomiar su tino y sensatez al admitir que con un frente económico sano y con un país en vía de recuperación se ganan más solidaridades que con las revoluciones políticas que siempre pueden tener lugar cuando en cada casa estén los platos más llenos. Y en definitiva, son estas solidaridades las que serán decisivas a la hora de librar las últimas batallas por la paz.

Como dirían los franceses, se trata simplemente de no poner la carreta delante de los bueyes… como desgraciadamente nos está ocurriendo a nosotros, de este lado del Arauca.

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