Opinión Internacional

La política exterior del no, o el negacionismo a ultranza

Bien lo dijo Bob Cox en su columna dominical del Buenos Aires Herald: la Argentina busca asentarse otra vez en el lado oscuro de la historia. Está a la vista: las turbias negociaciones del canciller Héctor Timerman (¿encomendadas por la Presidente o apenas otra muestra gratis del voluntarismo desbordado de este ex refugiado en Israel y ex embajador en Washington, nombrado en ese cargo por -se dijo- las inmejorables conexiones familiares con círculos judeo-estadounidenses?) con el régimen de Irán colocaron a nuestro país en el extraño y resbaladizo umbral de un tablero geopolítico que nos queda grande. 

También le queda ridículamente holgado el traje al canciller que, de acuerdo a lo manifestado por el gobierno de Teherán, se viene involucrando en gestiones con los negacionistas ayatolahs desde enero de 2011. Porque mientras que Timerman cree haber acordado algunos puntos, los negacionistas niegan haberlo hecho. Algo se le sigue escurriendo de las manos en las conversaciones, o traducciones, a nuestro actual canciller. 

Pero este giro peligroso hacia las fauces del país que cobija, apaña y lidera a nivel global a grupos terroristas del radicalismo islámico no es un mero cromosoma X en un ADN pletórico de aciertos. Desde fines de 2010, en coincidencia con la llegada de Timerman al piso 13 de la cancillería y la desaparición de Néstor Kirchner, que la política exterior argentina transita un dudoso estilo de serpenteo entre la anti-diplomacia, el enojo a mansalva y la no-definición. Algunos ejemplos concretos permitirán apreciar mejor este concepto. 

Actualmente tenemos dinamitadas casi todas nuestras fronteras diplomáticas. La llegada de Pepe Mujica en 2010 a la presidencia de Uruguay prometía tender otra vez los puentes cortados (y no es un simbolismo) durante el conflicto por las pasteras sobre el río Uruguay, iniciado por el ex presidente Néstor Kirchner con el gobierno de Tabaré Vásquez. Falsas promesas: fue Timerman el encargado de encender otra vez en 2012 la mecha de la santabárbara, cuando para desmentir la versión de un supuesto soborno propuesto por nuestra cancillería para avanzar con el dragado del canal Martín García, acusó nada menos que a la mano derecha del presidente Mujica y a la cúpula de Relaciones Exteriores uruguayas. Ni hablemos del cepo al dólar y lo que significó para el turismo del otro lado de la ribera. O la inauguración de una línea férrea binacional que nunca prosperó. O las trabas a la concreción de un gasoducto subfluvial. 

Miopía con Chile

Con Chile también caminamos sobre huevos. A pesar de la cordial relación personal entre el matrimonio Piñera y la presidente (viene desde la negociación de las rutas áereas de Lan, en ese momento controlada por el todavía empresario Sebastián Piñera), y de que entre los sudamericanos sin duda Chile ha sido el apoyo más incondicionalmente férreo en la causa Malvinas, el palacio San Martín enfoca sólo con el ojo izquierdo y se tapa con culpa el derecho cuando mira a su contraparte chilena, gobernada por una coalición conservadora. 

Por eso, la ideología puede hacer de biombo en la bilateral, como sucede con la negativa a la extradición de Sergio Apablaza, acusado de asesinar al senador Jaime Guzmán durante el gobierno de Patricio Aylwin. O el silencio sepulcral frente a la marcación definitiva de Hielos Continentales, tratado de límites firmado durante las presidencias de Menem y Frei, y rechazado a ultranza por el matrimonio Kirchner desde la patagónica Santa Cruz. O, en cuestiones más temporales y prácticas, la demora en la renegociación por un tratado de doble tributación. La consecuencia no es muy difícil de adivinar: algunos holding empresariales que invirtieron fuerte desde los 90, como el grupo liderado por Horst Paulmann, no quieren seguir a ciegas y están mudando la mitad de sus oficinas -y la mira- a San Pablo, Brasil. 

Con Paraguay impusimos un recreo forzoso a mitad de 2012. Después de la renuncia del presidente Lugo y asunción de su vice Federico Franco, impulsamos la expulsión de Paraguay de la Unasur y del MERCOSUR. Hagamos votos para que quien resulte electo en abril en las próximas presidenciales sea de nuestro agrado para no sólo retomar la normalidad de la relación diplomática sino respetar ese «principio de no intervención» tan esgrimido por el palacio San Martín cuando quiere justificar la negativa dentro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a que el gobierno de Bashar Al Assad sea juzgado por la corte Internacional de La Haya por delitos de lesa humanidad. 

Comunión expropiadora

Un andarivel menos espinoso nos une con Bolivia: seguramente contribuya el espíritu nacionalizador del gobierno de Evo Morales, que acaba de estatizar la operación de los aeropuertos, en una carrera expropiadora que comenzó en 2006 con los hidrocarburos. Curiosamente, Bolivia nos conduce al argumento iraní: La Paz ya recibió en tres ocasiones a Mahmoud Ahmadinejad y en una, aunque breve, en 2011, al ministro de Defensa Ahmad Vahidi, en la lista roja de INTERPOL por la causa AMIA. 

La relación con Brasil tiene los consabidos cortocuitos comerciales, que se dirimen según venga la inspiración de Guillermo Moreno o la sonrisa vendedora de Débora Giorgi. Bien sea por afinidad o por comodidad, nuestras relaciones exteriores navegan en la estela que deja Itamaraty. Una pena: ese derrotero con la proa hacia África nos ha dejado de espaldas al fenómeno de la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia y México), hoy por hoy el club comercial más promisorio de la región. 

Diccionario

Sin embargo, la principal característica en el estilo de la conducción del palacio San Martín es el tono altanero y enojado, una variable bastante exótica para los anales de la diplomacia. Como fue el destrato con el que Timerman se dirigió al ministro británico William Hague o al gobierno de Israel en las últimas semanas. O el lenguaje soez que utiliza el canciller al ponerse nervioso en las interpelaciones o entrevistas periodísticas. Deberíamos explicarle al mundo que aunque nos represente, no todos los argentinos hablamos con el diccionario de Timerman. 

Pero quizás lo más preocupante de este estilo de conducción en la Cancillería sean las reacciones que ya provoca en las legaciones extranjeras. Son varios los diplomáticos que, preocupados por la imprevisibilidad y recurrentes «salidas fuera de manual» de la cancillería argentina confesaron a este diario que han pedido urgente traslado desde este destino. «Aquí te juegas tu carrera, no se respeta lo acordado y todo termina siempre en desmentida», nos dice con ironía y tristeza un diplomático. Demás está agregar que ya tiene prontas sus valijas

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