Opinión Internacional

Las palabras y las cosas

Después del desastre de Plaza Miserere (22 de febrero), la señora se encerró en un largo, silencioso retraimiento que se extendió entre Buenos Aires y Santa Cruz. Ahora parece claro que en esos días, mientras mucha gente preguntaba por ella, la Presidente estaba preparando dos intervenciones públicas: la del martes 28 de febrero en Rosario y la del viernes 1 de marzo ante la Asamblea Legislativa.

En el acto de homenaje a Manuel Belgrano, la señora pareció emocionalmente desbordada. Mientras hacía uso de la palabra su anfitriona -la intendente de la ciudad, la socialista Mónica Fein- la Presidente parecía arengar a grupos de sus seguidores del público a través de ademanes y modulaciones labiales, repitiendo por oficio mudo lo que parecía una consigna: “Vamos por todo” (la escena, filmada por camarógrafos locales, no por la televisión oficial, puede verse en You Tube). El tono de su discurso rosarino no estuvo, sin embargo, en sintonía con ese mensaje. Quienes suponían que el gobierno actuaría quitando la concesión del ferrocarril Sarmiento a la empresa TBA, quedaron decepcionados: la señora sólo prometió que tomaría decisiones “después del peritaje judicial” (que ella reclamó que estuviera listo en 15 días).

En 2007, sin que mediara una catástrofe y centenares de víctimas, Néstor Kirchner interrumpió la concesión de la línea Roca después de un motín de usuarios en la estación Constitución, disparada por un enésimo retraso de los trenes. Julio De Vido también suscribió ese decreto.

Por algún motivo y pese al “vamos por todo”, la señora decidió no actuar como lo había hecho su difunto esposo cinco años antes. También decidió (lo había hecho antes, claro) ignorar los antecedentes reunidos por la CNRT y los reiterados informes de la Auditoria General de la Nación, que ofrecían motivos más que suficientes para cancelarle la concesión a la empresa de la familia Cirigliano sin más trámite.

El anuncio presidencial sonó a poco inclusive a varios de sus funcionarios más empinados. El gobierno necesitaba levantar la carga pesadísima, incrementada por la demora (60 horas) en hallar el cadáver del joven Lucas Menghini Rey y agravada a su vez por expresiones de la ministra de Seguridad, Nilda Garré, que merecieron el calificativa de “viles y bastardas” de parte de la madre del joven muerto. Los flashes de investigación de opinión pública ordenados por el gobierno ratificaron la atmósfera de frustración e indignación.

Así, pese a los 15 días de demora prometidos por la Presidente, menos de 24 horas después Julio De Vido y el titular de Transporte, Juan Pablo Schiavi, anunciaron una intervención de la empresa TBA.

La presión de la opinión pública sobre el gobierno llevaba a este, pese a las reticencias, a trasladar las culpas sobre la empresa de los Cirigliano. De todos modos, los vínculos entre ese grupo y el oficialismo son tantos y están tan entretejidos que será difícil desenhebrarlos.

Pero se vería que los zigzagueos presidenciales no estaba determinados exclusivamente por esa combinación de circunstancias y presiones específicas.

La señora reina sobre una corte dividida y lo ha venido haciendo con un estilo que la aísla. Esto tiene su lógica. Aunque muchos creyeron –hipnotizados por el ascenso de ella en las encuestas y por el polisémico porcentaje que obtuvo en los comicios- que la muerte de Néstor Kirchner la había beneficiado, ahora empieza a verificarse que la desaparición de su esposo no representó, políticamente, la pérdida de un lastre, sino la desaparición de una viga que sostenía (así ferua con crecientes dificultades) el edificio del oficialismo. El articulaba sectores y dirigía los fragmentos internos. También la conducía a Ella. Tras la muerte de Kirchner la señora se aisló de manera progresiva de las fuerzas sobre las que se había estructurado el gobierno, en particular de las jefaturas territoriales y sindicales. A cambio, benefició a La Cámpora, con la expectativa de obtener incondicionalidad. Puede que la consiga (eso hay que medirlo en las duras más que en las maduras), lo que los jóvenes funcionarios no pueden proporcionarle es un terreno firme y espacioso sobre el que apoyarse.

La señora no está conforme con la corte que la rodea: protesta contra Schiavi (lo aludió en público al mencionar los tres años que le había costado conseguir que se pusiera en marcha la “bendita” tarjeta SUBE; antes de eso lo había hecho en privado, incluyendo en la queja las palabras torpes del secretario al comentar el desastre de Plaza Miserere); mantiene distancia con De Vido; se ha vuelto fría con Amado Boudou (son varios los que le cargan las pilas, particularmente tras el incómodo barullo alrededor de Ciccone Calcográfica); se enojó con Garré; y hasta desnudó ante la Asamblea Legislativa que mantiene diferencias con el secretario de Legal y Técnica, a quien muchos le atribuyen un rol de cogobierno (“Zaninni, es mi alter ego jurídico nada más – avisó a los legisladores, al público y al clero -, no crean esas cosas que dicen por ahí; (…) por ahí nos peleamos, dado que él tiene una visión y yo tengo otra”.

Fijada en las certezas que ella extrae del 54 por ciento de octubre, la señora actúa como soberana plena y, se evidencia, más solitaria de lo que suele apreciarse, convirtiendo sus sentimientos íntimos, sus hipótesis, sus ocurrencias, sus gustos en la brújula del gobierno. La trayectoria de lo bueno está asociada a su propia trayectoria (en el discurso reivindicó la política petrolera de los años 90, por caso) y, así, las idas y vueltas, las marchas y contramarchas están consagradas porque ese es el sendero que ella ha recorrido o recorre.

El gobierno intentó aislar a los isleños de Malvinas, procuró convencer de eso al presidente chileno; impidió esta misma semana que un crucero con bandera de Bermudas atracara en Ushuaia y que sus pasajeros pudieran bajar y consumir en esa maravilla fueguina; a través de la secretaria de Industria reclamó a empresas que boicotearan la compra de productos británicos. Con esos antecedentes el cristinismo más termocéfalo esperaba en la Asamblea el anuncio de alguna medida “épica”. La señora anunció que ofrecería a los isleños viajes desde y hacia Buenos Aires en la línea aérea de bandera que manejan los muchachos de La Cámpora. Sensato e inteligente. Pero, ¿se trata de un rumbo definitivo? Fue definitivo en ese momento.

La señora había exhibido a la familia Cirigliano y sus trenes como un ejemplo de emprendimiento y capacidad tecnológica nacional (lo había dicho en Tecnópolis en noviembre). Hoy puede decir algo distinto. La gente y las circunstancias cambian.

YPF era una empresa ejemplar y estábamos orgullosos de su “argentinización”. Ahora no. Es decir, no tanto. Estábamos a punto de, ejem, estatizarla o intervenirla o sancionarla. Ahora no. ¿Obra de un telefonazo del Rey Juan Carlos? Error: no es ese monarca quien toma decisiones aquí. .

La trayectoria errabunda, autodeterminada en soledad puede parecer un ejercicio de libertad para los librepensadores que asimilan la libertad con un individualismo atomizado. En política, sin embargo, quizás se es más sujeto cuando se está más sujeto: a las fuerzas que se representa, a la tradición y los deseos colectivos, al dictado de las circunstancias y de la necesidad, a la comprensión del mundo y de las reglas del juego que se juega. La libertad se expresa en ese territorio sometido a múltiples determinaciones.

La Presidente dicta hoy políticas sobre todo, porque en el oficialismo sólo ella está en condiciones de indicar lo que está bien, lo que está mal y en cada caso, cuándo. Por debajo de las decisiones de ella cunden las intrigas de palacio: alguien volantea en el Congreso con el vicepresidente Boudou, alguien conspira contra el gobernador de Buenos Aires, alguien transmite que Randazzo es un topo del Grupo Clarín, alguien, que la campaña contra Boudou la fogonea Guillermo Moreno. en fin.

La ministra Garré retiró la policía de los subtes porteños. En el actual esquema de toma de decisiones, es impensable que Garré haya tomado esa decisión sin consulta e instrucción superior. Pero a posteriori puede deducirse que el error fue de ella, porque la Presidente repuso la policía. Aunque insiste que sólo por 30 días. Y que apenas se requieren 200 agentes.

Macri, al responderle a la señora de Kirchner, aceptó la retórica majestática: si la Presidente engaña a la gente, es porque ella ha sido engañada por quienes la rodean.

Más allá de las palabras, los hechos hablan con menos cortesía. Los subtes andan o no andan. Los trenes salen o no salen, llegan o no llegan. La oratoria y los relatos tienen su importancia, es innegable. Pero hay un punto donde las palabras mueren y prevalecen los hechos. Se acierta económicamente o hay inflación, falta la energía, escasean los productos, las fábricas no funcionan por falta de insumos, los productos y los servicios se encarecen. Se invierte o decaen empresas, servicios, empleos y salarios. Se avanza con buen rumbo o hay desorientación creciente. Se gobierna o hay desorden. ¿A qué hora?

 

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