Opinión Internacional

Los intelectuales y el modo lulista de gobernar

En su libro “¿Podremos vivir juntos?”, Alain Touraine sugiere que el mundo globalizado se dividió en dos dimensiones: la economía (profundamente competitiva, selectiva y amoral) y la cultura (vinculada a la memoria, a los valores, a la historia comunitaria y al resentimiento respecto de la globalización). De allí surgiría una posible explicación para la multiplicación de reacciones fundamentalistas, muchas veces echando mano de lo que algunos sociólogos denominaran “suicidio altruista”, muriendo a nombre de un valor comunitario.

Un transcurso de ese análisis poco explorado, a pesar de todo, dice respecto de la influencia del mundo económico globalizado sobre las acciones de gobiernos nacionales. Habría, en principio, una contradicción entre la globalización de capitales –sedienta por total libertad de realización – y la regulación estatal nacional. Pero, en la práctica, tal contradicción se revela como una mera hipótesis teórica. Manuel Castells sugiere la pérdida de la soberanía económica nacional porque

Las reglas del juego inscritas en los mercados financieros obligan a asegurar tasas de ganancia para los inversionistas, lo que definitivamente desplaza a la generación de riqueza hacia la empresa privada, limitando la redistribución (…) El comportamiento de los mercados financieros, frecuentemente, no obedece a criterios económicos, pero sí a turbulencias informativas, las cuales, cuando surgen, son utilizadas por movimientos especulativos que desencadenan movimientos de capitales de tal amplitud que se vuelven incontrolables por los bancos centrales.

Castells sostiene que la circulación de capitales entre fronteras supera en mucho al PIB de todas las grandes economías nacionales (con excepción de China), desde los años 90, mientras que, en 1980, no superaba al 25% del PIB. Tal magnitud y ampliación del papel político de los capitales volátiles limitaría en mucho la acción estatal. El autor va más allá: el papel del Estado estaría limitado a la inducción del desarrollo a partir de instrumentos de información y adecuación del ambiente económico”

(…) su papel esencial consiste en recibir y procesar las señales del sistema global interconectado y adecuarlo a las posibilidades del país, dejando que sean las empresas privadas las que asuman el riesgo (…) la incapacidad del Estado para decidir por si solo, en un mundo en el que las economías nacionales son globalmente interdependientes, obliga a que se adapten reglamentaciones inaplicables (…). Así, surge un nuevo tipo de Estado, que no es el Estado-nación, pero que no lo elimina y sí lo redefine. El Estado que denomino el Estado-red se caracteriza por compartir la autoridad (o sea, la capacidad institucional de imponer una decisión) a través de una serie de instituciones. (…)

Castells propone, así, una organización estatal interconectada con organizaciones no gubernamentales, instituciones políticas y agentes económicos supranacionales, regionales y locales.

Ahora bien, ¿en la práctica política, cuál sería el resultado de esa proposición? Una hipótesis plausible sería el aumento de acciones e iniciativas estatales pragmáticas, privadas de proyectos estratégicos y ajustadas a las articulaciones del momento. La pauta estatal adoptaría, también, como instrumentos de medida de las tensiones sociales, varios indicadores utilizados para orientar al mercado financiero, como en el caso del riesgo-país.

En suma, para la lógica operativa del mundo económico globalizado, la mejor conducta estatal sería aquella privada de proyectos estratégicos y valores universales, justamente lo contrario de las intenciones de la lógica comunitaria (que Touraine denomina de dimensión cultural), fundada en valores, en la memoria social y en las utopías.

Sería coherente sugerir que una política estatal pautada por esta orientación minimalista se sentiría incómoda con el discurso intelectual orientado por desafíos estratégicos. Al culminar el primer año, ya es posible esbozar líneas con más seguridad sobre el perfil de la gestión de Lula y su tránsito sobre esas presiones crecientes que desean apartarlo de un proyecto estratégico para el país.

Se trata, hasta el momento, de una gestión marcada por el pragmatismo. Un pragmatismo político peculiar, porque es fruto, por un lado, de las presiones de la dinámica económica globalizada (representada en su interior por algunos de sus exponentes nacionales) y, de otro lado, de una lectura original de la cultura sindical brasilera. Lula, en fin, revela cada día el origen de su cultura política. El pragmatismo sindical brasilero posee una doble característica histórica. La primera, forjada en la post-guerra y que comienza a declinar con el golpe militar del 64, tenía como principal artífice al Partido Comunista Brasilero. Ya se interpretó mucho del ideario del “Partido”. Vale la pena, para el tema que estamos considerando, destacar algunas de sus características:

a) Superación de los resquicios feudales de la política económica brasilera. Esta proposición, que muchos estudios demostraron equivocada, sustentó al arco de alianzas políticas que envolvía al campesinado pobre, a los obreros urbano y al empresariado progresista. La intención era fortalecer un proyecto nacional-desarrollista, consolidando el mercado interno, las élites nacionales y diseminando las relaciones capitalistas en nuestra sociedad. En las palabras de sus autores, se trataba de desatar los nudos de las fuerzas productivas capitalistas;
b) Acción política por etapas. La acción por etapas [o el etapismo] significaba el cambio gradual de la correlación de las fuerzas políticas del país. Sería una traducción libre de la revolución burguesa nacional. El discurso estaba enrarecido, diluido en diversas pautas populares, llegándole cerca al populismo;
c) Interlocución privilegiada con el Estado. La convicción política era que el Estado sería el promotor de las transformaciones estructurales de la sociedad. La acción y la pauta sindicales eran, por lo tanto, siempre nacionales y buscaban influenciar la agenda estatal. Varias declaraciones de liderazgos sindicales de la época revelan las maniobras políticas marcadas por acuerdos e inserción en las agencias estatales.

La segunda herencia histórica es la que se constituyó en los años 80, en el proceso de liberalización política del país. El discurso de los liderazgos sindicales autodenominados “auténticos” se diferenciaba de aquel de los líderes del “Gran Partido” por que sustentaban la necesaria independencia (o autonomía) frente al Estado y los partidos políticos. Privilegiaban también, a partir de esa concepción de autonomía política, pautas directamente relacionadas con el día-a-día de la fábrica o del local de trabajo. La organización de base se oponía a la dirección de cúpula que edificaba, casi desagarrada de sus bases sindicales, una amplia articulación de fuerzas para influenciar la agenda estatal. Con todo, el discurso de los principales liderazgos sindicales “auténticos”, con Lula al frente, no se diferenciaba de las alianzas políticas. A lo larga de la década de los 80. Lula pulió su discurso, pero mantuvo siempre la vena pragmática. Lula se construyó políticamente aliando su pragmatismo sindical con una agenda de cambio social que se aproximaba a una proposición cristiana progresista (combate a la pobreza, libertad de expresión, llamado pro-comunitario, atención a la base social y, nuevamente, fuerte pragmatismo e inmediatismo al atender las demandas más dramáticas de los segmentos separados socialmente).

Ese, obviamente, no fue el ideario forjado al interior del PT. El PT sufrió, por lo menos en su primera década, varias influencias que, en un sincretismo original, concibió un vigoroso ideario político. Contribuyeron a ese ideario las corrientes trotskistas que estuvieron desde la primera hora en su fundación , liderazgos y teólogos de Teología de la Liberación, intelectuales que habían roto con la ortodoxia leninista-marxista y liderazgos de movimientos sociales vinculados a las comunidades eclesiásticas de base.

En relación con los intelectuales, vale la pena destacar el papel desempeñado por los núcleos paulista y carioca en el origen del partido. El núcleo carioca sufría una influencia mayor de la tradición del pensamiento del “Gran Partido” y caminaba hacia una ruptura a partir de las elaboraciones de Gramcsi. El núcleo paulista, a su vez, se aproximaba más a las elaboraciones que ocurrían en Francia e Inglaterra, que involucraba a sociólogos e historiadores que también habían roto con las tradiciones comunistas. En este último caso, autores como Cornelius Castoriadis, Edward Thompson y Claude Lefort eran citados con mucha frecuencia. Es obvio que esas influencias teóricas eran apenas referencias y no había una caricatura tan definida regionalmente. Pero surgían énfasis. En São Paulo, los conceptos de autonomía y discurso hegemónico eran más predominantes en las elaboraciones de los intelectuales petistas. En Río de Janeiro, la construcción de un diseño de estructura democrática como principio de acción política estaba más presente. Gramcsi no sólo influenció a parte de los intelectuales petistas sino también a los ideólogos de la teología de la Liberación. Vale la pena repetir su proposición en cuanto a la relación entre intelectuales y pueblo-nación:

El elemento popular siente, pero no siempre comprende ni sabe; el elemento intelectual sabe, pero no siempre comprende y mucho menos siente. El error del intelectual consiste en creer que se pueda saber sin comprender y, principalmente, sin sentir y estar apasionado (…). No se hace política-histórica sin esa pasión, esto es, sin esa conexión sentimental entre intelectuales y pueblo-nación.

Los intelectuales, con todo, no llegaron a constituir una corriente o un núcleo de elaboración propio. Apenas una tentativa más duradera, ocurrida en São Paulo y que acabó dando lugar a la revista Desvios (contando con la presencia activa de Marilena Chaui y Eder Sader, entre otros) siguió articulando investigadores sociales durante algún tiempo. Tendieron, con todo, a articularse y ofrecieron sus servicios profesionales al interior de las instancias partidistas. A lo largo de la década de los 80. no fue raro el posicionamiento explícito de algunos en relación con su papel de intelectual orgánico, expresión cara a los gramcsianos. El más comentado exponente de esa vertiente fue Francisco Weffort, señalado durante mucho tiempo como ghost writer de Lula.

Los años 90, con todo, redefinieron los rumbos del PT y la clara opción electoral limitó el papel de los intelectuales petistas. Las discusiones conceptuales y estratégicas fueron nítidamente superadas por las elaboraciones tácticas y por la profesionalización y especializacióm de la adminmistración partidista. El pragmatismo retornó con creciente influencia en todas las instancias partidistas. El mirar en la campaña del día, en los acuerdos locales y el montaje de la compleja ingeniería electoraal fueron alterando los contornos, incluso ideológicos, de los programas de campaña.

En otras palabras, a lo largo de la última década del Siglo XX, el partido creó una importante estructura administrativa, se profesionalizó y redefinió sus metas y sus objetivos estratégicos, disminuyendo considerablemente el papel de los intelectuales en la formulación general del PT.

No por otro motivo, los intelectuales petistas se encontraron en una situación de relativa incomodidad. En el cada día, el pragmatismo del gobierno federal, reflejado en las acciones de la casa Civil – estableciendo acuerdos con la base aliada en el Congreso Nacional y con los Gobernadores – y el Ministerio de Hacienda – orquestando el duro control monetario que atraviesa el país –, genera una declaración rabiosa de algún destacado intelectual en la historia del partido. Ese fue el caso de Marilena Chaui quien, si bien tímidamente, reaccionó frente a la indicación pragmática de Gilberto Gil como Ministro de la Cultura. En seguida, y en diversos momentos, se hizo pública la revuelta de Francisco de Oliveira, quien llegó a afirmar que el miedo había vencido a la esperanza en el gobierno de Lula. Maria Conceição Tavares fue otra exponente de este segmento social del partido que criticó duramente el pragmatismo en la conducción de la política económica del país y la fragilidad de las acciones en el área social. No son intelectuales vinculados a corrientes, siempre estuvieron cerca de Lula y del núcleo dirigente del partido. Lo que parece que tratan de explicitar es que el pensamiento estratégico fue vencido por el pragmatismo político. Ago como una cantinela weberiana, que divorció a la vocación política de la vocación intelectual.

En este vacío de elaboración estratégica de los partidos políticos brasileros, incluido, ahora, el PT, el papel de los intelectuales parece todavía más urgente. La agenda nacional y, principalmente, el diagnóstico del país fuero pautados por estudios sociológicos de los años 30 a los años 60 (como el caso de Oliveira Vianna, Caio Prado Jr., Florestan Fernandes, Gilberto Freyre, Raimundo Faoro, entre tantos otros). Pasamos en seguida a tratar de descifrar el país y a definir nuestra agenda nacional a partir de los análisis económicos. Redujimos significativamente el alcance del análisis, porque las teorías económicas nacionales se deslizaron gradualmente del análisis sobre las estructuras de organización y dinámica de Brasil y el proyecto de desarrollo (como en el caso de los estudios de João Manoel Cardoso de Melo y Maria Conceição Tavares) hacia el mero tecnicismo de la operatividad de los mercados e indicadores económico-financieros. Amartya Sen ya había denunciado tal desplazamiento en las teorías económicas que huyeron de su origen – los estudios sobre la ética económica – para caminar hacia las precisiones técnicas de la operatividad de los mercados. A contramano, muchos intelectuales de las ciencias sociales y políticas se rebelaron contra el discurso economicista y trataron de construir otra percepción del país, en el rumbo de la radicalización de la experiencia democrática, ampliando los espacios y los mecanismos de deliberación pública. Gran parte de esos intelctuales se acercó a las campañas y a los programas petistas.

Entre tanto, el fuerte pragmatismo político que nos acomete desarticuló esa producción teórica. La agenda nacional parece perdida. El país volvió a especializar la acción política, disminuyendo el grado de influencia de los movimientos sociales e intelectuales en la construcción de una pauta de desarrollo. Por tantos motivos, la pauta sobre el papel de los intelectuales en la permanente(re)construcción nacional se hace más urgente.

*Doctor en Ciencias Sociales, Profesor de la PUC-Minas, Consultor del Instituto de Desarrollo del Norte y del Noreste de Minas Gerais, de la EMATER-MG y del Presupuesto Participativo de São Paulo. Ex asesor nacional de la CUT
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