Opinión Internacional

Luz verde al Protocolo de Kyoto

El inquietante ritmo de cambio climático ya no puede ser objeto de discordia. De serias mediciones se desprende que la actividad humana, y no sólo los ciclos naturales, contribuye al calentamiento global. A partir de los numerosos estudios acerca del comportamiento de los océanos, de los glaciares y de las corrientes marítimas, es tiempo de convertir el debate en soluciones.

La firma por Rusia del Protocolo de Kyoto supone un impulso al esfuerzo internacional en materia medioambiental. El entorno está de enhorabuena, porque es el único compromiso de alcance global para combatir el caos del medioambiente. La posición vacilante de Rusia se debió a la limitación que suponía para su desarrollo industrial, si bien, los beneficios no se pasan por alto. En realidad, el Protocolo de Kyoto no exige la reducción de sus emisiones, sino que se estabilice en los niveles de 1990. Y desde esa fecha, la crisis ha mermado su capacidad industrial. Al disponer de un amplio margen, podrá vender derechos de emisión a otras naciones.

Es previsible que Kyoto no condicione en exceso la evolución industrial de Rusia. De ser así, el porcentaje alcanzará el límite fijado del 17% en pocos años, por lo que la venta de cuotas de emisión no se prolongaría por mucho tiempo.

Algunas organizaciones ecologistas se han mostrado en desacuerdo sobre este aspecto porque traiciona los esfuerzos de reducir la cantidad de CO2 en la atmósfera. Este punto se introdujo para paliar los efectos económicos a corto y medio plazo sobre las economías. Un país cumpliría los criterios medioambientales sin necesidad de reducir sus emisiones de CO2 y otros gases, nada más que con comprar sus derechos. Lo cual es aberrante.

Hay otro mecanismo de flexibilidad que también ha suscitado protestas: el llamado de desarrollo limpio. La transferencia de tecnología menos contaminante desde los países ricos a los países empobrecidos permite que aquellos se apropien de la disminución de las emisiones. Hace falta una fuerte regulación que garantice que los proyectos se adapten a la realidad del país de destino y no sean una argucia para evadir los compromisos.

Otras críticas se han dirigido hacia el riesgo en que se pone el sistema
económico por un calentamiento dudoso, en todo caso insignificante, y que, de mitigarse, lo haría en pocas décimas de grado porque no todos los países están dispuestos a cumplirlo. Según el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), los gases de efecto invernadero son muy persistentes en la atmósfera. Varios siglos después de que se produjeran emisiones de CO2, permanecería una cuarta parte de la concentración de este gas añadida a la atmósfera. ¿Y si se deja pasar el tiempo para comprobar con mayor certeza si los fenómenos observados se deben al calentamiento del ser humano o a un capricho climático?
No es una inversión a fondo perdido. La quema de combustibles fósiles tendrá una posición dominante en la concentración de CO2 en la atmósfera durante el presente siglo, y en la actualidad se invierten grandes sumas de dinero en la extracción de petróleo. Los proyectos basados en energías renovables reducirán la dependencia del exterior, con el beneficio económico que conlleva.

Se trata de un paso importante hacia un medio ambiente sostenible. El aumento de la temperatura superficial media en poco más de un grado desde 1860, sobre todo en el último medio siglo, produce que los glaciares retrocedan, los lagos se deshielen con anticipación y las grandes plataformas de hielo de los polos se fragmenten. Y es responsable de incrementar las dificultades de supervivencia de especies de animales y plantas. A consecuencia del calentamiento, se hunde agua salada en el Atlántico Norte procedente del deshielo, y las corrientes oceánicas cálidas, que suavizan las temperaturas, se desplazan hacia el sur, por lo que los inviernos europeos serás más fríos. También el futuro es poco esperanzador para los corales, que a partir de los 29ºC pierden los organismos esenciales para sus tejidos.

Que el Tratado se modele poco a poco requería primero su ratificación. Nace mermado por la ausencia de Estados Unidos, responsable del 36% de las emisiones de gases con efecto invernadero. Pero si aplicamos la norma de prevención, el ascenso de temperatura registrado y sus efectos son una chispa suficiente para emprender la marcha. Una vez más, la auténtica talla política de unos estadistas se mide por la capacidad de afrontar con inteligencia los grandes problemas con audaces resoluciones, porque afectan a la humanidad y a nuestros propios descendientes.

Jorge Planelló Carro
Periodista
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