Opinión Internacional

No te metas en Honduras

He leído dos interesantes artículo de Fernando Mires sobre el caso de Honduras: (%=Link(«http://analitica.com/va/internacionales/opinion/5530277.asp»,»Honduras y Venezuela «)%) y (%=Link(«http://analitica.com/va/internacionales/opinion/6321607.asp»,»Honduras: el Demonio en contra del Diablo «)%) que me han motivado a escribir este breve comentario. Concuerdo con el apreciado filósofo de Oldenburg en que lo ocurrido en Honduras es algo que la comunidad internacional aún no ha podido digerir –Obama incluído- y mucho menos los organismos regionales como la OEA. Para complicar el asunto, la opinión está dividida, de manera que cualquier luz sobre este caso estoy seguro que será bienvenida. Quisiera hacer un aporte colateral desde el punto de vista académico para contribuir al debate del tema, que es sobremanera apasionante.

1.- El nombre que Fernando le otorga a este extraño y novedoso modelo de salida de un Presidente es “golpe post-moderno.” Es una nomenclatura que transmite bastante bien la perplejidad que genera lo ocurrido hace dos domingos en Tegucigalpa. Como hijo del pragmatismo que soy, quisiera pedirle permiso al lector y a Fernando para redescribir su ágil término y ponerlo en otras palabras que –espero- significan lo mismo: golpe post-moderno = cómo salir de un mal Presidente (cómo salir de una crisis) de manera no sangrienta cuando no existe la previsión constitucional del impeachment.

Sobre este enfoque versa lo que sigue.

2.- Si el lector admite nuestra redescripción, nuestra paráfrasis, entonces creo que sí hay precedentes recientes en América Latina de estos “golpes desde el Estado” o golpes post-modernos como los llama Mires. Piensen en Collor de Mehlo, en Carlos Andrés Pérez, en Bucaram, piensen en la crisis presidencial en Argentina con De La Rúa, en los tres presidentes que rápidamente salieron del poder en Bolivia. Durante diez años consecutivos, hubo al menos una salida presidencial de este tipo en América Latina. A veces, sólo las instituciones civiles aparecían como las responsables del impeachment, otras veces, los militares aparecían junto con las demás instituciones que decían; “Señor Presidente, en nombre de la Constitución, de las instituciones democráticas y por amor a la paz, haga sus maletas y váyase.” Sólo que no todos los presidentes son demócratas de convicción profunda como Pérez, quien de ninguna manera puso en riesgo la paz del país, quien no tenía vocación de ensangrentar las calles de Caracas para mantenerse en el poder, pues ya bastante sangre había visto en los dos golpes de Estado que tuvo que sofocar en ese su segundo gobierno, de parte de quien hoy quiere invadir Honduras para remediar aquel “golpe de Estado.”

3.- Subyace aquí un tema clásico del estudio de las democracias en América Latina: el problema del sistema presidencialista que copiamos de USA durante el nacimiento de nuestras naciones, pero que nunca ha funcionado entre nosotros, porque el ejecutivo siempre se ha hecho demasiado fuerte, ha apabullado a los otros poderes, y no hemos podido edificar los mecanismos de check and balances que sí previó el constituyente norteamericano y que sí funcionan en USA.

Algunos sugieren que si tuviéramos un sistema parlamentario, cada vez que haya una crisis pues sale el jefe de gobierno, se convoca a elecciones y se forma un nuevo gobierno, como se hace en Italia, Israel o Inglaterra. Pero esa es materia de discusión para las futuras estructuras constitucionales de nuestras fallidas instituciones políticas. Juan Linz es uno de los autores que mejor ha estudiado este problema.

4.- Volvamos al tema: el golpe seco, no sangriento, el golpe post-moderno, desde las instituciones, no es otra cosa que una prótesis política allí donde no existen mecanismos claros de impeachment, es decir, donde no hay previsiones constitucionales para salir de un mal Presidente en caso de grave crisis nacional. Entiendo que la constitución de Honduras es bastante conservadora, y que tal mecanismo no está previsto en aras de “la estabilidad”, pero, paradójicamente, la búsqueda de la estabilidad hace los lapsos presidenciales demasiado rígidos, de hierro, y en caso de crisis habría que esperar hasta que termine el mandato, y ello puede ser muy peligroso si el Presidente tiene todo un plan montado para perpetuarse en el poder. Las instituciones lo advierten y reacciones, con mecanismos que no estaban previstos en la Constitución, militares de por medio, y ocurre lo que vimos en Honduras.

La cultura democrática hondureña es corta y endeble, y la oposición a Zelaya reaccionó por instinto, creando de facto desde las instituciones un mecanismo que no existe en su constitución, ni en muchas otras de América Latina. Ha funcionado pacíficamente en Bolivia, Argentina, Ecuador, Brasil, Venezuela, pero debido a que los presidentes sacados no tenían la voluntad de bañar de sangre sus países para aferrarse al poder, cosa que ahora sí se ha puesto de moda empleando para ello la excusa marxista de “la revolución” y en nombre de “el pueblo.”

5.- Por último, algunas referencias para los amigos lectores. Recuerdo que durante la desquiciada “huelga” petrolera venezolana, encerrado como estaba en mi casa y mi urbanización, repasé a Linz (El quiebre de las Democracias) y los cuatro volúmenes de O’Donnell, Schmitter y Whitehead “Transiciones desde un gobierno autoritario”. Yo diría que allí hay todo un marco teórico sobre el problema de las transiciones desde regímenes no democráticos: en el caso de Honduras, se trata de una transición desde un régimen con voluntad de volverse autoritario siguiendo el truquito aplicado en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Fue una transición “vacuna” contra el sarampión izquierdista-guerrillero redivivo en nuestro continente.

Ángel Álvarez –del Instituto de Estudios Políticos de la UCV- me recordó que Aníbal Pérez-Liñán, egresado del Instituto Kellog de Notre-Dame, alumno de Guillermo O’Donnerll y Scott Mainwaring, ha estudiado diversos casos de impeachment en América Latina. Ángel señala que Pérez-Liñán nos puede ilustrar sobre este tema. Su tesis doctoral, convertida en libro, está editada en inglés: Aníbal Pérez-Liñán: Presidential Impeachment and the New Political Instability in Latin America, Cambridge University Press, Cambridge, New York, 264 páginas.

Una recensión minima y útil de Santiago López Cariboni se encuentra en:
(%=Link(«http://www.fcs.edu.uy/icp/downloads/revista/RUCP16/RevistaICP16-12.pdf»,»fcs.edu.uy»)%).

6.- Umberto Eco (Cinco Escritos Morales) escribió que los jueces de Nuremberg no tenían precedentes, jurisprudencia, para juzagar a los nazis por los delitos que hoy se conocen como de lesa humanidad, pero que debido a lo monstruoso de la aniquilación industrial de seres humanos que, burocráticamente, fríamente, ejecutó el nazismo, pues había que sentar un precedente, porque la Humanidad no podía pasar aquello por alto. Hoy en dia contamos con tribunales internacionales, con leyes contra el genocidio, todo un corpus que permite que asesinos como Milosevic sean juzgados en vida.

Con todas las diferencias proporcionales del caso, Honduras ha tenido que inventar algo que no existía en su constitución, y era previsible que le saliera mal: era previsible que la aislaran, que los taimados políticos del eje “revolucionario” latinoamericano se frotaran las manos, pues les dieron una oportunidad de oro para contratacar a la oposición de Honduras, para acusar a Obama de ser el responsable final por ser el jefe del imperio, para revivir al títere muerto de Insulza, y para darle más posibilidades a Zelaya, si finalmente retorna a Tegucigalpa, de perpetuarse en el poder. Creo que a nadie le molesta en el fondo la idea de que Zelaya regrese a Honduras y termine su mandato: lo que preocupa es que su irresponsabilidad y su ansia de poder pueden arrastrar a ese pequeño país hacia una guerra civil, sólo para que el señor se mantenga unos años más en la casa presidencial. Dada la ambición desmedida y la irresponsabilidad demostrada: ¿quién garantiza que no se va a montar en su regreso para armar un nuevo satélite de Caracas? Suponiendo que hubiera una negociación, ésta podría ser: “Bien, señor Zelaya, usted puede terminar su mandato, pero olvídese de andar convocando referendos no previstos en la Constitución. En Hondras, de acuerdo a la Constitución, los Presidente tienen un solo período, y luego se van” Y Zelaya puede decir: “Sí, me comprometo.” Pero si no le ha importando que maten a los jóvenes que valientemente lo defienden manifestando en su país, sólo para permanecer unos pocos meses más en el poder (caso benigno) o para montar el tingaldo de otra neodictadura de izquierda en América Latina (caso maligno): ¿Qué garnatías hay de que una vez retornado al poder no va a emprender aun con más ímpetu, relegitimado por su regreso triunfal, una aplanadora para liquidar las instituciones y erigirse como un autócrata?
Los demócratas responden como el Capitán General Don Vicente Emparan el 19 de Abril de 1810 en Caracas: “Si ustedes no quieren que yo los gobierne, pues yo tampoco quiero el mando.” Los demócratas hacen como Pérez: le faltaban pocos meses para concluir su mandato, per prefirió irse antes que detonar una matanza.

Las constituciones no deben hacerse pensando que todos los presidentes van a resultar demócratas como Emparan o Carlos Andrés Pérez. Las constituciones no deberían confeccionarse en base a la bondad humana, a una antropología optimista de tipo roussoniana, sino al revés, como recomienda Madison en el paper 10 de El Federalista; si fuéramos ángeles no necesitaríamos gobiernos, así que debemos proveernos de instituciones que prevengan la humana tentación de acumular poder y perpetuarse en él. El impeachment o sanción al Presidente que implica su destitución es uno de esos mecanismos: existe en USA, fue empleado contra Nixon por espiar al partido de la oposición y casi se lo aplican a Clinton… tan sólo por mentirle al pueblo. Entre nosotros no existe claramente porque los Presidentes siempre han tenido mucha influencia en la redacción de nuestras constituciones (y los constituyentes siempre han tenido vocación de futuros presidentes) y ni bobos que fueran para prever un mecanismo distinto al electoral que ponga en manos de los otros poderes sus posibles salidas. A lo más que llegan es a los referendos revocatorios, a que el puenlo en elecciones los saque: y las barreras para implementar ese mecanismo son enormes, y las trampas posibles para birlar un resultado adverso pueden ser infinitas.

7.- Los argumentos éticos y políticos sobre la bondad o maldad de los goles han sido muy bien expuestos por Mires en sus dos artículos. Yo finalizo este diciendo que tenemos aquí un dilema entre la legalidad –el golpe es ilegal- y el imperativo político de salvaguardar nuestras endebles democracias (la preocupación de las instituciones hondureñas es correcta y legítima.)
En consecuencia, luego que este affaire se enfríe (si es que se enfría), supongo que los hondureños van a tener que discutir cómo establecer mecanismos para salir de cualquier mal presidente que amenace seriamente la democracia y la paz de la nación. Es una búsqueda en la que andan muchos países de América Latina, una constante reingeniería de la democracia en un mundo cambiante, en zozobra, que no responde ya a los viejos paradigmas de la política.

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