Opinión Internacional

Nos hace mucha falta la generación desaparecida

Pocos días fueron tan dramáticos para toda una Nación como el 24 de marzo de 1976 lo fue para la Argentina. Los militares con el general Jorge Rafael Videla a la cabeza, siguiendo el ejemplo de Pinochet y sus pares chilenos -que se habían entronado en el poder al otro lado de los Andes en setiembre de 1973- ejecutaron su propio golpe de Estado.

Los casi siete años de dictadura, los más sangrientos de la historia de América del Sur, dejaron un saldo irreparable: 30 mil «detenidos desaparecidos»; cerca de 15 mil prisioneros políticos; decenas de miles de desterrados; millones de » exiliados internos»… Y provocaron toda una fractura político-económico y social que un cuarto de siglo después, en la Argentina actual, sigue tan vigente como entonces.

La comparación entre golpe militar, de ayer, y democracia formal, de hoy; el estrecho hilo rojo entre doctrina de seguridad nacional y modelo neoliberal; el vacío que dejó la «generación desaparecida», son algunos de los temas claves de este diálogo con el padre Miguel Ramondetti.

Ex-fundador del «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo» (a fines de los sesenta), cura obrero y ferviente promotor en la Argentina de hoy de la lucha contra la globalización neoliberal, Ramondetti es para la sociedad conosureña un verdadero referente ético y analítico. Pasados ya sus 75 años, impulsa un trabajo barrial en la periferia de Buenos Aires; promueve un grupo de consenso denominado» Convergencia»; es miembro de ATTAC-Argentina y uno de los promotores-multiplicadores del Foro Social Mundial de Porto Alegre en su país de origen.

El olvido no permite cicatrizar

A 25 años del golpe más sangriento de la historia contemporánea latinoamericana, ¿cuáles son, a su entender, las principales lecciones de esa experiencia traumática?, ¿El movimiento popular puede obtener lecciones positivas desde la sangre, desde la negación de la vida, incluso desde la derrota?

Pienso que se trata de un capítulo inconcluso de nuestra historia reciente, por varios motivos. En primer lugar, la herida abierta no cerrará del todo mientras en Argentina se siga hablando de «desaparecidos» y lamentando su desaparición, sin conocer ni siquiera el paradero de sus tumbas. Nada cicatrizará, como algunos pretenden, a partir del olvido.

Por otra parte, el golpe militar del 76 no tuvo otra finalidad que la de implantar un modelo socio-político que lleva en su esencia la exclusión de un alto porcentaje de seres humanos.

Los protagonistas principales y últimos de ese golpe de Estado, al igual de lo que sucedió en otros países del continente y del Sur, no estaban en Argentina mismo. Los siniestros personajes, encabezados por el general Jorge Videla que aparecen ese día en la escena nacional no son más que marionetas movidas por hilos que terminan en otras manos, mucho más arriba del escenario, mucho más al norte de nuestra geografía nacional. Esos hilos y esas manos siguen moviendo hoy a otras marionetas que habitan también nuestro territorio.

El efecto pretendido por ese golpe sangriento fue el de posibilitar la situación, cada día más insostenible, que soporta hoy la mayoría de nuestro pueblo y los demás pueblos del planeta. Para imponer el modelo de exclusión neoliberal les fue imprescindible al poder dominante abrir esa profunda herida, imposible de cerrar mientras perduren los efectos que ella produjo.

Además, no existe la posibilidad de resarcir a las víctimas por desapariciones, encarcelamiento y exilio que produjo la dictadura inaugurada ese 24 de marzo. Por lo tanto, nuestra comunidad nacional jamás volverá a ser lo que fue. Por eso, tenemos que pensar el futuro sobre nuevas bases de convivencia humana.

Por eso pienso que no sólo es posible sino indispensable «aprender desde la sangre, desde la negación de la vida, desde la derrota». Es decir, desde lo que fue y no debe volver a ser. La gran lección es el «nunca más», adoptado como emblema por los que comenzaron a hablar , cuando se pudo volver a hablar. Indispensable si queremos restaurar la racionalidad de nuestra historia nacional.

Terror ayer, frustración hoy…

Acabo de visitar Argentina y encontré una enorme cantidad de señales de desesperanza… ¿Se podría pensar que lo que ejecutó la dictadura a partir de 1976 ha sido científicamente continuado por una democracia formal que excluye a amplios sectores de la población argentina?, ¿Es hoy la democracia neoliberal una hija dilecta de la doctrina de la seguridad del estado?

Las señales de desesperanza existen y son perfectamente comprensibles si no olvidamos lo sucedido. Lo que la dictadura militar comenzó sobre la base del terror institucionalizado fue continuado, en efecto, por otros medios, por los llamados gobiernos democráticos que la sucedieron. El lugar del terror que instauró el llamado «Proceso» fue ocupado por una frustración ininterrumpida y progresiva que sigue teniendo como principales protagonistas a nuestros actuales políticos en todas las instancias del gobierno.

Las frustraciones de hoy, como el terror de ayer, se introducen en la conciencia colectiva para producir el mismo efecto: la desesperanza que esteriliza, aliena y termina -si no sucede algo que cambie a fondo rumbo- en la transformación de un pueblo en un simple rebaño.

Si hablamos de signos de desesperanza, no es justo obviar las señales de esperanza y utopía… ¿Existen? ¿Dónde?, ¿Cuáles?, ¿Por qué?, ¿Tras quién?

Creo que las señales de esperanza y utopía siempre existen. Son la garantía y la prueba de que la historia no ha perdido su innato dinamismo. Sólo que debemos encontrarlas. Para ello es necesario saber buscarlas. Primero en nosotros mismos, como una especie de imperativo imprescindible para dar racionalidad a nuestra propia existencia. Cuando dejan de existir, se desvanece el futuro, sin el cual el presente pierde todo su sustento.

Luego, en «lo otro». En todo lo que nos rodea. Si los sabemos descubrir, aparecerán mil signos que evidenciarán, como proclamamos en Porto Alegre hace unos días (ndr: Foro Social Mundial) , que » Otro Mundo es Posible». El fenómeno de Porto Alegre pudo manifestarse porque antes existieron muchos que supieron descubrir, en sí mismos, esos signos de esperanza, de utopía imprescindible.

Esos signos tendrán vida mientras existan hombre y mujeres capaces de movilizarse, romper su propio quietismo, atravesar la puerta de su propia individualidad y encontrarse, afuera, en la calle, con el otro, con los otros sufrientes de los mismo dolores, víctimas de los mismos atropellos, perjudicados por las mismas injusticias. A partir de allí, aprender a marchar juntos será fácil, y la consigna principal es marchar. Porque el camino es la movilización social. En Argentina, también lo estamos aprendiendo. Los llamados «piqueteros» (grupos de vecinos movilizados para cortar rutas en protesta por su situación social dramática) capaces de paralizar una ciudad en pocos minutos, quizá sean un buen comienzo.

Confiamos en que el aporte colectivo continúe haciendo el resto… Y no son el único signo.

Reemplazar la «Generación desaparecida»

Cuando se analiza la actual falta de liderazgo real en un país como Argentina la pregunta nace de inmediato: ¿Ha sido irreemplazable «la generación desaparecida» (muertos, presos, exiliados, desaparecidos) en la historia cercana de ese país sudamericano?

El mal que nos hicieron es enorme. La «generación desaparecida» es un hueco muy sensible, difícil de llenar. Por suerte, creo que nadie es definitivamente irreemplazable. Los muertos y desaparecidos podrán ser reemplazados por los exiliados y presos sobrevivientes, fortalecidos luego de una necesaria convalecencia, por la experiencia, la pasión, y el testimonio viviente de los que ya no están, pero que siguen gritando con nosotros.

Reemplazados, sobre todo, además, por las nuevas generaciones que comienzan a manifestar que sigue vigente una de las leyes más importantes de la naturaleza: toda acción produce una reacción… Las nuevas generaciones están comenzando a salir del sopor y la inercia producidas por el terror de auténticos dictadores y la frustración de falsos demócrata. Y protagonizar, así, nuevos sueños y asumir dinamismos renovadores, capaces de operar un verdadero cambio social en favor de los excluidos.

Reconstruir la memoria colectiva

En enero pasado, las «Abuelas de Plaza de Mayo» encontraron un nuevo hijo de desaparecidos y lo restituyeron a su familia biológica. Es el caso número 70 desde que comenzaron a trabajar ,ya hace varios lustros, con ese objetivo principal. Quedan todavía varios centenares de casos semejantes por esclarecer. Los » bebés robados» a sus padres, militantes opositores asesinados salvajemente luego de largos cautiverios, constituyeron el más dramático botín de esa guerra sucia de los años setenta.

La lucha sin par de las «Madres de Plaza de Mayo», desde la época misma de la dictadura, por encontrar a sus parientes desaparecidos, constituye en la historia argentina el ejercicio más auténtico y combativo por esclarecer la historia oculta. Las Madres y las Abuelas aseguraron el espacio más digno y claro contra la impunidad. Cuando la mayoría quería olvidar, ellas exigieron memoria. Idéntica reivindicación que defienden, también, en la actualidad, los » HIJOS » de desaparecidos, organizados activamente en grupos dinámicos que en todo el país se movilizan por recuperar su identidad y llegar a la verdad. El «escrache», es el método popular de
denuncia callejera y ciudadana que utilizan los «HIJOS», convertidos hoy en jóvenes de entre 25 y 30 años. Tales como pintadas en los frentes de las casas de los antiguos torturadores indultados de culpa y cargo, o las campañas de cartas, denuncia, presión o mensajes virtuales contra los asesinos de sus padres.

La lucha por reconstruir la «memoria colectiva», comprendida como un ejercicio activo contra la impunidad del Estado y el olvido, es hoy un ejercicio esencial y en aumento de amplios sectores de la ciudadanía argentina. Un grupo de cerca de más de ochenta ex-presos políticos de la antigua prisión militar de Coronda (en el norte de la provincia de Santa Fe), preparan lo que será el primer libro colectivo de esta naturaleza realizado en el continente.

Coronda fue el prototipo del régimen oficial carcelario de terror. La destrucción psicológica del detenido aparecía entonces como pre-condición del quiebre político-ideológico de los presos allí detenidos. 23 horas sobre 24 encerrados en una celda de 2 x 3 metros, sin lectura, sin trabajo, sin comunicación con otros presos. Sin el permiso para hacer ejercicio físico alguno. Con el peso de castigos corporales y vejaciones permanentes. En un régimen de semi-aislamiento a partir de 1977 (una visita de 30 minutos cada 45 días con lo familiares, separados por vidrios y comunicados por un tubo) que había sido de aislamiento total durante los doce meses posteriores al golpe de Estado).

«Los Muros de la Infamia» como Claudio Ferrari, ex-preso político de esa prisión definiera a Coronda, encerró, sin embargo, una feroz resistencia silenciosa y activa, cotidiana y militante, unitaria sin distinción de organización política de pertenencia- contra el terror cotidiano. Represión y resistencia; muerte y vida; aparecen así como ejes de ese significativo libro colectivo a punto de aparecer en Argentina. País, continente, donde la lucha contra el olvido no es sólo definición teórica sino acto cotidiano de vida de miles y miles de las víctimas del terror militar.

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