Opinión Internacional

Pequeño ejercicio

La televisión satelital e internet han servido para hacerle el siguimiento
inmediato de los acontecimientos del 11 de los corrientes en Nueva York y en
Washington, así como las prolijas interpretaciones, incluso especializadas,
sobre la materia. Escasamente novedosa será la perspectiva que seguidamente
ensayaré, pero – probablemente tan elemental- pasa, por lo
general, desapercibida.

Recuerdo que, por 1995, leí en «War and anti-War: Survival at the Dawn
of the 21ª Century» de los Toffler (Alvin y Heidi, Warner Books, N.Y.,
1995), la posibilidad de afectar violentamente el nervio financiero mundial
y una joven alumna, en los cursos ordinarios de derecho penal, relacionó
ésta y otras circunstancias homicidas con las consecuentes tipologías de
fraude financiero poniendo en duda las teorías dominantes sobre la
imputabilidad. Pero me preocupa más el enfoque realizado acá, en Venezuela.

Y es relativamente sencillo el esfuerzo de comprender políticamente la
tragedia, con preocupantes y adecuados equivalentes.

Digamos que hay diferencias muy profundas entre las posturas políticas de
los países. Ellas se forman, internamente, según el régimen político que se
trate. Y se expresan con vehemencia en el ámbito internacional.

En las naciones democráticas hay, obviamente, una libre elección de los
gobernantes y de la agenda oficial, como una activa opinión pública
facilitada por el reconocido derecho de los fablistanes a investigar y
denunciar. Puede que haya un fortísimo condicionamiento a la hora de
seleccionar, añadida la hábil maniobra de los «lobistas», pero
lo cierto es que hay una discusión abierta que puede tocar principios
fundamentales y un tema crucial derivar en otro no menos crucial (del
aislacionismo podemos saltar al problema de las minorías, por ejemplo).

Otra cosa ocurre en los países donde no hay comicios libérrimos ni opinión
pública, reivindicado un fundamentalismo, esencialmente religioso, que no
admite el más mínimo filón heterodoxo. Y cuando de territorialidad se habla,
unos esgrimen sus derechos destacando por sus destrezas diplomáticas, aunque
de vez en cuando promueven guerras, y otros sencillamente emplean la
violencia como doctrina.

Ahora bien, si hay esas diferencias sólo cabe una coexistencia capaz de
mitigar las salidas violentas. Ya la nota de distinción no cabe sobre los
fundamentos sino que, reflejándolos, guardan correspondencia con los
procedimientos. El acto terrorista afecta a la población civil e inocente de
los cuatro aviones y del Centro Financiero Internacional, incluyendo el
derrumbre del hotel Married. Y del otro lado del mundo, niños que no van a
la escuela y son utilizados como mano de obra en la industria bélica
(adquisición de equipos y armas, adiestramiento, etc.), lo celebran. No
disponen éstos de otro horizonte, pues, adicionalmente, la versión clásica
de la creencia musulmana enfatiza que matar a infieles asegura el particular
paraíso. Por supuesto, esto es otro tema como el de lograr la
«modernización» de una creencia ,según lo intentan autores como
Emilio Menéndez del Valle y su «Islam y democracia en el mundo que
viene» (La Catarata, Madrid 1997).

Se hace más comprensible el esfuerzo de Estados Unidos frente a aquellos
países que auspician el terrorismo o protegen a sus agentes. Y ojo: sujeto a
discusión, yendo a operaciones preventivas y a respuestas que -más de
las veces- no lucen eficaces, bombardeando un laboratorio farmacológico en
vez de un objetivo militar. Pongamos que hay otros intereses y todo lo
demás, pero no quisiéramos ni pensar si algo semejante ocurriera en este tan
humilde punto del planeta.

No me simpatizan las corrientes ortodoxas de Israel. Sin embargo, valoramos
que la defensa hecha del país no vulnera los derechos esenciales de sus
habitantes. Me simpatiza el reclamo palestino, pero temo mucho por un
fundamentalismo tan férreo y, lógicamente, fanático que destruye a su propio
pueblo.

Veamos otro aspecto. El de la interpretación. Y sorprende que la haya en
abundancia con un sólido piso académico. Partimos del hecho novelístico y
filmográfico y todos recordarán, por citar un ejemplo, «El quinto
jinete» de Dominique Lapierre, hasta las más elaboradas tesis que bien
sintetizó Carlos Raúl Hernández en uno de los aislados comentarios sobrios
que promovió la televisión local: en la guerra fría, cada bloque amarraba a
sus locos y, hoy, los locos andan sueltos. ¿Cómo hacer?.

El ministro Diosdado Cabello soltó una observación final en la rueda de
prensa del citado día: llamó la atención de los comentarios irresponsables
que los supuestos expertos emitían. No sé concretamente a qué o quién se
refirió, pero tenemos de anteojito el empeño de Chávez de vincularse con
países dictatoriales y sospechosamente terroristas. Al fin, el gobierno
tiene derecho a opinar tanto como los demás.

Pero es válido un pequeño ejercicio. No digamos que vengan y tumben las
torres del Centro Simón Bolívar y Parque Central, ¿cómo reaccionaríamos?,
pero sí que maten a soldados como en Cararabo, secuestren a diestra y
siniestra, cobren vacunas, se escondan en el país, etc. De modo que la cosa
ya no luce sencilla frente a un terrorismo particular. Un pequeño ejercicio,
pues.

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