Opinión Internacional

¿Qué hay detrás del acuerdo con Irán?

Sigue siendo un misterio el motivo por el cual la presidente Cristina Kirchner modificó radicalmente su  posicionamiento frente al tema de los atentados contra la AMIA y la embajada de Israel y su actitud frente a Irán, un  estado sospechado de amparar y alentar actos terroristas, varios de cuyos altos funcionarios (ministros, inclusive) han sido señalados por la Justicia argentina y reclamada su detención a Interpol.

Las conjeturas que adjudican ese giro  a un interés de carácter comercial (el intercambio con Teherán es altamente superavitario) parecen el fruto candoroso de un economicismo simplificador y no responden a la incógnita principal: ¿por qué un gobierno que siempre ha trabajado la política exterior como un instrumento de corto plazo de su política doméstica (procurando extraer dividendos rápidos en términos electorales o de opinión pública)  se internó en el camino actual, que parece quitarle mucho y no agregarle nada?

 

La verdad desmentida

 

Dos años atrás, cuando ya habían comenzado secretamente las conversaciones con Irán (reveladas en marzo de 2011 por el periodista José Eliaschev) la señora de Kirchner, como en años anteriores, planteaba todavía (lo hizo, por caso, ante la Asamblea General de Naciones Unidas) que los ciudadanos de Irán acusados de los atentados terroristas contra la Embajada de Israel en Buenos Aires y la AMIA, en 1992 y 1994.debían someterse a la justicia argentina.

Pero, secretamente, su gobierno ya marchaba en otra dirección. El estado iraní acaba de declarar que las negociaciones, coronadas en el memorándum que suscribieron los cancilleres de ambos gobiernos,  se iniciaron en 2011, confirmando así  la información que Eliaschev publicó a principios de ese año y que fue agresivamente desmentida por el oficialismo argentino, con el ministro Héctor Timerman a la cabeza.

Eliaschev había escrito en el diario Perfil que el  “gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner estaría dispuesto a suspender de hecho la investigación de los dos ataques terroristas que sufrió este país en 1992 y 1994, en los que fueron destruidas las sedes de la embajada de Israel y de la AMIA en Buenos Aires, según revela un documento hasta ahora secreto, recientemente entregado por el ministro de Relaciones Exteriores de la República Islámica de Irán, Alí Akbar Salehi, al presidente Majmud Ajmadineyad”. Decía Eliaschev que las negociaciones habían sido mediadas por el gobierno sirio. Y que “según las conclusiones de la inteligencia iraní, que hace suyas la cancillería de Teherán, el gobierno argentino habría renunciado a llevar ante la justicia al actual ministro de Defensa,Ahmad Vahidi, y otros funcionarios iraníes sospechados de complicidad en esos episodios terroristas.”

La cancillería iraní –agregaba el periodista argentino- “considera que si esos temas son dejados de lado, ambos países pueden encarar una nueva etapa que permita superar dos décadas de frialdad total, lo que permitiría a Irán recuperar terreno en el desarrollo de unos vínculos que se han venido de todos modos fortaleciendo en los últimos años”.

Los hechos son elocuentes. Irán siempre tuvo claro su objetivo: liberar a sus funcionarios de las pesadas acusaciones de la investigación judicial argentina que corroboran las reticencias de otros actores  del escenario mundial por el atrevido comportamiento iraní. Argentina modificó sus fines y lo hizo en secreto y desafiando su relato público.

 

La parábola de Timerman

 

Es cierto que el canciller Héctor Timerman ha sido un personaje central en este intrigante desarrollo, pero no parece justo cargar todo sobre sus espaldas cuando es obvio que cumple disciplinadamente órdenes superiores.

Cuando fue convocado a desempeñarse en la Cancillería, su misión era diametralmente distinta. El kirchnerismo lo veía como un puente con la colectividad judía argentina y, en buena medida, con la influyente colectividad neoyorquina. Su acceso a  Relaciones Exteriores lo hizo, pues, como cónsul en Nueva York, un cargo al que accedió después de que una serie de operaciones de la “prensa amiga” presionaran para liberar la plaza  desplazando a su antecesor, un diplomático de extensa carrera.

Dos años atrás, su obediencia y su impericia lo introdujeron en una senda que lo llevaría a las antípodas: en estos días Timerman se muestra como la punta de lanza de una ofensiva de hostigamiento contra las organizaciones de la colectividad judía.

Primero quiso conseguir apoyo de las instituciones para el acuerdo firmado con Irán e  hizo lo posible por engatusar a la dirigencia comunitaria judía. Algunos llegaron inclusive  a pensar que lo había conseguido, pero la mentira tiene patas cortas: desde Teherán,  los propios cosignatarios del acuerdo con el gobierno K se encargaron de  deconstruir  la narrativa fantasiosa  con la que el canciller intentó ganar el respaldo de la DAIA, la AMIA  y los familiares de víctimas del  atentado: no habrá –refirmaron el gobierno de la Rep´blica Islámica y su prensa adicta-  indagatoria de la Justicia argentina a los funcionarios iraníes imputados,  ni habrá chance de detener sospechados. Bien mirado, el texto suscripto por  Timerman y elevado al Congreso por la señora de Kirchner  supone una prórroga de la jurisdicción argentina. 

Las instituciones judías revisaron las dudas suscitadas por las insostenibles promesas del Canciller y dejaron claro su repudio al acuerdo. Más aún: solicitaron a los congresistas que no lo aprueben. Timerman los acusó: “”Piden cualquier cosa para que no haya un juicio, es muy llamativo esta desesperación por frenar a la justicia”. En el actual relato de Timerman, el acuerdo con Irán es sinónimo de justicia.

 

La nueva obediencia debida

 

“Hay una  intención malvada  en destinar a un canciller judío  a cumplir esta tarea, que es atentar contra la Argentina y contra la comunidad judía de Argentina,  favoreciendo designios de  un estado que niega el Holocausto”, reflexionó el rabino Sergio Bergman.

Desde el campo de los familiares de víctimas del atentado, se alzó la voz de la reconocida Laura Ginsberg, presidente de APEMA. Ella consideró que el paso del  Canciller por el Senado y la aprobación en Comisión del acuerdo con la República Islámica “fue miserable. Una esperaría que el Congreso fuera un ámbito de reflexión;  Timerman imprimió -como también los senadores del oficialismo- las características de un ambiente pobre, chicanero y vulgar” Ginsber subrayó que  “de los 19 años que tenemos de impunidad, el matrimonio Kirchner se lleva más de la mitad” y  acusó que “lo único que el Gobierno quiere es sancionar lo antes posible esta ley, que significa un punto final para el tema de la AMIA. Esto significa que el Gobierno termina definitivamente con un tema que no sabe cómo sacárselo de encima”.

La señora Ginsberg sabe adónde apunta: a  la incoherencia del llamado “relato” del gobierno. Si bien se mira, el viraje del gobierno en relación con los atentados contra la AMIA y la embajada israelí es un golpe más a ese relato sobre el que el oficialismo erigió su hegemonía.

 

Un relato perforado y otro en construcción

 

Esa narrativa ya había sido erosionada por la mentira sistemática y prolongada de las estadísticas oficiales, que contaminó la credibilidad gubernamental; y fue dura y decisivamente vapuleada por el uso corrupto de la bandera de derechos humanos: los negocios sucios  desarrollados a la sombra de la Fundación Madres de Plaza de Mayo con dineros públicos que debían ser destinados a viviendas populares. A esas manchas se les sumaron otras (la corrupción con los subsidios al transporte, combinadas con catástrofes como la de la estación Once, de la que pronto se cumplirá un año; el affaire Boudou-Ciccone-Vandenbroelle, etc.).

El gobierno ingresa al año electoral con problemas estructurales (alta inflación, desorden cambiario, inversión en declive), con pulsiones centrífugas en la coalición oficialista, conflictos con la mayoría de las corrientes del movimiento obrero, con renovados tironeos con el campo, que promete medidas de fuerza para abril. Por encima de todos esos choques de la realidad,  el “relato” oficialista se muestra cada vez más incoherente e inconsistente.

La terca conducta de sacar adelante el acuerdo con Irán sólo con la legalidad de una mayoría adicta pero renunciando a la legitimidad de un consenso más amplio y hasta a la consulta abierta con familiares y entidades involucradas es difícil de explicar sin pensar una jugada más ambiciosa. O, si se quiere, más aventurada: la búsqueda de otra plataforma y de otras reglas de juego. La fantasía de un posicionamiento internacional más alejado de las tendencias centrales del mundo (que profundizaría el aislamiento internacional que el gobierno ha conseguido por puro comportamiento)

 

En estas páginas se señaló oportunamente que  en el entorno cristinista  creció la idea de que la Señora podría encarar los desafíos electorales de este año presentándose como el nuevo  rostro  del bloque bolivariano, habida cuenta del obligado repliegue de Hugo Chávez por acción de su  ominosa enfermedad.  Esta idea es calurosamente alentada desde La Habana por sectores del castrismo, que temen que, ante la baja de Chávez, crezca el rol monitor de Brasil en el continente.  Al Brasil de Dilma Roussef  los bolivarianos y castristas lo consideran un  vecino dudoso, demasiado convencido de sus responsabilidades  en el orden mundial y, por ello, propenso a llegar a acuerdos  con potencias mayores. E imaginan que un kirschnerismo volcado plenamente al  bloque  castro-bolivariano podría actuar como contenedor de esas tendencias brasileras. Hay termocéfalos locales que deliran pensando en una “radicalización del  modelo” apoyada por Fidel, Correa y  los herederos de Chávez. Con la Señora  erigida en una Pasionaria continental.

¿Sueños, pesadillas? De eso se nutren algunos relatos.

Pero, sueño o pesadilla, el acuerdo con Irán, con todo lo que involucra, está en marcha y ya tiene media sanción.

Eso sí, los sueños duran mientras el soñador está dormido. Cuando despierta, se desvanecen. Y a menudo ni siquiera perduran en el recuerdo.

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