Opinión Internacional

Revolución en Cuba

A cincuenta años de distancia todavía no hemos podido en Hispanoamérica y en Norte América situar la proclamada revolución cubana en su compleja perspectiva histórica. Están demasiado encendidas las pasiones y muy dramáticos los episodios que se suceden como para obtener un beneficio destacado de los análisis o reflexiones. Y es muy difícil hacer una evaluación sin claramente tomar partido en la tendencia mayoritaria que rechaza y la que pueda aprobar, a esta distancia, el trayecto recorrido.

Lo importante es comprender lo que ha ocurrido y tratar de indagar por qué. ¿Cómo no empezar la reflexión en 1898 en lugar de iniciarla en 1959? ¿Por qué se produce en Cuba y no en otra parte del centro o del sur de América un rechazo tan agresivo de los Estados Unidos y de los valores anglosajones?
No es una casualidad que allí donde ocurre una guerra, una sangrienta batalla naval y una ocupación territorial estalle una revolución a un poco más de medio siglo de distancia. Cuba, con Puerto Rico y Filipinas, fueron los últimos dominios del Imperio Español. Con esos territorios el Imperio termina su hoja de vida y la cultura, el idioma y el orgullo de ser una referencia de poder sufren una lesión moral.

En la América que habla español se produjo la independencia militar y política mucho tiempo antes. Es una distancia de tres cuartos de siglo. El fin del Imperio en el sur de América fue el resultado de una decisión política, tomada con la más limpia conciencia republicana, desde 1810. La separación de Cuba históricamente es la ocupación por un poder extraño, en términos culturales y nacionales y con una carga simbólica que nos conduce a la ventaja que tomó el norte de Europa, capitalista, pre industrial, protestante y anglo sajón contra el sur católico, agrícola y en algunos casos contrareformista. España fue la contrarreforma. La otra Europa, triunfante, atlántica y próspera.

En España el tema de la decadencia agotó las energías colectivas. En 1898 surge la mejor respuesta a una crisis histórica: la nueva generación de intelectuales pide una explicación racional ante el atraso, la derrota y la humillación. La explicación estaba dentro y no fuera y se arraiga en la monstruosa equivocación que fue la contra reforma que no pudo encontrar ni en América ni dentro de España, un camino que no cerrara el horizonte de las luces, del progreso material y social y de las libertades.

La revolución de Castro no tiene originalmente ninguna relación externa ni formal con todo lo anterior. Pero una vez que se convierte en grito y proclama nacionalista frente al vecino poderoso despierta sentimientos colectivos en todo el continente, Se revuelven humillaciones en Centroamérica y la ocupación de Santo Domingo y se mezclan viejas emociones colectivas con sucesos recientes de los años cincuenta del siglo XX, cuando un gobierno democrático y constitucional en Guatemala, el de Arbenz, es derrocado por una invasión inspirada por los intereses de la United Fruit Company. Ese suceso impactó la sensibilidad de América y radicalizó a muchos jóvenes del continente, que no eran ni remotamente comunistas, pero que empezaron a dudar de la confiabilidad en las instituciones democráticas. Se agrega a los destellos que empezaban a verse alumbrar desde Pekín, a favor de la lucha armada.

En ese contexto histórico la insurgencia revolucionaria toma el Gobierno en La Habana y la América que habla español comienza a ver en ella no una ideología, no al partido comunista, no un sistema autoritario, sino una voluntad emancipadora. Parte de las debilidades de algunos gobiernos democráticos de América frente al régimen cubano se alimentan de estas contradicciones. Rechazaban el sistema pero en el fondo esta postura era neutralizada por el mensaje emancipador. Algunos vieron claro, como Betancourt, Frondizi, Lleras, pero en general el ambiente de tolerancia excedió al rechazo frente a los excesos del régimen autoritario. Los estadistas y políticos de América y algunos de Europa no pidieron cuentas a la legalidad y la práctica de los derechos humanos. De esa manera Fidel Castro conservó su papel de interlocutor en el escenario internacional en un tinglado que se lo suministraban numerosas veces quienes se suponían sus adversarios. En los Estados Unidos el desconcierto fue total. Algunos intelectuales y políticos propusieron reflexiones. Pero solo tuvo coherencia la posición de John F. Kennedy, quien como Presidente de los Estados Unidos, propuso la Alianza para el Progreso la cual comenzó a ofrecer apoyo político a las experiencias democráticas que se iniciaban, entre ellas la venezolana.

Muerto Kennedy ni los Estados Unidos ni Ibero América definieron un proyecto claro y coherente para esta parte del mundo.

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