Opinión Internacional

Ruta 36 – El bar de la cocaína en La Paz

El ‘bar de la cocaína’

Fui al bar y pedí un Cuba Libre. ‘¿Cuántos gramos quieres con eso?’ ‘Errm, ¿uno?’, le contesté. Me sirvió mi bebida y desapareció detrás de la barra. Volvió con una caja de CD vacía que tenía una bombilla cortada y una bolsa de terciopelo en la parte superior. ‘Cien bolivianos, por favor’, dijo el barman. Pagué y me dirigí de nuevo a la zona de sofás. Diez libras esterlinas por un gramo de cocaína… ¡los distribuidores en el Reino Unido no lo creerían!”. Así describe David, un británico, su experiencia en el bar de consumo de droga Ruta 36. Él escribió la nota en un blog de viajes, en julio.

Narraciones como ésta abundan en páginas de la red de internet y, por ello, turistas que arriban a la ciudad de La Paz ya saben del famoso lugar y quieren conocerlo. La Ruta 36 es un local itinerante, clandestino: tiempo atrás estuvo en otros dos barrios paceños. Abre desde las nueve de la noche hasta las siete de la mañana, en la avenida Illimani. Es exclusivo para extranjeros, que deben portar su pasaporte u otro documento similar como ticket de entrada. Sólo contados bolivianos, conocidos, caseros, tienen derecho de ingreso.

Visita. Hay taxis que esperan frente a hostels (hostales) del centro paceño que conocen la ubicación de la Ruta (coloquialmente se lo nombra así, sin el número) y sirven de enlace a turistas que pretenden llegar a ella. Tres años atrás, la existencia del boliche era un secreto encerrado en alojamientos para extranjeros, conocido por contados radiotaxistas o por un selecto grupo foráneo que comentaba el dato entre sus allegados. Pero aquello salió a la luz en agosto de 2009 cuando el periódico británico The Guardian publicó una nota bajo el título: “El primer bar de cocaína del mundo”.

Pronto la noticia fue comentada una y cientos de veces se la replicó en blogs y en páginas webs. Así nació un mito que para autoridades locales se mantiene enterrado desde hace tres años. No obstante, Informe La Razón comprobó que la Ruta 36 continúa operando bajo estrictas medidas de seguridad para no ser descubierta y se sumergió en este sitio en compañía de una europea llamada Sonia, para develar cómo funciona este nicho del “turismo de la droga” en La Paz.

La fiesta se apaga en el bar del hostal donde se hospeda Sonia y su “acompañante” (periodista de este medio). Ella ha oído hablar de la Ruta y ahora quiere conocerla. Pregunta a dos jóvenes —Christopher, un australiano, y Miguel, un chileno— si alguna vez han aterrizado allí. Le dicen que no, aunque ambos han leído información sobre este local y tienen curiosidad. Miguel se acerca a uno de los meseros y le consulta: “¿Cómo podemos ir a la Ruta 36?” Éste le contesta: “No podemos recomendarlo porque ese lugar es peligroso”.

A pesar de la respuesta, ni Sonia ni sus amigos se dan por vencidos. Indagan, en inglés, a un australiano que se acerca tambaleante a la mesa: “¿Conoces la Ruta 36?” Él se toca las fosas nasales con un dedo y comenta: “¿Cocaína?” Sonia asiente. “Yo he ido, puedo llevarles”. El grupo se levanta para salir del albergue situado en la zona Central; sin embargo, el australiano se queda en la mesa: está demasiado borracho. Ahora están sin guía.

Taxi. “¿Cómo ir allí? Simplemente salta dentro de un taxi. Todos los conductores conocen la Ruta 36”, recomienda un viajero en una página web. Sonia, Christopher, Miguel y el “acompañante” salen a la calle y siguen aquella indicación. A pocos metros del alojamiento hay una fila de radiotaxis esperando pasajeros. Ella pregunta a uno de los conductores si puede llevarlos al boliche. Él responde afirmativamente, “por Bs 10”. En menos de cinco minutos, el taxista detiene el coche ante un edificio de tres pisos de la avenida Illimani, en plena esquina de la calle Quime.

Cerca hay una whiskería. Nada más salir del auto, se escucha: Hey guys (Hey, chicos, en inglés). Dos hombres altos y vestidos con chamarras oscuras empiezan a abrir las rejas de fierro que dan acceso al inmueble. Tras la valla hay un pasillo oscuro en el que se adivinan unas gradas. Sonia comienza a subir. Los tres varones dudan. Finalmente, se animan. Un guardia de seguridad se les adelanta hasta llegar a una puerta cerrada. Comenta amable: “30 bolivianos la entrada con una bebida”. Pagan y reciben un ticket, rosado o naranja, con un número.

El uniformado teclea un código en un aparato con números que resalta a la izquierda de la puerta y ésta se abre. Luego aparece otra entrada más, entornada, y el cuarteto entra precedido del guardián. Ya se encuentran en la famosa Ruta 36. Ante ellos hay una sala salpicada de mesas rodeadas de sillones cubiertos con telas verdes y naranjas que brillan con la tenue luz. Líneas de hilos que parecen de lana atraviesan el techo del que nacen algunas columnas finas. A la derecha de la puerta se encuentra la barra, detrás de la cual dos cuarentonas fuman tranquilamente.

Un poco más adelante, a mano izquierda, están los baños. Las paredes no lucen más decoración que un par de pósters de dos íconos juveniles que murieron demasiado pronto y cuyas vidas estuvieron marcadas por las drogas: el actor James Dean y Kurt Cobain, el célebre vocalista de la banda de rock Nirvana. También hay una pantalla de proyección de tela. El ambiente está vacío: tal vez es demasiado temprano, es un día laboral en temporada baja de turistas y, además, los accesos a la urbe están bloqueados por los mineros. Suena música latinoamericana a bajo volumen. Cuando está más lleno, el sonido es alto, para lo cual el bar está preparado: el techo se halla forrado de hueveras de cartón que aíslan el ruido.

“Siéntense, chicos”, invita, afable, una de las cuarentonas. Les invita a acomodarse en la mesa que hay delante de la barra y les trae una escueta carta. No tiene nada de particular: se puede pedir ron con cola, ginebra, whisky… Los precios de las copas oscilan entre Bs 20 y Bs 30. Sonia comenta en voz baja a sus compañeros que es mucho más barato de lo que le dijeron. “Unos cubalibres, por favor”, pide la europea. La camarera les solicita los tickets y retira la carta. Regresa con las bebidas servidas en vaso alto y pregunta: “¿Algo más?” Sonia dice: “He escuchado que se puede fumar aquí…”. En el hostal, el australiano le contó que se podía pedir y consumir marihuana. La mesera responde: “Se puede fumar sólo tabaco. Lo que sí hay es cocaína”.

Según una fuente que pisó la Ruta, la cocaína de allí es famosa por su buena calidad y por su bajo precio. Si el gramo cuesta Bs 100 en este sitio, en Estados Unidos vale hasta $us 100 y en Europa, incluso más. El informante señala que hay gente tan asidua que los administradores incluso les entregan droga a crédito. Es más, un estadounidense prácticamente vivía en el local y pasó a ser uno de los personajes típicos de este rincón oculto.

Las camareras son las encargadas de entregar el pedido a las mesas. La característica es que esparcen la cocaína encima de oscuras cajas vacías de CD que, luego, son entregadas a los clientes. Éstos pueden consumirla sentados en los muebles de la sala, en la barra, en los baños… en el espacio que les plazca… No es el caso de los cuatro visitantes de aquella noche de mediados de septiembre. El grupo conversa tranquilamente. Transcurrido un rato, la puerta se abre y aparece una pareja: ella es extranjera y él, boliviano. “¡Mesa para dos!”, grita una de las meseras apenas los mira. Los visitantes pasan, saludan con familiaridad y se sientan cerca de la barra.

“Cualquiera que haya pasado por La Paz puede confirmar que conseguir cocaína es más fácil que comprar un adaptador para la computadora o una buena línea de teléfono. Es normal aquí, incluso, no recordar que la cocaína es ilegal. Dentro de la Ruta 36, realmente es imposible acordarse de nada”. Así acaba un reportaje publicado por la revista española DT.

Inclusive la enciclopedia electrónica Wikipedia tiene una explicación en inglés sobre este local: “Ruta 36 es un remate ilegal en La Paz, Bolivia, y, según The Guardian, el primer bar de cocaína en el mundo. Aunque la cocaína, un estimulante derivado de la planta de coca que crea adicción, es ilegal en Bolivia, la corrupción política y la asequibilidad de la cocaína producida localmente se han traducido en la Ruta 36, convirtiéndose en un destino popular para los miles de turistas de la droga cada año. Muchos clientes aprender (Sic) acerca de la existencia del bar a través de sitios web de viajes y por el boca a boca. Para evitar las quejas de los propietarios de negocios cercanos o residentes, la Ruta 36 no funciona en el mismo lugar por más de unas pocas semanas a la vez. Su ubicación se puede averiguar solamente preguntando”.

Sonia y sus amigos conversan, observan y recuerdan las cosas que han leído o escuchado sobre el sitio en el que ahora están metidos. Se comportan como si estuvieran en cualquier otro boliche con música agradable y, asimismo, bastante confortable. Dos horas después de su llegada, Sonia, Christopher, Miguel y el periodista de Informe La Razón deciden regresar al alojamiento. No hay dudas, la Ruta 36 sigue operando como en sus mejores tiempos, como si no hubiera tenido problemas con autoridades, con la ley.

Itinerante. La europea pregunta en la barra cómo pueden conseguir un taxi. “Nosotras se lo llamamos”, dice una de las cuarentonas. Agarra un celular y solicita un móvil. Es entonces cuando Sonia ve el cartel, tras el mostrador: “Está prohibido el uso de celulares y cámaras de fotos. Deben dejarlos en la barra y a la salida les serán devueltos”. Quizás aquel letrero no estaba en 2009, cuando The Guardian publicó las únicas fotografías que existen en la web. En éstas se ve a un muchacho que se introduce una bombilla en la nariz para inhalar cocaína.

“En cinco minutos llega su taxi”, anuncia la mujer. El grupo paga por su consumo y la mesera se retira. La puerta se abre y entra un muchacho que se cubre la cabeza con una gorra. Saluda a las camareras con un beso en la mejilla. Mientras que en menos del tiempo estimado, la puerta vuelve a abrirse y aparece uno de los guardias. “Acompañen a las chicas”, le indica a una de las camareras. Ella lleva a los clientes hasta la primera puerta y los despide desde lo alto de las gradas.

Sonia recuerda una de las historias que circula en una página de internet sobre el sitio. “Vi a un muchacho de Vancouver, de 18 años de edad, volver al albergue después de una borrachera de 24 horas en Ruta 36 y se encontraba en mal estado. Al parecer, no hay relojes ni ventanas en el lugar, por lo que no eres consciente de la cantidad de tiempo que pasa y, por supuesto, está abierto las 24 horas, siete días a la semana”, cuenta Rebecca, quien visitó la ciudad de La Paz en 2008. Entonces, el bar tenía otra ubicación y, ahora, sí tiene ventanas que dan a la calle.

A la hora de la despedida, Sonia lanza una última pregunta: “¿A qué hora abren?”. La cuarentona sigue con un cigarrillo en la mano y en su rostro no hay ningún gesto de incomodidad: “De nueve a siete, todos los días”. Los cuatro visitantes salen a la avenida Illimani y, evidentemente, hay un taxi que les está esperando. “¿A dónde van?” Indican al conductor el nombre del hostal. Cuando arranca, Sonia se gira: la reja de entrada del edificio vuelve a cerrarse y no hay rastro de los uniformados. Despacio, los hombres de negro se camuflan en la oscuridad.

Otra fuente que frecuenta la Ruta comenta que los días de mayor afluencia son los fines de semana, cuando la música explota. A veces se lleva bandas para tocar en vivo, y algunos turistas se atreven a cantar en un karaoke improvisado, para lo cual se utiliza la pantalla de tela de la sala. “Es una locura”, sentencia. No obstante, se toman los recaudos para que el local no llame la atención y se mantenga en la clandestinidad, sin que la “gente común” sospeche de su existencia.

El secretismo que rodea al “bar de la cocaína” provoca que se tejan mitos o rumores sobre éste. Por ejemplo, se dice que un colombiano es el dueño. Otros afirman que lo que se comercia es parte del microtráfico que sale de la cárcel de San Pedro. Hay muchas hipótesis, pero escasas certezas. Lo que se sabe es que la Ruta es exclusiva para turistas e itinerante: no suele quedarse más de 365 días en una misma zona; sin embargo, se encuentra en su actual ubicación hace más de un año.

Sus referencias más añejas la sitúan en la calle México, según Gina (que también pidió reserva en su identidad), cerca del Coliseo Cerrado, curiosamente a unas cuadras del local Blue House, que en agosto de este año fue clausurado por venta de drogas. En agosto de 2009, la Ruta estaba en la calle Luis Uría de Oliva, en Sopocachi, y fue cerrada tras una redada de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico, que capturó a 23 ciudadanos, entre extranjeros y bolivianos. Tras el operativo, personal de la Alcaldía rondó el local para evitar su reapertura y, actualmente, ésta cree que la Ruta es cosa del pasado.

Tras un periodo de silencio, la Ruta 36 aterrizó en el barrio de Miraflores. Una comitiva de guardias de seguridad se acomodó en el edificio que está en la esquina que enlaza la avenida Illimani y la calle Quime: el negocio volvió a abrirse, tal vez en 2011 o este año. Un sitio al que se accede sólo con un pasaporte y donde no existe línea blanca que divida lo que está bien de lo que está mal. Es el “bar de la cocaína” en La Paz.

En la red hay historias del exclusivo y escondido Eddie’s place

Un bloguero que firma como Yancy relata de esta forma la charla entre un turista y una camarera de un hostal del centro paceño, en 2009: “‘Entonces, ¿qué pasa con la Ruta 36?’, pregunta. Ahora que sale a flote la verdadera naturaleza de su conversación, la banalidad forzada de su diálogo previo es muy clara. Ella ha oído la pregunta anterior.

Muchas veces. ‘Oficialmente —dice ella— nosotros supuestamente no hablamos a los huéspedes sobre esto’. Ella se inclina hacia él con complicidad, bajando la voz. ‘Pero yo personalmente te recomiendo el Eddie’s Place (Lugar de Eddie). Es más barato y de mejor calidad’”.

Hay pocas referencias sobre este sitio en la red de internet e, inclusive, la Alcaldía de la ciudad de La Paz, la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico y las fuentes consultadas por Informe La Razón, lo desconocen. Puede seguir funcionando de forma clandestina y muy exclusiva, haber cambiado de ubicación, nombre o, simplemente, haber cerrado. Sin embargo, en la entrada de un blog registrado el 20 de julio de este año, un viajero habla de dos bares de cocaína en La Paz: la Ruta 36 y “uno mucho menos conocido llamado Eddie’s Place”. En un foro de viajes en el ciberespacio, varios internautas discuten sobre la Ruta; la conversación es de noviembre del año pasado y el último que participa deja este comentario: “He escuchado que Eddie’s Place es la mejor opción como bar de cocaína”.

Yancy relata que para llegar al lugar de Eddie bastó tomar un taxi en la puerta del hostal junto con sus amigos. El coche se detuvo en una zona de casas relativamente nuevas con calles bien iluminadas. Tocaron a una puerta negra, un tipo salió a recibirles y entraron a una vivienda en cuya planta baja, tres habitaciones funcionaban como bar, con mesas de café y sillones alrededor. Uno de los turistas se acercó a la barra y pidió a quien los recibió: “Un ron con cola y un gramo de cocaína”. El tipo respondió: “Sí. Tú eres nuevo aquí, bienvenido. Pero este lugar es un secreto. No les digas a tus amigos, ¿vale?”.

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