Opinión Internacional

Sandez globalizada

Buenos Aires (AIPE)- En esta era de las comunicaciones, la revolución tecnológica ha hecho mucho para sortear barreras de diversa índole impuestas por los aparatos políticos. Las distancias se han reducido, los tiempos se han acortado y las transacciones se han multiplicado a pesar de innumerables trabas que, bajo los más diversos pretextos, siguen introduciendo la mayor parte de los gobiernos. Estamos frente a un proceso de globalización de facto que ha permitido mejorar diversos aspectos en los niveles de vida. Sin embargo, de jure, si nos detenemos a leer las farragosas disposiciones estatales, comprobamos la enorme cantidad de trabas al comercio libre de bienes y servicios, al desplazamiento de personas y al movimiento de capitales, todo lo cual entorpece y retarda el progreso.

Este es el caso, por ejemplo, de reiteradas manifestaciones de algunos de los miembros de los elencos gobernantes de países como Bolivia, Ecuador, Perú, Argentina y, especialmente, Venezuela, lo cual se ha puesto de manifiesto en una de las últimas “cumbres”. Allí se reiteran expresiones nacionalistas y se proclaman recetas fracasadas como la de “sustituir importaciones” a través de reglamentaciones que artificialmente cierran las fronteras, haciendo todo más caro y de peor calidad, al tiempo que se insiste en un atrabiliaria concepción de la riqueza.

Aquí quiero considerar el eje central de una de las tantas falacias que se han generalizado y que constituyen la base de la mayor parte de las políticas empobrecedoras. En verdad, una peligrosa sandez que se ha globalizado y filtrado en buena parte de los rincones del planeta. Aparece así una suerte de tensión entre globalizaciones de naturaleza dispar. Por un lado, la mencionada globalización compatible con la sociedad abierta que sustentan espíritus civilizados. Por otra parte, las manifestaciones anti-globalización – es decir las fobias a la liberalización – que, paradójicamente, globalizan espíritus xenófobos y acomplejados que pretenden incrustar una cultura alambrada, en verdad una manifestación grotesca de contracultura.

Esas políticas empobrecedoras se sustentan en la peregrina idea de que la riqueza es como un pastel: cuando se retira una porción, los demás disponen de menos. Es como si la riqueza fuera una cantidad dada e inamovible. Según esta visión, la contrapartida de que unos posean es la miseria de otros. En teoría de los juegos esto se denomina “suma cero”. Sin embargo, en toda transacción libre y voluntaria las dos partes ganan. Se produce un ensanchamiento de valor. Esta es la razón por la que en las tiendas observamos que, después de realizada la operación, el que compra usualmente dice “gracias” y el que vende contesta “gracias a usted”.

Si nos detenemos a considerar lo que ocurría en nuestro mundo antes del siglo XVIII, vemos que la condición natural del hombre era la hambruna, la peste y la miseria más extrema. Los reyes se morían por una infección molar, no contaban con agua corriente ni cloacas ni muchas de las comodidades que hoy se dan por sentadas. Los recursos naturales no eran menores a los existentes hoy. Actualmente, las expectativas de vida y la riqueza disponible son mayores debido a que marcos institucionales han garantizado derechos y, consiguientemente, establecido incentivos que permitieron destapar la olla de la energía creativa.

Las diferentes etnias, latitudes, climas, densidad poblacional y recursos naturales no hacen la diferencia. En Africa y en la India se encuentra una buena porción de los recursos naturales del planeta y, sin embargo, allí se concentra la mayor pobreza. Por su parte, Japón es apenas 20% habitable. Thomas Sowell suma toda la población mundial, la divide por cuatro para tener la familia tipo y la ubica en el estado de Texas, lo cual arroja 628 metros cuadrados por familia. Esto demuestra que el problema no es de sobrepoblación sino de instituciones civilizadas que garanticen derechos de propiedad.

A veces, el principio de la física que concluye que “nada se pierde, todo se transforma” puede inducir a la noción de la riqueza estática; sin embargo, debe verse como un proceso por el que se incrementan valores. Puede ser que con la misma cantidad de átomos se construyan hélices para aviones y turbinas, pero a estas últimas se le atribuye mayor valor debido a los servicios que prestan. Incluso puede ser que los aparatos telefónicos antiguos consuman una cantidad mayor de materia que un celular, pero a este último se le otorga mayor valor.

La suma cero sólo tiene lugar allí donde aparece la fuerza. El ladrón de bancos se apodera de riqueza por la misma cantidad que pierde el banquero. Todas las llamadas políticas “redistributivas”, a nivel nacional o internacional, se basan en la visión estática de la riqueza. Las estadísticas engañosas del tipo de las que señalan que el 10% de la población posee el 90% de la riqueza, mientras que el 90% sólo cuenta con el 10% de los recursos, insinúan que los aparatos políticos deben enmendar tal “injusticia”, en lugar de constatar que la mayor parte de las pobrezas se deben a tropelías y exacciones gubernamentales que asfixian a los mas necesitados.

(*): Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias en Argentina.

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