Opinión Internacional

Un mundo sin guerras es posible

Después de disminuir por un tiempo, luego volvieron a aumentar los presupuestos militares y el comercio de armamentos. Por un lado, los Estados Unidos comenzaron a redefinir los enemigos, que justificarían el mantenimiento de esos presupuestos: el narcotráfico, el terrorismo islámico y los países socialistas remanentes. Por otro,
quedó evidente el papel de reactivador de la economía que las inversiones militares continúan poseyendo en las principales economías del centro del capitalismo.

La proliferación de conflictos en el nuevo cuadro internacional -de entre los cuales Kosovo, Chechenia, Colombia, Macedonia- fue funcional al aumento de producción
de armamentos, alimentando su comercio clandestino, encubierto por el lavadode dinero en los paraísos fiscales. La propia América Latina volvió a ser incorporada al
mercado de armamentos.

Los focos de conflicto en el mundo de multiplicaron, en Africa, en Asia, en América Latina y en la propia Europa. La relativa estabilidad internacional resultante del
equilibrio de fuerzas entre las dos super potencias, fue sustituida por una proliferación de conflictos, alimentados inmediatamente por divergencias étnicas y religiosas, pero teniendo detrás fuertes intereses de corporaciones y de Estados de otros continentes – como los análisis sobre la masacre de hutus y de titsis y la guerra aún vigente en la República Popular del Congo (ex-Zaire), lo demuestra
claramente.

El mundo es un lugar menos seguro -incluso antes de los acontecimientos del martes 11 de septiembre de este año- que antes. Sin embargo, los tiempos del equilibrio nuclear no vuelven más. Se dijeron muchas bobadas en estos días,
sobre «guerra», sobre la importancia de lo que aconteció en aquel día de la caída del Muro de Berlín, pero en lo esencial la hegemonía norteamericana sigue vigente. Lo que cambió es la coyuntura actual, que se puede prolongar mucho o no, en la dependencia del propio tipo de reacción de los Estados Unidos.

La política del gobierno de Bush estaba llevando a los Estados Unidos a una situación de aislamiento internacional, en la que la iniciativa había pasado a los
movimientos de resistencia a la globalización neoliberal -evidenciando hace poco tiempo en Génova y que amenaza proyectarse a las próximas reuniones: de la FAO en Roma, de la OMC en Qatar, entro otras. Ahora la pelota pasa al campo de los Estados Unidos, que recibe la solidaridad firme de sus aliados y tiene el apoyo interno para desatar represalias casi de cualquier tipo. De verdugos, los
Estados Unidos pasaron a aparecer como víctimas.

Sus reacciones fueron, en los primeros días, cautelosas. En primer lugar, por el desconcierto. En segundo, por darse cuenta de su vulnerabilidad – incluida todo la amplia red de embajadas y consulados a través del mundo exterior – y de la imposibilidad de actuar sin protegerse. En tercer lugar, por la consciencia de que las acciones que satisfagan el deseo de venganza de la población pueden tener resultados menores comparados con lo que sufrieron sus ciudades y, si son puestas en práctica, tendrían, por lo menos, que llevar a la muerte comprobada de Osana Bin
Laden. Más allá de esto, existe la conciencia que las acciones del martes 11 solo pudieron ser puestas en práctica con el apoyo de una red con penetración
estratégica dentro de los propios Estados Unidos y que sus pistas tienen que ser buscadas y eliminadas, para impedir que vuelvan a actuar a partir del mismo esquema.

El período histórico iniciado con fin de la URSS sigue plenamente vigente. Los Estados Unidos siguen como la única super potencia, con hegemonía mundial. Nada de lo importante que sucede en el mundo de hoy -en los planos económico, político, militar, informativo, cultural – puede ser entendido haciendo abstracción de esa hegemonía. Ella está más fuerte política e ideológicamente. Ninguna acción
terrorista cambia la historia. La que sirvió de detonante para la primera guerra mundial ya tenía un escenario listo para la guerra, con dos bloques de fuerzas preparados para los enfrentamientos bélicos. Ninguna fuerza se levanta hoy
para contraponerse a los Estados Unidos. Si se puede hablar de «guerra», no será de una guerra convencional, sino de algún tipo de guerra de guerrillas, aún así
reducida a la modalidad de acciones terroristas, con fines propagandísticos, sin fuerzas que se contrapongan una a otra, sin defensa de territorio, sin blancos para atacar por las fuerzas constituidas por los Estados Unidos y la OTAN.

Pero a pesar de todo este cuadro, otro mundo, sin guerras, es posible. Hoy, la paz en el mundo tiene que tener como temas centrales una pacificación justa y duradera del Oriente Medio, con la fundación de un Estado Palestino y la convivencia pacífica con el Estado de Israel. Necesita también colocarse el rescate de Africa como prioridad mundial. Cualquier política internacional que no coloqué al Africa como su blanco fundamental , esta equivocada.

Será posible igualmente desactivar los focos de conflicto en Colombia, en Chiapas, en Irlanda del Norte, en el País Vasco, en Chechenia, en Cachemira, en Macedonia, entre otros conflictos pendientes, si la ONU recupera su papel de organismo representante de la comunidad internacional. Antes de que eso ocurra, el Foro Social Mundial de Porto Alegre -que se realizará entre el 31 de enero y el 5 de
febrero de 2002- abordará, entre otras tantas actividades, un foro llamado «Un mundo sin guerras es posible». En el se presentarán propuestas de paz para varios de estos conflictos, con los protagonistas de estos acuerdos posibles. Cuestiones como la de Palestina, Colombia, Chiapas, el País Vasco, encontrarán ahí los términos de una paz posible.

El tema de la paz es parte inherente esencial de la lucha por otro mundo posible, justo, humano, pacífico, donde los conflictos se decidan por negociaciones y atendiendo de forma equitativa a todas las partes.

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