Opinión Nacional

Adecos y emeverrecos

El 18 de octubre, los adecos se unieron a los militares y derrocaron al gobierno de Isaías Medina Angarita. Ni López Contreras ni Medina Angarita, apoyados por las élites de entonces, habían considerado conveniente atender una consigna recurrente desde la muerte del dictador: elecciones universales, directas y secretas. Estimaban que las grandes mayorías no se encontraban en condiciones de ejercer tan delicado derecho. Se corría el riesgo, siempre posible en las democracias, de perder las elecciones.

Fue este el pretexto básico de los adecos para justificar su incorporación al golpe de los militares. Con el poder en la mano y por la fuerza del hecho insurreccional, la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por el adeco mayor: Rómulo Betancourt, procedió a desmantelar el aparato de poder heredado del gomecismo por vicioso, corrupto y excluyente.

No había tiempo para el consenso, la consulta, la tolerancia y el pluralismo. Los adecos apuntalados por los militares, se propusieron destruir social, política y económicamente a quienes habían sido arte y parte del sistema anterior.

Quedaron disueltos todos los poderes constituidos, se tomaron medidas extraordinarias, se nombró un gabinete inequívocamente «octubrista», se controló la opinión, se designó un nuevo Consejo Supremo Electoral, se expulsó del país a los principales representantes del régimen depuesto, se realizaron actos de masa en apoyo a la revolución y se nombró un Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa que juzgaría a los acusados de peculado.

La lista de presuntos corruptos fue publicada por la prensa. Los apellidos más sonoros del gomecismo y de la oligarquía fueron expuestos al escarnio público sin posibilidad alguna de apelación. No estaba contemplado en el decreto de la Junta la recusación de los resultados del implacable tribunal.

Quienes inicialmente acompañaron a los adecos en sus propósitos de cambio se alejaron de la Revolución. Rafael Caldera, Procurador de la República octubrista, renunció a su cargo en respuesta a los excesos contra las manifestaciones de crítica al régimen. Jóvito Villalba fue sometido a prisión por haber incursionado en los preparativos de un complot contra el gobierno. Los desplazados intentaron el único método que conocían para irrumpir contra el usurpador: el golpe militar. Varios intentos de golpe fueron develados, sus promotores fueron perseguidos y se amenazaba, desde ambos bandos, con el peligro de una «guerra civil».

Sin embargo, el ritmo de la revolución se impuso. En el transcurso de año y medio hubo tres procesos electorales que fortalecieron y consolidaron a los adecos en el poder. En los tres, los adecos obtuvieron un respaldo significativo del electorado. En la Asamblea Constituyente obtuvieron el 78% de los votos; para las presidenciales su candidato, Rómulo Gallegos, se alzó con el 74% de los votos y en la composición del Congreso Nacional y de los Concejos Municipales se mantuvieron en el 70%. En los tres, la oposición participó dividida.

Los adecos se legitimaron en el poder electoralmente y mantuvieron sin alteraciones su propósito de acabar con el pasado, destruir al enemigo, fortalecer al partido y cerrar el círculo de los aliados. Sólo los comprometidos con el cambio eran bien vistos por los directores de la revolución. Los enemigos del cambio fueron calificados de «gomecistas» y «antipatriotas». La polarización fue inevitable.

Quienes reprobaban el sectarismo y arbitrariedad de los octubristas, divididos y despechados frente a la popularidad y el irremediable triunfo electoral de los adecos, no descartaron la posibilidad de violentar con las armas los resultados de las urnas electorales, desestimando así la voluntad democratizadora de la sociedad.

Desde las mismas entrañas del movimiento octubrista saltaron los sables el 24 de noviembre. Diez años transcurrieron bajo la impronta de los militares.

En 1958, adecos y opositores entendieron, finalmente, los beneficios del diálogo y el entendimiento político.

Los emerrevecos no son ni la sombra de los adecos de ayer, es un partido aluvional, carente de programa y sumiso a las designios del Jefe del Estado. La oposición de hoy no se parece a las fuerzas que enfrentaban a los adecos de entonces. No existen partidos nacionales ni claros referentes políticos que contengan las aspiraciones hegemónicas del MVR. La sociedad de hoy, a diferencia de la de ayer, ha vivido en democracia por más de cincuenta años.

Insistir en el sectarismo y la arbitrariedad que han caracterizado al presidente y a los emerrevecos luego de verse legitimados con el favor de los votos una vez más, así como considerar traidores y «antibolivarianos» a los que manifiestan pareceres diferentes no conduce al consenso ni a la búsqueda de acuerdos que tomen en consideración la diversidad, la tolerancia y el pluralismo, principios fundamentales del ejercicio de la democracia. No es suficiente ganar elecciones, hace falta también aprender a vivir con el contrario. Los adecos no lo tuvieron presente.

Pero, igualmente, pensar que con la fuerza puede torcerse el resultado electoral, como ocurrió en el 48, es desestimar, una vez más, la voluntad democrática de la sociedad venezolana.

La historia no se repite, pero no está demás tenerla presente.

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